Este 25 de enero se conmemora el nacimiento de Adeline Virginia Stephen (Inglaterra, 1882), conocida como Virginia Woolf, apellido que adquirió en 1912 cuando se casó con Leonard, un escritor del grupo bohemio de Bloomsbury, barrio londinense.
A ella se la recuerda por sus
aportes a la narrativa. Sus novelas más famosas son también exitosas películas
como “Las Horas”, basada en “La Señora Dalloway”. Aunque publicó su primera
obra recién en 1915 su influencia tiene larga resonancia.
Sin duda su ensayo más reproducido y
traducido es “Una habitación propia” (1929), o “Cuarto propio”, donde expone la
falta de valoración de los derechos de las mujeres y la difícil oportunidad de
contar con un espacio privado para la creación intelectual y la realización
personal. Estas líneas se convirtieron en un referente para el movimiento
feminista europeo, sobre todo desde los años 70.
Los movimientos contemporáneos de
mujeres llegaron a Bolivia con el retorno de exiliadas que trajeron esa
novedad. En general, los diagnósticos que presentaban sobre la situación de la
mujer boliviana, sobre todo la mujer urbana de clase media, eran impecables y
consiguieron inmediatas adhesiones.
Al diagnóstico siguieron discursos y
formatos, con los cuales personalmente no concuerdo. Las consignas de
enfrentamiento contra el hombre por ser hombre; las invitaciones a “jueves de
solteras”; los letreros con frases como “no le planches la camisa” me
parecieron banales. Para mí, el “cuarto propio” pasaba por la complementación y
no por la pelea; por la dignidad de cada miembro de la familia, comenzando por
los niños desde su concepción; por la calidad del respeto y no por la cantidad
de diputadas. Fui una voz solitaria, fuertemente criticada: una larga historia
con diferentes capítulos.
Pasados los años, pregunto: ¿qué
logró el movimiento feminista boliviano?; ¿cuáles fueron los avances en los
derechos de las mujeres? Además de las cuotas políticas o en puestos de
trabajo, ¿qué cambios trajeron mayor bienestar a las esposas, a las madres, a
las adolescentes, a las niñas?
No conozco una evaluación o una
autocrítica del movimiento feminista boliviano en su conjunto; quizá existe y
no lo sé. En todo caso, en estos últimos años escucho azorada las estadísticas
de feminicidios, de infanticidios y de abortos. Las últimas marchas por el Día
Internacional de la Mujer fueron dominadas por masistas que han soportado sin
protestar a personajes como Evo Morales o Percy Fernández.
En más de una ocasión hordas
disfrazadas y coléricas han actuado como punta de lanza del MAS contra otras
mujeres, sobre todo las bonitas y las rubias; o, peor aún, contra ciudades
patrimoniales como los ataques a la bella Potosí y a sus hospitalarios
habitantes.
Quizá
acá ha llegado lo que el filósofo francés Pascal Bruckner califica de
“feminismo de venganza”, de caza de brujas al revés, pero igual de fanático y
fatídico.
Mientras se pierde día a día el
poder de lo femenino, lo sutil de ser mujer, de la cocina, de la costura y del
tejido, del contar cuentos, del sanar enfermitos, de convertir la voz en
palabra de sabiduría y de comprensión. Ese verdadero poder detrás de lo
evidente que representaron tantos mitos: las diosas, las hadas madrinas, los
elementos de la naturaleza, el vientre, el útero, se diluye.
El “cuarto propio” se convierte en
una cárcel de lo “políticamente correcto” en vez de ancha puerta. Al punto que
acá y en muchas partes del mundo, las fundamentalistas están destrozando obras
de arte, óperas, leyendas, vidas porque no cuadran con sus esquemas. Releer a
Virginia puede ayudar a encauzar el sendero perdido.