Este enero se conmemora el aniversario del ingreso de los rebeldes a La Habana en 1959. Durante años fue una fecha emblemática para los soñadores de un mundo nuevo en distintos puntos cardinales del planeta. La desilusión llegó a unos más temprano que a otros. La pequeña David luchando contra el monstruo Goliat sostuvo largas lealtades. Sin embargo, la represión masiva e individualizada durante 2020 y 2021 develó cuán profunda es la perversidad del régimen comunista.
Adiós el imaginario romántico de una
víctima bloqueada. Al revés: es el verdugo que anula la dignidad de quien se
atreve a protestar.
Las cifras son duras, aunque no
alcanzan a describir todo el horror que vive cada preso cubano. El año culminó
con 955 prisioneros políticos, de los cuales 700 fueron encerrados por salir a
pedir pan y salud el 11 de julio. Para los bolivianos, que conocimos dictaduras
y autoritarismos es difícil imaginar tal cantidad de gente reprimida por participar
en una manifestación.
Hace doce meses sufrían prisión por
causas políticas 138 personas. Sin embargo, ya funcionaba toda una maquinaria
en contra de los jóvenes- léase bien: jóvenes crecidos bajo el relato de la
revolución- que querían componer canciones, escribir versos, corear que querían
Vida y no Muerte.
Culpar de ello a la agresión
imperialista, a la conspiración desde Washington, a la derecha fascista, etc.,
ya no sirvió. Los artistas fueron cercados, pero alcanzaron a dar eco mundial a
su voz y su himno circuló en todas partes. Lograron describir los métodos y las
formas con los que eran desmoronados en su calidad de seres humanos.
La represión intenta convertir al
que piensa distinto al discurso oficial en un zombie, crear la No persona,
el escarmiento viviente.
Un sistema inmenso de soplones
repartidos entre familiares, vecinos, colegas, funcionarios, transeúntes, pasajeros
en el bus, vendedores de helados, profesores vigila al potencial libertario y
lo denuncia. Las madres son controladas con el estómago de sus hijos porque su
menor protesta podrá repercutir en el reparto de la escasa comida.
El 8 de diciembre, más de 300
intelectuales de todo el mundo exigieron frenar la represión contra los
artistas cubanos. No son firmas de fachos o de fracasados, sino son voces de
personas laureadas por ejercer su libertad a lo largo de sus carreras y sumar
premios. Meryl Streep, Elena Ponaitowska juntan su protesta a las Orhan Pamuk o
J. M. Coetzee para exigir al gobierno comunista dejar que el arte se exprese
sin represión.
El manifiesto, poco difundido en
Bolivia, une a personalidades africanas, latinoamericanas, europeas, árabes,
turcos, asiáticos, europeos, estadounidenses que denuncian cómo La Habana
reprime a los artistas simplemente por estar descontentos con el totalitarismo.
Destaca que las protestas desde San Isidro, 27N, Archipiélago, 11julio fueron
pacíficas.
Apoyan a los artistas cubanos
escritores que denunciaron la violencia en sus propios países como Héctor Abad
Faciolince, Gioconda Belli, Bianca Jagger, Rosa Montero. No encontré la rúbrica
de un creador nacido en Bolivia, aunque todos los periodistas deberíamos apoyar
este comunicado contra la censura.
El gobierno cubano comete abusos
sistemáticos contra decenas de artistas independientes, declaran los 300
intelectuales. A ello hay que añadir la cantidad de presos menores de edad
acusados de subversivos, acosados, hostigados, degradados con métodos
psicológicos como no imaginó ni Owen.
Tristemente, este panorama se da en
el mismo mes que se recuerda al poeta José Martí, nuestro amado padre
espiritual. Martí que luchó por la libertad física y moral, especialmente por
la infancia y por la juventud y que hoy volvería a morir por tres balazos
disparados en su propia patria.