FERIA DEL LIBRO
24 DE SEPTIEMBRE DE
2021
Me es grato iniciar este conversatorio en homenaje al medio
siglo de publicación de la novela “Matías, el apóstol suplente” en este día
histórico, la fecha cívica del departamento de Santa Cruz.
Resalto ello porque el escenario cruceño es una constante en
la obra de Julio de la Vega Rodríguez, especialmente la canícula, el clima
tórrido del valle o de los llanos, el trópico.
En largas charlas en la antigua casona familiar del
Montículo, Julio me contaba, entre otros asuntos amorosos, de la importancia
que tenía para él haber nacido en Puerto Suárez, en el extremo este de Bolivia,
en la actual provincia Germán Busch. Aunque él vivió pocos meses en ese lar,
sentía que los rumores del bosque, el agua, el calor se habían impregnado en su
piel.
Puerto Suárez, en cambio, no lo reivindica, por lo menos
hasta hace un lustro cuando visité la población y recorrí la alcaldía y algunos
espacios donde creía importante encontrar una placa con su nombre.
Julio se apareció al mundo en los últimos días del verano meridional,
el 4 de marzo de 1924, como segundo hijo del matrimonio del paceño Julio de la
Vega Iturri y de la cruceña Enriqueta Rodríguez Salmón.
Su padre era descendiente de familias tradicionales del
altiplano, militar de profesión, pero poeta y especialista en rimas picarescas
que dedicaba a familiares y amigos. El paceño
Octavio de la Vega, cuyos restos aún se encuentran al ingreso del Cementerio
General de La Paz, se casó con su coterránea Luisa Iturri Sánchez Bustamante
perteneciente a una familia acomodada de 10 hermanos y con casa solariega en
pleno centro de la ciudad.
Varios de los Iturri
fundaron a su vez núcleos familiares con otras familias criollas como los
Álvarez García, los Blanco Galindo, los Álvarez. Como era usual en la época,
fines del Siglo XIX, una de las hermanas fue monja y uno de los hermanos partió
a Buenos Aires.
Octavio y Luisa tuvieron
tres hijos; Julio, el “Oso” habría de ser famoso general de la República y héroe
en la Guerra del Acre, Prefecto en el Departamento de Cochabamba y ministro de
Gobierno; Rebeca, nacida en La Paz el 26 de enero de 1882 se casó con el
coronel yungueño Camilo Unzaga; y a Arturo, quien murió joven, asesinado en un
recoveco de las selvas benianas al querer decomisar un cargamento ilegal. La
tía Rebeca y su único hijo sobreviviente de los seis que tuvo, Oscar Unzaga de
la Vega, fueron familiares especialmente influyentes en los años juveniles del
futuro poeta.
Por su parte, Enriqueta era nieta de la mujer
más bella de Santa Cruz, Enriqueta López Arce, recordaba en las páginas del
caminante Alcide D’ Orbigny cuando pasó por Santa Cruz a mediados del siglo
XIX. Ella tuvo una primera hija fuera de matrimonio (Juana Nernuldes) y luego
tres hijos con Zacarías Salmón, emparentado con familia paceña y peruana.
Irene Salmón, la menor y la más feúcha de la familia, tuvo
dos hijos de una relación fugaz con un beniano trashumante, Antonio Rodríguez
que pronto retornó a Reyes. Él tuvo ahí a Adolfo Rodríguez Castedo, entre otros
descendientes, quien sería un gran amigo de Julio pues era un gran contador de
historias de la selva y de los ríos bravíos amazónicos que fascinaron al poeta
y también a sus sobrinas.
Irene se casó
posteriormente con Ruperto Arenales y la familia se amplió con nuevas hijas.
Vivían en la famosa casona del altillo, en la calle Beni, en pleno centro
urbano de Santa Cruz, actualmente museo municipal. Esa casa tiene la
particularidad de un barandado donde la muchachada contemplaba el carnaval,
gozaba de la tertulia vespertina o simplemente se entretenía con la rayuela y
los pesca pesca por el corredor, los patios o las calles de esa ciudad plácida.
Ahí estaba Enriqueta a
sus doce años una mañana en 1910 cuando pasó montado en su caballo Julio rumbo
a su destino militar, después de haber participado en la guerra del Acre a
inicios del siglo y de otras experiencias. La miró y se enamoró en una escena
que parece inicio de una novela de su futuro hijo. Le pidió que lo espere, que
él volvería para casarse con ella, aunque él era mucho mayor.
Ella era alegre y
cantora, tocaba el piano y la guitarra y en antiguas fotos familiares se la ve
en la campiña, rodeada de admiradores, como un viejo cuadro impresionista.
Cortejada por unos y otros, eligió esperar al colla atrevido que la había
mirado con tanto amor.
Se casaron más de una
década después, el 28 de mayo de 1922. Aunque enamorada, Enriqueta lloró hasta
secar sus ojos cuando tuvo que alejarse del caserón familiar y de su adorada
madre. Partió hacia el pueblo fundado poco antes por Miguel Suárez Arana en su
intento de vincular una salida al Atlántico por el río Paraguay y que jugaría
posteriormente un importante rol en la guerra del Chaco.
Según recordaba Julio,
sus padres recorrieron el largo camino a caballo junto a un carretón con sus
pocos enseres para habitar en el campamento. En algún lugar, les salió un tigre
hambriento, pero al verla se volvió moviendo la cola hacia el bosque. El marido
la molestaba con esta escena: “hasta el tigre” la temía, a ella que era del
signo Leo pero dulce y callada. Para el hijo era más bien un signo porque era
tan bella que hasta un felino se enamoraba. Durante su vida de casados Julio y
Enriqueta se comunicaban muchas veces en verso.
En un recodo, la
muchacha le contó que estaba embarazada. ¿Cuántas semanas tardaron de pascana
en pascana? Difícil saberlo. El asunto triste es que en el puerto no existían
condiciones saludables y el niño nació muerto o murió poco después.
Se llamaba Mario. Como
sucedía en esa época, prometieron recordarlo poniendo el mismo nombre al nuevo
hijo. Por ello el poeta fue bautizado como Julio Mario. Ese nombre no lo usó
nunca. Sin embargo, un cruceño lo sabía y organizó una vez algo fantástico: que
todos los marios cruceños se reúnan en la ciudad y Julio fue.
Esa presencia, a la cual
él se refería en contadas ocasiones, era parte de su biografía. Julio de la
Vega Rodríguez era el ser más pacífico y a la vez el más alterado; nunca agredía
a nadie, golpeaba las paredes con sus puños, gritaba mordiéndose los labios,
incendiaba su corbata porque un amigo no lo escuchaba. Decía que seguro el
llanto permanente de su madre le impregnó hasta los huesos.
El trío se trasladó
pronto a Cochabamba, donde nació la segunda hija, Beatriz. Durante años
recorrieron otras poblaciones y fortines, cuidades y provincias. Charagua fue
el otro espacio geográfico que Julio no olvidó.
Para Julio Mario, el
paisaje más lejano de su infancia estaba en su memoria: las palmeras, los
líquenes, la espesura de la selva, los rumores de las hojas, del agua y el
misterio de lo desconocido. Aunque su obra, sobre todo la narrativa y las tres
piezas de teatro, puede parecer urbana, la canícula de la selva fue su abrigo
personal y una protección especial, además de fuente de su inspiración.
Julio es pues un autor
profundamente cruceño, aunque allá pocos parecen recordarlo.