Hace diez años la imagen de Evo Morales y del gobierno del Movimiento al Socialismo gozaban de respeto dentro y fuera de Bolivia. La presidencia de un descendiente de indígenas originarios de América Latina, el discurso sobre los derechos de los pueblos, la preocupación por los pobres, la mirada hacia la Madre Tierra Pachamama, la postura contra los imperios… todo parecía políticamente correcto.
La victoria en el Referendo
Revocatorio había consolidado la simpatía electoral por Evo; en algunos
espacios territoriales con adhesión completa, casi mesiánica. Incluso la
superación sangrienta de la crisis de 2008 y la admisión de Evo de ser
responsable de ello no habían afectado su fama mundial.
Los que desenmascararon la mayor
impostura en la historia de Bolivia fueron los nativos de alpargata y sombrero
de paja, las mujeres de tipoy y niños en brazos, los músicos de tamboril y tontochi,
los dirigentes de pantalones blancos gastados en la pesca y el andar, los
balseros de las cachuelas, las abuelas que duermen en hamacas, los cuidadores
descalzos del bosque tupido, las madres adolescentes que cantan con los
manantiales.
Los siempre postergados, los hace lo
todo, los guerreros desarmados, los amigos de la naturaleza, los más pobres
entre los pobres bolivianos le dijeron al mundo que todo era una farsa
inconmensurable. Que el que los gobernaba no hablaba ni un idioma originario ni
tenía alma de indígena; que no era campesino ni amaba la tierra que preña la
semilla; que no bebía del agua clara del arroyo ni leche de la vaquilla; que no
recorría los senderos líquidos ni nombraba los pájaros; ni apreciaba las
parabas ni respetaba las pirañas; ni conocía las redes sobre el espejo luminoso
del río bravío ni jamás protegió una peta embarazada; ni supo cómo vivían los serenos
de la floresta ni sus comidas.
La marcha por la defensa del
Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure -dos décadas después de la
Marcha por el Territorio y la Dignidad de los pobladores bolivianos de tierras
bajas en el norte y oriente boliviano- develó el tenebroso futuro que espera a
la nación. La construcción de una carretera para partir el TIPNIS era sólo el
inicio de un accionar premeditado y alevoso para sacar a los originarios de su
hábitat, aprovechar nuevas zonas de cultivo de coca, incendiar los árboles,
quemar los animales, pisar las serpientes, arrancar los nidos, contaminar el
agua, alejar las nubes, colmar las tierras quemadas con citadinos. ¿Cómo
compite un oso hormiguero con un kilo de cocaína?
Los marchistas fueron reprimidos con
maldad. Dirigentes del MAS los llamaron salvajes; los ministros los acusaron de
subversivos; las voceras los culparon de entrometidos. Usaron a civiles armados
de chicotes y de insultos para detenerlos en el camino. Les quitaron los hijos
de sus brazos, los apalearon, los tiraron en camionetas casi desvanecidos, las
llenaron la boca con plásticos engomados, las metieron en buses con sus chicos
llorando.
Nadie fue juzgado. Todos los de la
trampa fueron premiados.
El pueblo paceño recibió a los
marchistas con aplausos, gelatinas, refrescos, llantos. Jóvenes se dieron
cuenta que habían sido burlados; así no se defiende ni la Tierra, ni el Agua ni
la Naturaleza. Se alejaron del MAS para no volver.
El TIPNIS mostró el uso de las
mentiras, de las estrategias envolventes, de las contramarchas organizadas con
empleados pagados, de los titulares de prensa prefabricados en palacios. Las
organizaciones indígenas quedaron divididas, desalentadas; el cemento ganó a la
selva. El TIPNIS fue el inicio del fin de aquello que empezó como utopía y
terminó quemando las banderas del amanecer.