Aprendí en la escuela a repetir
nombres de héroes, a cantarles, a recitarles poesías infantiles y a copiar sus
gorras frigias. A recordar sus figuras con el fusil en bandolera o apuntando
directo a un enemigo que imaginábamos feroz. Aprendí sobre la divisa colorada,
el escudo, la banda, el himno, la batalla. También los ídolos que aparecían en
afiches, con su puro en la boca y el uniforme militar, las botas, las boinas
guerrilleras.
Desde el estallido de la pandemia de
COVID 19 los nuevos héroes no portan armas. Son mujeres y hombres de diferentes
edades, con distintas especializaciones, con muchos obstáculos, pero con un
compromiso atávico: sanar al prójimo. La nueva divisa es blanca, de simple
tela, una cofia tiesa, unos instrumentos científicos, un lapicero, una libreta
de apuntes; palabras, acciones, no disparos. Dispuestos al sacrificio personal
sin esperar guirnaldas ni estatuas plebeyas.
Hay excepciones, como es regla en
toda guerra. Son los menos. La gran mayoría de médicos, enfermeras,
paramédicos, trabajadores de apoyo en casas de salud o en ambulancias está
luchando en todo el mundo para frenar la amenaza planetaria.
En Bolivia, se convirtieron en la
vanguardia de la resistencia civil desde hace varios años. Enfermeros,
salubristas, ginecólogos, pediatras, internistas, gastroenterólogos,
cardiólogos, anestesiólogos, nefrólogos, neurólogos, epidemiólogos y sigue un
largo etcétera. Comenzaron su larga lucha por asuntos gremiales cuando
comprendieron por experiencia directa que el frágil edificio de la salud
pública se rajaba cada día más por las deficientes políticas estatales.
Después ganaron las calles para
derrotar la propuesta de un nuevo Código Penal contradictorio y con sutiles amenazas
a libertades ciudadanas. Las manifestaciones cotidianas convocaron el respaldo
de miles de ciudadanos y fueron las primeras experiencias de movilización
territorial en todo el país. Su consigna de “Nadie se rinde, nadie se cansa”
marcó a toda una generación.
Entrenados en la lucha social más
allá de hospitales y consultorios volvieron a enfrentarse con la represión en
los 21 días de resistencia civil el año pasado. A varios los vimos golpeados:
mandiles blancos manchados con su propia sangre.
En la pandemia del coronavirus son
otra vez la vanguardia de contención. En Bolivia, en América Latina y en todo
el mundo. Una prueba inmensa a su vocación, a su juramento hipocrático, a sus
familias, a su vida de hogar, a sus propias ambiciones profesionales.
Las historias que conocemos estos
días superan a cualquier serie televisiva sobre hospitales o medicina; son capítulos
de tristísimas condiciones de trabajo en la mayoría de los países, incluso del
primer mundo. Varios doctores están infectados, varias enfermeras han dado
hasta el último aliento para salvar la vida de una anciana o de un benemérito.
En muchas calles europeas salen
policías y bomberos para rendirles con sus sirenas una especie de serenata de
agradecimiento. Los ciudadanos abren sus ventanas, salen a los balcones para
aplaudirlos en medio de las lágrimas por este horror que hoy vive la Humanidad.
No estaba equivocado San Pablo al
poner junto a apóstoles y a profetas a aquellos que tienen el don de curar. El
don de los héroes de esta época. Agradecida por todo ello.