viernes, 13 de marzo de 2020

¿QUO VADIS PRENSA BOLIVIANA?


            Estos días los periodistas bolivianos recordarán dos de los momentos más trágicos de su historia. Hace cincuenta años fue asesinado con una bomba sofisticada el director del periódico “HOY” Alfredo Alexander y su esposa Martha Dupleich (un mes después del asesinato de otro periodista Jaime Otero Calderón). Hace 40 años fue torturado y martirizado el sacerdote jesuita Luis Espinal, director del semanario “AQUÍ”.
            Ninguno de los casos está absolutamente esclarecido y no hay seguridad de que los verdaderos responsables estuvieran en el banquillo de los acusados y mucho menos en prisión. Este 14 de marzo la familia Alexander recordará el horror de aquella mañana cuando un explosivo destrozó a sus padres/abuelos. Se habló de una conspiración internacional, pero todo apunta que en realidad fue un asunto más doméstico cuando los militares y un grupo político querían apoderarse del moderno matutino paceño.
            La muerte de Espinal tuvo el objetivo de acallar a un medio que denunciaba con datos y con responsabilidad la corrupción y la represión a cargo de militares, paramilitares y civiles. Algunos nombres coincidieron en 1970, en 1980 y, ¡en 2006!
            En la democracia, desde 1982, hubo también casos de periodistas perseguidos, apresados y muertos, aunque no siempre por su actividad como reporteros o redactores.
            Entre 2006 a 2019 la acción del control de la libertad de prensa, inspirado en el chavismo, no usó la violencia directa sino el permanente desgaste del trabajo periodístico, sobre lo cual hay mucho material difundido.
            La herencia actual es una prensa actual desorientada, dividida y debilitada como está la sociedad en su conjunto, con escasos ejemplos de periodismo ciudadano, ausencia de crónica moderna y amputado el periodismo investigativo.
            Al inicio de la movilización ciudadana, hubo reporteros que escaparon a Argentina, aunque nadie los perseguía salvo la condena social. Quizá avergonzados. Así también desparecieron programas televisivos por voluntad propia porque ya no tenían a quien publicitar. El director de un semanario es uno de los asilados en la Embajada de México. Hay radios que tienden a desaparecer porque ya no tienen la publicidad oficial.
            Lo más lamentable es escuchar a conductores de programas radiales y televisivos que hasta noviembre guiñaban ojos y avisos al gobernante Movimiento al Socialismo y de pronto se convirtieron en sus mayores críticos. ¿Dónde estaban antes?
            Tan inseguros son de sí mismos y de sus ideas que se dejan llevar de la nariz por intrusos de otras realidades como Fernando Rincón o Alejandro Entrambasaguas y otros que quieren enseñar a los bolivianos cómo hacer periodismo. Mejor dicho, hay algunos bolivianos que quieren imitarlos a última hora. Dan un inaceptable protagonismo a CNN.
            Los tropezones de los medios estatales también muestran la falta de orientación estratégica y de compromisos institucionales que podrían ser el inicio de recuperarlos para el público y no para un partido.
            Los periódicos más tradicionales son los más vigorosos y confirman lo que anoté hace dos décadas, aunque me criticaron por usar una categoría “no científica”. Sin embargo, está claro que las familias cuyo principal interés es el negocio de informar y de mantener su credibilidad pudieron superar las coyunturas complicadas.
            Entre tanto, la prensa boliviana no sabe a dónde va y está lejos de su esplendor.