En abril de 1996, Cochabamba recibía
a los ministros de relaciones exteriores del Grupo de Río y de la Unión Europea
en el momento más alto de las relaciones intercontinentales como la fuerza que
equilibraba el planeta. La cancillería boliviana era en ese entonces
profesional y preparó un programa impecable y documentos históricos.
Gobernaba Gonzalo Sánchez de Lozada
quien presidió una cascada de reuniones internacionales regionales, continentales
y bicontinentales. En ese marco llegó a Bolivia después de 50 años un
presidente chileno, Eduardo Frei. La Policía era capaz de garantizar la
seguridad de todos y el exguerrillero colombiano Antonio Wolf contaba que por
primera vez en su vida caminaba seguro por una plaza.
El Grupo de Río reunía a estados latinoamericanos
junto al CARICOM caribeño presididos por mandatarios de distintas tendencias
ideológicas, pero con un común deseo de integración bolivariana. La Unión
Europea estaba fortalecida después de la caída del Muro de Berlín y era la
principal socia de Latinoamérica, incluida Bolivia. Esa relación era la gran
esperanza de un mundo pacífico y de creciente bienestar. La región conquistaba
la democracia, aún a saltos, pero por primera vez en la historia continental
los gobiernos eran constitucionales.
Particularmente, en el caso
boliviano, la UE ofreció siempre una amistad sin condicionamientos, apoyo
económico, tecnológico y político. Fueron regímenes como Holanda o Alemania, Suecia,
Francia y también España los que acogieron a refugiados políticos y aislaron a
las dictaduras militares hasta la recuperación democrática.
Sucesivos parlamentos europeos, casi
siempre con una mayoría de centro izquierda y/o centroderecha, mantuvieron
buenas relaciones con América Latina y con Bolivia. Son muchísimos los asuntos
de interés entre ambas regiones, aunque no siempre La Paz consiguió aprovechar
ofertas privilegiadas de comercio justo.
Muchas veces visitamos Bruselas y
Estrasburgo donde encontramos entusiastas políticos en su visión hacia nuestra
región. Sin embargo, las fuerzas políticas cambiaron drásticamente en la última
década. Los gobiernos populistas de derecha en Europa y sobre todo el populismo
del llamado socialismo Siglo XXI rajaron esa construcción de décadas.
Estos días visitamos Berlín y
escuchamos a parlamentarios y a candidatos preocupados por el crecimiento de la
extrema derecha en diferentes países de la UE, las incertidumbres provocadas
por el Brexit, asuntos como la migración desde el sur, la situación de las
minorías.
Fue difícil, nos contaron, lograr
una posición de los 28 estados en relación a la crisis venezolana rechazando la
ilegalidad del gobierno de Nicolás Maduro. Hay mucha preocupación por el futuro
de Bolivia con un candidato que perdió el referendo para abrir la constitución
a su habilitación, pero que igual se presenta.
Sólo un puñado de parlamentarios
europeos envió una carta de apoyo a Evo Morales, de los 751 actuales. Será más
difícil tener reconocimiento entre los diputados elegidos el próximo 26 de mayo
pues las encuestas anuncian el incremento de parlamentarios de la derecha.
Además, la UE privilegia las
relaciones con estados que respeten los derechos humanos, las libertades como
la libertad de prensa, los procesos eleccionarios correctos, la vigencia de la
división de poderes y la independencia de los jueces.
Los bolivianos deberían atender más
lo que está pasando en la UE pues esa la fue la mejor ancla internacional para
los años de la democracia, aún en este ciclo deteriorado.