El abrazo fraterno, la sonrisa
cómplice, el aplauso compartido y las palabras con fuerza de palabras amables,
mientras ríos de gente sin prisa y con pausas en cada local desbordaban las
calzadas para alcanzar lo más posible del programa de quinientas ofertas
culturales en una larguísima noche otoñal.
Año a año se repite el ritual que
deja de lado el paro de transportistas, los discursos estridentes, las
confrontaciones en el kilómetro cero, para mostrar que la ternura de los
bolivianos, aquella que tanto amaba el libertario Líber Forti, goza de muy
buena salud; sólo se esconde para que los malignos no terminen de ahogarla.
Hablaba con los organizadores, con
artistas y espectadores intentando encontrar las razones profundas que provocan
el torrente de humanidad de la tradicional Larga Noche de Museos que empieza a
las tres de la tarde y que este año saltó a Viacha y Mallasa y repitió el éxito
en El Alto. Si se compara cuántas personas salen del Estadio completo,
fácilmente se puede calcular que unos 250 mil peatones, o sea cinco estadios, caminaron
esa jornada.
En otro lugar destacamos las ofertas
artísticas, acá rescatamos la esperanza de ser mejores a través del
conocimiento y de la belleza. Los grupos se desplazaban entreverados, familias
que incluían niños y abuelos; jóvenes antes de irse a la disco; abrigos,
mantas, mantillas, chamarras y sacones, zapatos de todos los modelos y tamaños.
Esa es la verdadera inclusión social. La unión nacional donde los militares son
tan hospitalarios como los gestores culturales y los museos estatales completan
el programa de los espacios municipales.
Mientras hacía la cola para la
exposición de un fotógrafo escuchaba a la niña que había llegado desde
Munaypata comentando la obra que simulaba espacios vacíos y su padre la
escuchaba respetuoso. Las calles se abrían y también las casas porque todos
quieren compartir y las señoras de la Ecuador salieron a vender linaza caliente
y unos chicos de Camargo ofrecían vino con chocolate. Más allá las
anticucheras, la vendedora de algodón de dulce, los ecologistas con sus
productos naturales y la señorita de amplia falda tarijeña con sus jugos de
frutas. Una pareja llegó de Coroico para brindar con café mientras las bellas chicas
zapateaban flamenco.
Especial mención para las embajadas
argentina, uruguaya, italiana, española y la simpática iniciativa brasileña
para que todos gocen los jardines de la más bella residencia de la Arce. Hasta
los guardias se volvieron guías ante la demanda de la multitud.
Lo mejor de las utopías es que
existen.