Arriba, en la pared de una casa, cuelga un aviso con una foto de Luis Arce Catacora luciendo guirnaldas y disfrazado de técnico de la Empresa Pública Social de Agua y Saneamiento (EPSAS). El anuncio hace referencia a la renovación de alcantarillado en la avenida Ecuador, la ruta vertebral del barrio de Sopocachi, en La Paz, la antigua Avenida Centenario. EPSAS surgió de un complejo proceso para sacar a Aguas del Illimani y tiene un alcance al espacio metropolitano paceño.
¿Qué tiene que ver el mandatario del (No) Estado Plurinacional con las tareas
que durante décadas eran responsabilidades directas o indirectas del municipio?
¿Se imaginan a Ismael Montes en esos afanes, o a Víctor Paz Estenssoro? Luis
Arce tiene un afán desmedido de aparecer. Quizá le aconsejaron que si su rostro
se repite subirán sus bajos niveles de popularidad. Al revés, los resultados
del trabajo subrayan su incompetencia.
Hace poco, en la recta de la Avenida Costanera, aparecía un banner donde él
abrazaba al vicepresidente David Choquehuanca, en la típica imagen paternalista
del criollo sobre el indio. Difícil una foto contraria: Choquehuanca
apapachando a Arce. Hugo Chávez arropaba a Evo Morales como a su “indio”; nunca
a la inversa.
Más allá, enormes vallas muestran al alcalde Iván Arias, sonriente, con flores
rebasando su garganta, rodeado de gentes. Anuncia sus “grandes obras para La
Paz”. Es otro que sueña con la reelección. ¿Creerá que su gestión ha aportado
al bienestar de la sede de gobierno? ¿Creerá que sólo “unos cuantos” de la zona
sur son los que se quejan?
Mientras la realidad acumula tristes datos duros.
En el ciclo que se abrió en enero de 2006, el territorio boliviano vivió el
deterioro de la calidad de vida: el capitalismo salvaje, los incendios
descontrolados, las sequías, la deforestación. En 2019, el extremo de la
catástrofe provocó la reacción ciudadana como prólogo para sacar a Morales del
poder. En 2024, las quemas revelaron la complicidad entre autoridades y
traficantes de tierras, la relación de avasalladores con mafias, con estructuras
delincuenciales.
En las ciudades, las gestiones municipales se han aplazado, salvo el caso de
Cochabamba. En La Paz, el fracaso de Arias y de su equipo es aún más frustrante
porque había una acumulación de 20 años de cultura ciudadana, de prevención de
riesgos, de ejemplar gestión de las actividades artísticas, la expansión de
áreas verdes y una apertura a mejores indicadores de desarrollo humano.
Hace un siglo, cuando comenzaba la expansión del barrio más bonito y original
paceño, cuando autoridades y propietarios combinaban confort, belleza, vista
hacia el Illimani, se trazó la Avenida Centenario. Es una calle suficientemente
ancha, serpenteante, plana, conectando las cuestas de la Aspiazu, la Guachalla,
la Rosendo Gutiérrez, la Belisario Salinas, la Pedro Salazar, los nombres de
los liberales que tenían educación y decencia. Todas arborizadas, uniendo su
verdor a las muchas plazas, a las chacarillas, rosales y jardines de las casas
donde moraban poetas, músicos, profesores, industriales, comerciantes mestizos
y migrantes, libreros, parroquianos.
La Avenida Centenario, denominada años más tarde como Avenida Ecuador,
terminaba en el mirador de El Montículo, la parada del tranvía 2. Aunque a la
vez continuaba hacia la plaza España, los recovecos que unían con Llojeta (el
proyectado Parque Forestal), el inestable barrio de Tembladerani y senderos
hacia El Alto.
En este Bicentenario, Arias ha emprendido hace 18 meses, el mejoramiento de
tres o cuatro cuadras de la calle Abdón Saavedra, paralela a la
Centenario/Ecuador. Una absurda tardanza que ha afectado a los vecinos y a la
circulación vehicular. Es una historia digna del populismo, muy larga y el
lector se cansará de los detalles. Eso sí, grandes banners con el rostro del
Negrito. Para la propaganda personal de Arias sobra dinero.
Desde enero, las entidades emprendieron el destrozo de los adoquines de la
cuadra Aspiazu-Guachalla. Un barrial de varias semanas para que al final queden
jorobas en vez de calzadas. La tarea continuó otras cuadras, cada cual rematada
al gusto del capataz de turno. El conductor encontrará más baches que
prosperidad.
La Avenida Centenario era un símbolo del progreso, de la estética, de la
modernidad, similar a las calles paralelas 20 de Octubre, 6 de Agosto y Aniceto
Arce que unían el centro con la expansión urbana hacia San Jorge, Obrajes,
Calacoto.
El Montículo, una suave colina desde donde se divisa en 360 grados todo el
paisaje fantástico de la ciudad de colores, cielo brillante y al guardián
Illimani, era el resumen de ese deseo de combinar naturaleza, ciencia y
bienestar. La pequeña capilla, los bancos, los árboles, las glorietas eran el
escenario para imaginar poemas, escuchar retretas, enamorar, o simplemente
caminar bajo el rumor del follaje.
En este Bicentenario, como en todas las calles y plazas paceñas, la maleza
ahoga a las pocas flores que sobreviven al descuido de los dueños de perros, la
sobrepoblación canina del parque que ya no alberga a niños ni a escritores. Los
pastos crecen entre las piedras y los adoquines. Ya se cayó un muro antiguo; en
otros lugares hay el mismo descuido.
Arias fue fruto del voto equivocado, del voto “contra el MAS”. Cuidado para los
próximos comicios, los demagogos no son sólo los azules.