https://correodelsur.com/ecos/20241201/un-cementerio-del-centenario.html
Este
jueves 31 de octubre, mientras las almas se acicalaban para visitar a los
vivos, del brazo de mi amigo Alan Shave, crucé la hermosa verja del camposanto
más escondido y más misterioso de La Paz: el cementerio inglés, conocido oficialmente
como Cementerio Anglo-Americano.
En las
caminatas por la Avenida Vázquez -ese pedazo de microclima de eucaliptos,
retamas y kantutas en el corazón de Pura Pura-, me intrigaba el pequeño jardín
con lápidas, casi escondido en un recodo, rodeado de los muros de las fábricas
del apogeo industrial paceño.
LA ESTACIÓN
Al
recorrer la zona, en plena pandemia, con barbijos y alcoholes, un atardecer
brumoso, Gerardo Velasco y José Luis Rodríguez de la Cámara Nacional de
Industrias (CNI) me contaron que ahí reposan ingleses, quienes llegaron
fundamentalmente durante la construcción de los ferrocarriles desde fines del
siglo XIX y para cumplir otras funciones durante la primera mitad del siglo XX.
La
Estación Central quedaba a pocas cuadras, también rodeada de arboledas, con una
permanente sensación de partidas, de llegadas. A la vez era un espacio
fronterizo entre La Paz más urbana y criolla y la ciudad de laderas, que sube y
serpentea, entre montañas, hacia el Pacífico, ahora convertido en una vistosa
parada del Teleférico Rojo.
Los
gerentes y funcionarios de la Railway fueron poblando pequeñas casas que
siempre parecían recién pintadas, con sus ventanas luciendo preciosas cortinas
azules, con porches de macetas. Aún persiste el rastro del césped bien cuidado,
las cadenas de eucaliptos, los senderos, las filas de rosales y alguna palmera
de esas pioneras que se atrevieron a crecer a 3.600 m.s.n.m.
Ellos
trajeron diferentes costumbres que, de tan cotidianas, los bolivianos creen que
siempre estuvieron en sus hogares. Hace unos días, en la celebración del
cumpleaños de su Majestad, la Embajada Británica presentó un video para
recordar que el the at five fue una importación alegremente adoptada por
las señoras andinas; que patear pelota con reglas de juego y portería fue su
invención. En Pura Pura comenzó la práctica del tenis y el Club más antiguo
celebrará 100 años este próximo 2025.
Muchos
migrantes europeos llegaban solos. Algunos retornaban a sus países después de
cumplir los contratos. Otros traían familia y gustaron tanto de los cerros
azulados que se establecieron en Los Andes. Hubo los que se enamoraron de
collitas y acá dejaron sus huesos.
Alan
Shave -exdiplomático inglés que junto a su esposa Lidia, nacida en Chile, eligió
vivir su jubilación en La Paz-, ha reunido (sigue reuniendo) cientos de fichas
para contar las innumerables anécdotas de los anglos que llegaron a Bolivia.
En su
libro, aún inédito, encontré las pistas para conocer la historia del cementerio
inglés. Gentil, como buen caballero, consiguió prestarse la llave oficial del
lugar. Acordamos casi por azar la fecha de la cita, hasta que nos dimos cuenta
de que era Halloween, vísperas de Todos Santos y el Día de Difuntos. Fue el
mejor cicerone para recorrer la desértica necrópolis en ese ambiente fúnebre.
LA VISITA
A pesar
de la puntualidad inglesa, el taxista amable que consiguió gasolina y que
partimos en hora matutina, cruzar desde Sopocachi el centro con sus eternas
marchas, vencer las calles estrechas, salvar un bus trancado y las otras
delicias paceñas, llegamos más tarde de lo programado a la antigua zona fabril.
Fue toda
una ceremonia: abrir los grandes candados, recorrer la verja, asegurarla,
quedar encerrados en un osario. Una vez, un visitante llegó en silencio cuando
Alan en solitario fotografiaba tumbas y él no quería repetir el susto, pero yo
hubiese preferido dejar libre el regreso, por si acaso.
El
cementerio es relativamente pequeño y escasamente ocupado, aunque aparentemente
no habría más sitio pues los lugares que quedan entre el centenar de sepulturas
están reservados para familiares. Quizá sus fundadores pensaron que tenía que
proyectarse todo el espacio para albergar a la entonces notable colonia
británica, antes de las revueltas nacionalistas.
El
pequeño sitio está próximo a cumplir un siglo, cuando el barrio era todavía
rural y recién asomaban las chimeneas de las fábricas de avena, galletas,
cartones y papelería, zapatos y botines, algodones y gasas, sueros, bebidas.
Aunque
la placa principal lo identifica oficialmente como Anglo-American es más referido
como British Cementery y, de hecho, hay pocas lápidas que reconocen a estadounidenses,
entre ellos al fundador del colegio americano. El primer entierro en 1936 fue
de un ciudadano de Estados Unidos.
Fue
consagrado en 1935. En la historia recogida por Shave, el sitio fue vendido por
la Antofagasta (Chili) and Bolivia Railway en 1930 a los ciudadanos que
tuvieron la iniciativa de contar con un coto específico para su comunidad. El
Ferrocarril Guaqui-La Paz de la Peruvian Corporation también estaba en manos
inglesas. El municipio autorizó ese mismo año su uso como cementerio.
La
Railway mandó construir los muros y administró el diseño como un jardín de paz
y tanto empresas como individuos aportaron con donaciones para concluir el
proyecto, cercano a las vías del tren.
Cuando
los servicios ferroviarios fueron nacionalizados, el cementerio fue administrado
voluntariamente por dos miembros de la Logia Masónica Anglo-Boliviana en La
Paz: Chris Brain, un ex ingeniero de la Cable West Coast y luego Mike Tondu,
cuyo padre holandés era cónsul honorario en Bolivia.
El
mantenimiento del cementerio fue financiado entre otros por el empresario
británico Archie Sears, masón que hacía sus donaciones de forma anónima. Murió
en Cochabamba en 2018, a los 104 años. Su primera esposa descansa en el
cementerio inglés.
Los
archivos han tenido que superar el rigor del paso del tiempo, los tumultos
políticos en la zona, los olvidos y otros obstáculos hasta llegar a la Embajada
británica que es la actual propietaria legal. Al principio, el terreno fue
dividido en dos secciones para las ceremonias protestantes con los reverendos
ingleses, y para las ceremonias católicas que contaban con sacerdotes,
inclusive con la participación del nuncio.
LÁPIDAS
Casi
todas las lápidas están borrosas, alguna parece incluir un signo masónico, y
tienen características algo distintas a las de los cementerios generales
bolivianos.
W.A. Pickwoad,
gerente general del ferrocarril está enterrado en Pura Pura. Otro nombre
aparece relacionado con una curiosa historia de espías y de donaciones anónimas
dignas de una novela policial británica. Thomas Elwyn Pryice, nacido en Wales
en 1922 y ahogado en Guaqui en 1954, cuya muerte fue investigada por el
historiador James Durkeley. Shave la cuenta en detalle en su libro.
También hay sepulcros de familias
que quedaron en La Paz como marca de gente laboriosa como los Kent, los Ashton,
los Martin, los Tredinndick y otros con descendencia boliviana.
En La Paz existen otros cementerios
para las comunidades alemana, judía; otros son privados y algunos se expanden
en los barrios periféricos. Al pie del Huayña Potosí está el hermosísimo
cementerio de Milluni, cuyas diminutas casitas y cruces de hierro se han
convertido en un concurrido paseo turístico.
El Cementerio General del siglo XIX está
en el límite de su espacio; de él hablaremos en la próxima entrega pues el
exalcalde Luis Revilla y el responsable Adrián Conitzer lo sacaron del
deterioro con imaginativas iniciativas con coloridos murales en los mausoleos.
Una semana después del Día de Difuntos se realiza la otra ceremonia, para las ñatitas.
Los cementerios bien cuidados son visitas
obligadas en París, Barcelona, Nueva York o Berlín. Bolivia cuenta con muchos
ejemplos. El más notable es el de Sucre. Otra tarea pendiente para aprovechar
leyendas y relatos, a la vez que se dinamiza el turismo interno y externo.