El presidente Luis Arce Catacora debe ser uno de los pocos mandatarios de nuestra historia que cumple sus promesas. Anuncios que no fueron explicitados durante la campaña electoral sino durante algunas visitas oficiales en los países de la saga de Puebla.
Arce pronosticó que Bolivia sería una nueva Cuba y lo está logrando. Faltó
aclarar algunos detalles. La Cuba que visualiza el régimen del Movimiento al
Socialismo (MAS) no es la Cuba de la educación gratuita para todos, donde los
pioneritos pueden aprender a leer y escribir hasta alcanzar estudios
superiores. La ideologización y la propaganda no limitan el horizonte que abre
la alfabetización universal.
En el (No) Estado Plurinacional, el segundo a bordo, David Choquehuanca
Céspedes, intenta convencer a los jóvenes, sobre todo del área rural y
periurbana y mayoritariamente de origen aimara, que no es importante el
conocimiento. Imita el texto de Evo Morales Ayma que criticaba a quiénes
asistían a las universidades.
Tampoco el gobierno boliviano aplica políticas públicas para alentar el
atletismo, el deporte, la búsqueda de medallas olímpicas tal como conquistaron
los cubanos. La delegación boliviana en París será escasa, salvo en dirigentes
y funcionarios. Los únicos campeones bolivianos son aquellos deportistas que se
autofinancian entrenamientos y participaciones en maratones, en canchas de
racquet o en piscinas. ¿Cuántos hijos de familias con pocos recursos pueden
acceder a una pista de tartán? ¿Dónde, cuándo, cómo?
Mucho menos el estado que visualiza Arce Catacora es la Cuba con capacidad para
investigar en laboratorios que ensayan vacunas o fabrican remedios novedosos.
Al contrario, la saturación en los hospitales públicos, el estancamiento en la
mortalidad infantil desnuda el retraso nacional. Ni siquiera los esfuerzos
personales de la ministra María Reneé Castro alcanzan para revertir la
tendencia. La tasa de mortalidad en Bolivia es tres veces más que la de Cuba
(24/8) y cuatro veces más que la de Chile (6).
La Cuba que nos heredan Evo, Lucho y sus gabinetes es la Cuba de las miserias.
La Cuba donde la gente tiene hambre; la Cuba de las libretas de racionamiento,
como en los años cincuenta en La Paz. Hace poco me quejaba porque no encontraba
mis galletas preferidas en los estantes de supermercados y almacenes. Ahora
tampoco hay tomates y otros productos escasean.
Los titulares oficiales y de la prensa, relativos a la falta de tomates en el
país, merecen una novela negra. Rozan el absurdo y la comedia. Las
explicaciones que intentan justificar que el kilo cueste ahora cuatro veces más
que en enero, pero cinco veces menos que en Argentina, se asemejan al dicho
dieciochesco: a falta de pan, buenas son las tortas. En los mercados,
encapuchados roban tomates. En las calles la gente cocina ollas comunes con
leña y sin tomates.
Por todos los datos escritos y orales consultados, ni en la Guerra del Chaco,
ni en la estabilización de 1956, ni el 80, ni el 83 faltó llauwja en
las mesas de los cochabambinos y potosinos. Aún en momentos de mucha pobreza,
los mineros contaban con esa salsa picante para sus sardinas de media mañana.
Las colas en los surtidores; la cantidad de energía que se pierde en esa
gestión (cotidiana para los conductores del transporte público); la falta de
diésel para los tractores que preparan las siembras de invierno; la carencia de
gasolina en las fronteras y en los lugares que ofrecían paquetes turísticos,
son mucho más graves de lo que los propios afectados pueden imaginar.
¿Dónde migrarán los bolivianos? Incluso Venezuela tiene más futuro porque a
pesar del deterioro chavista, bajo sus suelos brota petróleo y ese combustible
seguirá siendo importante varias décadas. En Bolivia, ningún indicador augura
que pronto se pueda volver a exportar gas. Los expertos describen un triste
futuro. Ni mencionar el litio o el hierro, ni siquiera la economía naranja.
En ese panorama, asoma la peor imitación a Cuba: la represión. Fumigar, apagar
la luz, afectar chips y otras maniobras para impedir la realización de una
asamblea legislativa son un tenebroso síntoma.
Arce-Choquehuanca intentan anular los mínimos espacios de democracia que aún
sobreviven después de las arremetidas de los últimos 18 años. Arce no fue un
ministro de confrontación en el pasado. Al contrario de lo que algunos le
aconsejan, si opta por el diálogo y confía en los esfuerzos privados podría
cruzar menos agobiado al Bicentenario