En este
año bisiesto, las Olimpiadas se desarrollarán en París y en otros escenarios franceses
entre el 26 de julio y el 11 de agosto. Este encuentro de los atletas trae siempre
una esperanza para la paz mundial porque muestra que es posible el abrazo
fraterno entre hermanos, como soñaron Schiller y Beethoven; la paz que tanto
anhela la mayor parte de la humanidad.
El
escenario adquiere en 2024 un simbolismo especial pues Francia es la patria del
barón Pierre de Coubertin, el padre de las olimpiadas modernas, quien
desarrolló su idea -aparentemente imposible y loca- en la imponente Universidad
de la Sorbona de París en 1894. Probablemente somos muchos los niños y
adolescentes que admiramos a este personaje y su lema: “citius, altius,
fortius”: “más rápido, más alto, más fuerte”. La serie “Estrellas del Deporte”,
revista de la editorial mexicana Novaro, contaba a los pequeños latinoamericanos
sobre el barón y los héroes de cada juego.
Pierre
(1863-1937) fue un pedagogo y un historiador, aristócrata y académico, que
imaginó sociedades atléticas como parte de sus métodos de enseñanza. Mostró que
el deporte era más que una afición juvenil o una práctica corporal. Dictó
conferencias en Europa y en Estados Unidos para destacar la importancia de la
práctica deportiva como motor de la disciplina, el honor, la lealtad, la salud.
La singular doctrina del cristianismo muscular buscaba la perfección del
espíritu a través del deporte y de la higiene y él se inspiró en esa
posibilidad.
La
educación física se convirtió en parte de la currícula escolar: correr, saltar,
lanzar jabalina, subir al caballete, pasar las pelotas, cubrir los arcos,
doblar las piernas, alcanzar la soga, trepar la rampa, ayudaron y ayudan a
moldear los temperamentos mucho más que otras materias.
El
deporte siempre fue un ritual, desde los calzados especiales, las medias, los
pantalones cortos, las camisetas anchas, la banda para el cabello. Ritual que
tuvieron la mayoría de las culturas de una u otra forma. Sin embargo, fueron
los griegos los que consiguieron perfeccionar las competencias para darles un
sentido sacro.
Las
historias sobre las maratones, los laureles, las medallas de las antiguas
gestas y de los juegos olímpicos modernos en estos cien años son interminables,
siempre emocionantes. La participación de los atletas bolivianos fue
generalmente marginal, tímida, con delegaciones llenas de funcionarios y
escasos deportistas.
En el
nuevo siglo se perdieron las oportunidades. No es este lugar para describir los
errores en los nombramientos de viceministros/tras ignorantes y de la falta de
políticas públicas para alentar la práctica deportiva. Desde el Estado no se
trabajó lo suficiente para descubrir y alentar talentos, como consiguió
Colombia en los últimos quinquenios como parte del proceso de paz interna.
Pese a
ello, actualmente existen atletas bolivianos que han destacado
internacionalmente por su propio esfuerzo, el respaldo de sus familias, de sus
clubes o la dedicación de algún entrenador. La empresa privada apoya el
desarrollo de disciplinas y ello se refleja en victorias deportivas que dan
alegría al país. Es decir, desde la sociedad civil se abre paso la ilusión.
El
Comité Olímpico francés, como publica diariamente su página oficial, está
empeñado en organizar un campeonato inolvidable, digno de Pierre de Coubertin.
A pesar de los conflictos sociales, el presidente Emmanuel Macron está
comprometido para cumplir las expectativas y que Francia muestre al mundo su
mejor rostro.
Estas
Olimpiadas tienen además la particularidad de realizarse después de las de Tokio,
Japón durante la pandemia del COVID. El país asiático puso su mayor inversión,
pero las competencias no fueron las mejores, aunque no se suspendieron como en
1916, 1940 y 1944 por las guerras mundiales.
Seguramente
la situación política mundial estará presente. Europa es testigo de una nueva
invasión rusa a su territorio, en Ucrania, como no pasaba desde el final de la
Segunda Guerra Mundial. La masacre de Israel contra la población palestina ha
afectado al Comité Olímpico de Palestina y a atletas que viven en Gaza, aunque
otros radican en países vecinos. Seguramente el desfile de esa delegación
tendrá mucho simbolismo, más de lo sucedido en 2020.
A pesar
de esas condiciones, el mundo espera ansioso los XXXIII Juegos Olímpicos de
verano. Ojalá que los medios de comunicación y los responsables del deporte
nacional aporten para conseguir la máxima difusión para el mayor disfrute de la
competencia entre atletas y público bolivianos. Sin olvidar que en otoño
seguirán los juegos paraolímpicos; cada versión es más hermosa que la anterior
y merece ser aplaudida.