La memoria histórica es una asignatura siempre pendiente entre los bolivianos. En la intensidad cotidiana, se olvidan los hechos trascendentales que de una u otra forma cambiaron el curso de una época abriendo nuevas corrientes.
Hace
medio siglo, entre el 22 y el 31 de enero de 1974, las balas de las Fuerzas
Armadas de Bolivia reprimieron la primera gran protesta agraria desde las
grandes movilizaciones de los años cuarenta del siglo XX. El alzamiento
campesino en el Valle Alto de Cochabamba puso el punto final al llamado Pacto
Militar Campesino.
En mi
retina quedó grabada la imagen de los camiones cargados de campesinos apresados
que transitaban por la carretera de Oruro a La Paz. Mi padre Huáscar, con el
afán de mostrar a sus hijos lo que era la patria en vivo y en directo, nos
había llevado a recorrer los departamentos del sur. Ese viaje nos marcó a
todos, herencia que también llega a los nietos. Bolivia era (es) la gran madre
desangrada por sus propios vástagos, como la más dramática de las epopeyas
clásicas.
En Potosí escuchamos las primeras
noticias de las protestas entre los fabriles de la industria “Manaco”, famosa
por sus calzados escolares y por su combativo sindicato. Pocos días atrás, el dictador Hugo Banzer
había anunciado una serie de decretos con drásticas medidas económicas. Una vez
más, el costo de las correcciones caía sobre las espaldas de los asalariados.
El incremento de los precios de los artículos de primera necesidad afectaba
directamente a los campesinos. La cotización de la moneda boliviana pasó de 12
a 20 por dólar; los dólares escaseaban en todo el país.
El primer punto de bloqueo fue
obrero, en Quillacollo. El 24 de enero, los campesinos del Valle Alto
bloquearon la carretera a Santa Cruz colocando piedras por más de 100
kilómetros. Días después, fueron los de Sacaba los que cortaron la ruta al
Chapare.
Los periodistas informaron sobre
la indignación y la impotencia de las familias campesinas empobrecidas. La
Reforma Agraria de 1953 les había dado títulos de tierras a la vez que los
había abandonado sin planes para mejorar sus técnicas agrícolas o para
encontrar más y mejores mercados para sus productos. La ilusión del “cambio”
había pasado; igual que el entusiasmo por el general que los había engañado a
pesar de hablar quechua y disfrazarse con poncho y guirnaldas.
Los soldados fueron apoyados por
aviones que ametrallaron a campesinos en Epizana causando los primeros muertos
y heridos. Tolata fue la otra población especialmente reprimida. ¿Cuántos
murieron? Nunca se sabrán las cifras; se calcula que al menos hubo ochenta
fallecidos y decenas de heridos. Lo cierto es que muchas familias no lograron
rescatar ni reubicar a sus seres queridos desaparecidos.
La masacre continuó en otras
poblaciones rurales cochabambinas declaradas “zona militar”. Era ministro de
Gobierno Walter Castro Avendaño, reemplazado en febrero por Juan Peredo Asbún.
Así se iniciaba la etapa más feroz de la dictadura, ya dentro del Plan Cóndor.
Las fotos de los cadáveres y del
llanto de hombres y mujeres publicadas por “Presencia” resumen los hechos.
Banzer, en el apogeo de su poder declaró: “si encuentran a un comunista,
mátenlo”, ofreciendo recompensa a quien le obedeciera.
La masacre tuvo un resultado
inesperado para los militares. Comenzó el lento proceso de unificación de las
organizaciones campesinas hasta la fundación de la Central Única Sindical de
Trabajadores Campesinos de Bolivia, CSUTCB, que mantuvo su independencia hasta
la intromisión clientelar del MAS.
En 1998, aunque parezca
increíble, el mismo personaje convertido en presidente constitucional, a través
de su ministro de Educación, ordenó que se destruyeran miles de calendarios que
se habían impreso con fechas históricas. No quería que se recordasen los
sucesos del 28 y 29 de enero de 1974. Asunto que denuncié en otros artículos.
En 2013 autoridades municipales de Tolata (del MAS) ofrecieron un mural como
memoria y como homenaje; ignoro si esa promesa fue cumplida porque en su
momento no se quería ofender al pacto FFAA- MAS.
Lo triste de olvidar la historia
es que se repite. Así lo demuestra la represión de Evo Morales- David
Choquehuanca- Sacha Llorenti contra campesinos en Chaparina. Así como nunca
hubo sanciones contra los autores de la Masacre del Valle Alto, tampoco hubo un
juicio contra Sacha Llorenti, quien terminó premiado con cargos internacionales
como ¡defensor de los Derechos Humanos!