CAYARA VALE UN POTOSÍ
LUPE CAJÍAS
REVISTA ECOS, Correo del Sur (Sucre) y El
Potosí (Potosí)
25 de febrero de 2024
https://correodelsur.com/ecos/20240225_cayara-vale-un-potosi.html
Mi
recuerdo era lejano, lejanísimo. Mi padre, el periodista y filósofo Huáscar
Cajías, nos llevó a siete de sus 10 hijos en un vehículo destartalado a visitar
la hacienda “Cayara” como parte de un recorrido por Sucre, Potosí y Tarija. La
imagen de una anciana elegantemente ataviada en medio de la oscuridad, sentada
en unos sillones forrados de seda ajada en una sala repleta de objetos, quedó grabada
en mi retina por medio siglo.
Imagino
que llegamos hasta ese lugar por gestiones de Luis Soux, heredero de la familia
que ocupó la casona en el siglo XX, amigo de papá y colega en el periódico
“Presencia”.
La única
anécdota que aprendí en esa adolescencia fue que la casa soleada quedaba cerca
de la ciudad de Potosí y que ahí había pernoctado el Libertador antes de
continuar viaje a La Paz. Durante años creí que era una referencia al trayecto
de Simón Bolívar. Estaba equivocada. La cama que aún existe recibió el cuerpo
tibio, moreno, del hombre de crespos cabellos, Antonio José de Sucre, guerrero
y amante que dejó su rastro bajo esas cobijas antes de volver a empuñar la
espada cuando apenas amanecía.
Esa
primera visita fue en enero de 1974 como parte del programa que Huáscar, viudo
desde 1968, regaló a sus rebeldes descendientes para que vean la patria con sus
propias experiencias. El retorno no fue tranquilo pues en la carretera pasaban los
camiones repletos de campesinos detenidos. Era la época del dictador Hugo
Banzer y las tropas habían acallado a bala las protestas agrarias en Tolata y
Epizana.
Caminar
Bolivia es una de las mayores enseñanzas que dejó el patriarca boliviano. Sus
hijos siguen esa huella y la trasmiten a los nietos. Antes de cualquier
aventura, la primera valija es maravillarse con el paisaje, las gentes y la
cultura del país.
Ahora el
viaje es parte de un tour planificado, organizado desde un ordenador y en
condiciones muy diferentes, sobre todo porque el camino es asfaltado y por la
calidad del transporte privado que es posible alquilar en las rutas turísticas
de Potosí.
Sin
embargo -imposible esconderlo- el rumor de amenazas con bloqueos carreteros es
la sombra permanente en todo viaje por Bolivia. Cualquier motivo político o
social puede desencadenar un corte causando un perjuicio incalculable al
potencial turístico del territorio más diverso del continente.
LA HACIENDA
La
Hacienda Museo Hotel Cayara queda a media hora de la ciudad de Potosí, en en dirección
a Oruro, pasando por la famosa Cueva del Diablo. Existe un camino directo y
otros desvíos para cortar el tiempo y contemplar imágenes de las montañas y la
silueta del inigualable Cerro Rico “Sumaj Orko”.
El
recorrido está bordeado de álamos, molles y sauces, algunos solitarios, otros
apiñados en arboledas preciosas, rodeadas de los colores mágicos del altiplano.
Quedan varias edificaciones antiguas antes de divisar en medio de jardines la
antigua hacienda colonial.
Cayara está
ubicada en un valle a 3.550 msnm, protegida por cerrillos y cañadones que crean
un microclima, típico de paisajes potosinos y chuquisaqueños: manchas verdes en
medio del páramo. El silbido del viento es el único sonido cuando se atraviesan
los muros de calicanto hasta el primer patio empedrado.
La
tranquilidad es el principal signo en este singular hospedaje.
Desde el
principal portón se divisa la arquitectura colonial con sucesivas galerías
rodeando los parques, balcones y graderías de piedra. La Hacienda Cayara es una
antigua encomienda, quizá la pionera pues data de 1557, pocos años después de
la fundación de Potosí. Inicialmente perteneció a Juan de Pendones.
Posteriormente pasó por diferentes manos y modificaciones, sin perder su
esencia original, toda una historia única.
A inicios del siglo XX la compró
el famoso ingeniero francés Luis Soux Rives, que llegó a Bolivia contratado por
Aniceto Arce para su compañía minera en Huanchaca. Fue heredada por una de sus
hijas casada con el escocés Aitken. La familia Aitken Soux es la responsable de
la restauración de la hacienda, con el atinado consejo de historiadores.
La propiedad ofrece decenas de
rincones dentro de la construcción o al aire libre porque se han recuperado los
ambientes apacibles, desde la capilla con sus imágenes manieristas y barrocas,
hasta los poyos para ver pasar las horas en compañía de gorriones y vencejos.
EL MUSEO
La
pequeña iglesia es parte del conjunto del Museo Cayara que se abre al lado de
los principales salones. La primera sala mantiene los frescos decimonónicos,
muebles, lámparas, decorados y objetos de épocas pasadas. El comedor de fiesta
es amplio con mesas y sillas de madera fina, vitrinas llenas de vajillas
europeas.
Este
hogar de marqueses y nobles españoles presenta dormitorios y espacios donde
vivían, dormían y morían los antepasados. Falta tiempo para observar los
encajes, las muñequitas, los almohadones, los utensilios, el tamaño de los
zapatos de mujer, la vestimenta festiva, las telas descoloridas.
El museo
ofrece al visitante muestras de la vida cotidiana durante los últimos cuatro
siglos.
Está cuidadosamente mantenida la
habitación donde pernoctó Antonio José de Sucre y la habitación de la última
matrona.
En el segundo piso, con una
maravillosa vista a la huerta, está el Gran Salón Jack Aitken Soux, el
responsable de recuperar la hacienda después de los años compulsos de mediados
del siglo pasado. Ahí se exhiben diferentes colecciones, entre ellas armas y
armaduras, sables históricos, pistolas, fusiles utilizados en sucesivas
guerras. También hay cerámica precolombina.
La amplia biblioteca es un enlace
entre el pasado y el estudio actual. Está bien organizada con libros de
diferentes épocas y otras publicaciones. Los mayores tesoros son los propios
documentos de la hacienda y de sus habitantes como reflejo de siglos de
producción agrícola.
Es notable el interés de los
propietarios por la historia. De hecho, la traducción del famoso Informe Pentland
(1826) que tanto importa para entender la historia inicial de Bolivia fue
realizada en 1975 por Jack Aitken.
EL HOTEL
El Hotel
convive con las reliquias. Las habitaciones son antiguos dormitorios de los
primigenios habitantes; mantienen los ventanales, los amplios lechos, parte de
un mobiliario de anticuario.
Al mismo
tiempo acogen la modernidad con el confort de colchones, almohadas y sábanas
adecuados para un huésped exigente. Los suaves tonos permiten que cada cuarto
sea cálido y a la vez caliente, además del servicio de aseo impecable.
El
restaurante funciona en la parte antigua de la casona y las mesas para comer
están rodeadas de objetos históricos. Los ventanales miran a una parte de la
huerta.
El
servicio es casero con toque internacional, la combinación perfecta. Cada
desayuno tiene alguna novedad potosina: api con tawatawas, buñuelos con miel, empanadas,
bollería. La leche, los quesos, los yogures, las natillas son producidos por la
propia hacienda. Las mermeladas las preparan las cocineras con frutas de los
propios árboles o de la zona. Todo fresco.
El menú
es variado, entre pueblerino y afrancesado. Las sopas y caldillos abren el
almuerzo y la cena, plato central y el postre con olor a mano de abuela, como
debería gozar cada hogar boliviano, en vez de las dietas de modas o las
restricciones por las desigualdades económicas. La canastilla de pan para untar
con llaywa y el jugo de fruta de temporada tampoco faltan.
El café
se sirve en la sala principal, donde siempre arde una chimenea rodeada de
sillones. Hay varios espacios para la lectura, la tertulia o el juego de mesa;
con preferencia cuentos de aparecidos o novelas de Agatha Christie y Edgar Alan
Poe.
No es un
hotel para grandes grupos; es un lugar reservado para familias, para parejas,
para estudiosos. El silencio sólo es quebrado por un sistema de música culta
que acompaña sin estridencias o por el canto de cientos de aves.
PASEOS
Cayara
está ubicada en un espacio con ofertas originales para realizar paseos,
caminatas, escalinatas, excursiones. La casa está rodeada por arboledas y
huertos como un primer atractivo.
A pocos
minutos está una represa, donde es posible navegar en pequeñas embarcaciones y
disfrutar una merienda matutina que ofrece el propio hotel.
Otra
alternativa es visitar la llamada ciudad de piedra, a ocho kilómetros, con una
antigua capilla de piedra y un altar también de piedra, aunque en ruinas. La
escalada no es difícil para niños o mayores que se encuentran con nidos de
distintas aves, pasadizos, quebradas.
También
es posible visitar la famosa hidroeléctrica construida por Soux como una de las
pioneras en el país para generar electricidad para las labores mineras. La
empresa funciona en una amplia habitación de piedra, donde se cuidad las
turbinas de origen europeo. Algunas casas de empleados y una parte del patio
están descuidadas. Al fondo cae una hermosa cascada de unos 200 metros. Este es
un atractivo que abre varias opciones para conocerlo durante diferentes
jornadas.
El otro
plan es ir hasta la lechería, cerca de la casa. Es el rostro de una industria
moderna con vacas de raza Holstein y pardo suizo. La instalación refleja una
inversión importante y los productos que ofrecen son de alta calidad, sobre
todo la rama de los yogures. Todo el proceso cuenta con riguroses controles
sanitarios y de higiene.
La
instalación está rodeada de sembradíos de cultivos para forraje como cebada,
avena, haba, alfalfa. Un recorrido por la naturaleza especialmente alegre para
los niños.
Sobre la
Hacienda Cayara se han escrito muchos artículos y libros por sus múltiples
tesoros y encantos. Nada se iguala con la experiencia propia. Cayara bien vale
un Potosí.
FOTOS