miércoles, 28 de febrero de 2024

CAYARA VALE UN POTOSÍ

 

CAYARA VALE UN POTOSÍ

LUPE CAJÍAS

REVISTA ECOS, Correo del Sur (Sucre) y El Potosí (Potosí)

25 de febrero de 2024

https://correodelsur.com/ecos/20240225_cayara-vale-un-potosi.html

 

            Mi recuerdo era lejano, lejanísimo. Mi padre, el periodista y filósofo Huáscar Cajías, nos llevó a siete de sus 10 hijos en un vehículo destartalado a visitar la hacienda “Cayara” como parte de un recorrido por Sucre, Potosí y Tarija. La imagen de una anciana elegantemente ataviada en medio de la oscuridad, sentada en unos sillones forrados de seda ajada en una sala repleta de objetos, quedó grabada en mi retina por medio siglo.

            Imagino que llegamos hasta ese lugar por gestiones de Luis Soux, heredero de la familia que ocupó la casona en el siglo XX, amigo de papá y colega en el periódico “Presencia”.

            La única anécdota que aprendí en esa adolescencia fue que la casa soleada quedaba cerca de la ciudad de Potosí y que ahí había pernoctado el Libertador antes de continuar viaje a La Paz. Durante años creí que era una referencia al trayecto de Simón Bolívar. Estaba equivocada. La cama que aún existe recibió el cuerpo tibio, moreno, del hombre de crespos cabellos, Antonio José de Sucre, guerrero y amante que dejó su rastro bajo esas cobijas antes de volver a empuñar la espada cuando apenas amanecía.

            Esa primera visita fue en enero de 1974 como parte del programa que Huáscar, viudo desde 1968, regaló a sus rebeldes descendientes para que vean la patria con sus propias experiencias. El retorno no fue tranquilo pues en la carretera pasaban los camiones repletos de campesinos detenidos. Era la época del dictador Hugo Banzer y las tropas habían acallado a bala las protestas agrarias en Tolata y Epizana.

            Caminar Bolivia es una de las mayores enseñanzas que dejó el patriarca boliviano. Sus hijos siguen esa huella y la trasmiten a los nietos. Antes de cualquier aventura, la primera valija es maravillarse con el paisaje, las gentes y la cultura del país.

            Ahora el viaje es parte de un tour planificado, organizado desde un ordenador y en condiciones muy diferentes, sobre todo porque el camino es asfaltado y por la calidad del transporte privado que es posible alquilar en las rutas turísticas de Potosí.

            Sin embargo -imposible esconderlo- el rumor de amenazas con bloqueos carreteros es la sombra permanente en todo viaje por Bolivia. Cualquier motivo político o social puede desencadenar un corte causando un perjuicio incalculable al potencial turístico del territorio más diverso del continente.

 

LA HACIENDA

            La Hacienda Museo Hotel Cayara queda a media hora de la ciudad de Potosí, en en dirección a Oruro, pasando por la famosa Cueva del Diablo. Existe un camino directo y otros desvíos para cortar el tiempo y contemplar imágenes de las montañas y la silueta del inigualable Cerro Rico “Sumaj Orko”.

            El recorrido está bordeado de álamos, molles y sauces, algunos solitarios, otros apiñados en arboledas preciosas, rodeadas de los colores mágicos del altiplano. Quedan varias edificaciones antiguas antes de divisar en medio de jardines la antigua hacienda colonial.

            Cayara está ubicada en un valle a 3.550 msnm, protegida por cerrillos y cañadones que crean un microclima, típico de paisajes potosinos y chuquisaqueños: manchas verdes en medio del páramo. El silbido del viento es el único sonido cuando se atraviesan los muros de calicanto hasta el primer patio empedrado.

            La tranquilidad es el principal signo en este singular hospedaje.

            Desde el principal portón se divisa la arquitectura colonial con sucesivas galerías rodeando los parques, balcones y graderías de piedra. La Hacienda Cayara es una antigua encomienda, quizá la pionera pues data de 1557, pocos años después de la fundación de Potosí. Inicialmente perteneció a Juan de Pendones. Posteriormente pasó por diferentes manos y modificaciones, sin perder su esencia original, toda una historia única.

A inicios del siglo XX la compró el famoso ingeniero francés Luis Soux Rives, que llegó a Bolivia contratado por Aniceto Arce para su compañía minera en Huanchaca. Fue heredada por una de sus hijas casada con el escocés Aitken. La familia Aitken Soux es la responsable de la restauración de la hacienda, con el atinado consejo de historiadores.

La propiedad ofrece decenas de rincones dentro de la construcción o al aire libre porque se han recuperado los ambientes apacibles, desde la capilla con sus imágenes manieristas y barrocas, hasta los poyos para ver pasar las horas en compañía de gorriones y vencejos.

 

EL MUSEO

            La pequeña iglesia es parte del conjunto del Museo Cayara que se abre al lado de los principales salones. La primera sala mantiene los frescos decimonónicos, muebles, lámparas, decorados y objetos de épocas pasadas. El comedor de fiesta es amplio con mesas y sillas de madera fina, vitrinas llenas de vajillas europeas.

            Este hogar de marqueses y nobles españoles presenta dormitorios y espacios donde vivían, dormían y morían los antepasados. Falta tiempo para observar los encajes, las muñequitas, los almohadones, los utensilios, el tamaño de los zapatos de mujer, la vestimenta festiva, las telas descoloridas.

            El museo ofrece al visitante muestras de la vida cotidiana durante los últimos cuatro siglos.

Está cuidadosamente mantenida la habitación donde pernoctó Antonio José de Sucre y la habitación de la última matrona.

En el segundo piso, con una maravillosa vista a la huerta, está el Gran Salón Jack Aitken Soux, el responsable de recuperar la hacienda después de los años compulsos de mediados del siglo pasado. Ahí se exhiben diferentes colecciones, entre ellas armas y armaduras, sables históricos, pistolas, fusiles utilizados en sucesivas guerras. También hay cerámica precolombina.

La amplia biblioteca es un enlace entre el pasado y el estudio actual. Está bien organizada con libros de diferentes épocas y otras publicaciones. Los mayores tesoros son los propios documentos de la hacienda y de sus habitantes como reflejo de siglos de producción agrícola.

Es notable el interés de los propietarios por la historia. De hecho, la traducción del famoso Informe Pentland (1826) que tanto importa para entender la historia inicial de Bolivia fue realizada en 1975 por Jack Aitken.

 

EL HOTEL

 

            El Hotel convive con las reliquias. Las habitaciones son antiguos dormitorios de los primigenios habitantes; mantienen los ventanales, los amplios lechos, parte de un mobiliario de anticuario.

            Al mismo tiempo acogen la modernidad con el confort de colchones, almohadas y sábanas adecuados para un huésped exigente. Los suaves tonos permiten que cada cuarto sea cálido y a la vez caliente, además del servicio de aseo impecable.

            El restaurante funciona en la parte antigua de la casona y las mesas para comer están rodeadas de objetos históricos. Los ventanales miran a una parte de la huerta.

            El servicio es casero con toque internacional, la combinación perfecta. Cada desayuno tiene alguna novedad potosina: api con tawatawas, buñuelos con miel, empanadas, bollería. La leche, los quesos, los yogures, las natillas son producidos por la propia hacienda. Las mermeladas las preparan las cocineras con frutas de los propios árboles o de la zona. Todo fresco.

            El menú es variado, entre pueblerino y afrancesado. Las sopas y caldillos abren el almuerzo y la cena, plato central y el postre con olor a mano de abuela, como debería gozar cada hogar boliviano, en vez de las dietas de modas o las restricciones por las desigualdades económicas. La canastilla de pan para untar con llaywa y el jugo de fruta de temporada tampoco faltan.

            El café se sirve en la sala principal, donde siempre arde una chimenea rodeada de sillones. Hay varios espacios para la lectura, la tertulia o el juego de mesa; con preferencia cuentos de aparecidos o novelas de Agatha Christie y Edgar Alan Poe.

            No es un hotel para grandes grupos; es un lugar reservado para familias, para parejas, para estudiosos. El silencio sólo es quebrado por un sistema de música culta que acompaña sin estridencias o por el canto de cientos de aves.

 

PASEOS

            Cayara está ubicada en un espacio con ofertas originales para realizar paseos, caminatas, escalinatas, excursiones. La casa está rodeada por arboledas y huertos como un primer atractivo.

            A pocos minutos está una represa, donde es posible navegar en pequeñas embarcaciones y disfrutar una merienda matutina que ofrece el propio hotel.

            Otra alternativa es visitar la llamada ciudad de piedra, a ocho kilómetros, con una antigua capilla de piedra y un altar también de piedra, aunque en ruinas. La escalada no es difícil para niños o mayores que se encuentran con nidos de distintas aves, pasadizos, quebradas.

            También es posible visitar la famosa hidroeléctrica construida por Soux como una de las pioneras en el país para generar electricidad para las labores mineras. La empresa funciona en una amplia habitación de piedra, donde se cuidad las turbinas de origen europeo. Algunas casas de empleados y una parte del patio están descuidadas. Al fondo cae una hermosa cascada de unos 200 metros. Este es un atractivo que abre varias opciones para conocerlo durante diferentes jornadas.

            El otro plan es ir hasta la lechería, cerca de la casa. Es el rostro de una industria moderna con vacas de raza Holstein y pardo suizo. La instalación refleja una inversión importante y los productos que ofrecen son de alta calidad, sobre todo la rama de los yogures. Todo el proceso cuenta con riguroses controles sanitarios y de higiene.

            La instalación está rodeada de sembradíos de cultivos para forraje como cebada, avena, haba, alfalfa. Un recorrido por la naturaleza especialmente alegre para los niños.

            Sobre la Hacienda Cayara se han escrito muchos artículos y libros por sus múltiples tesoros y encantos. Nada se iguala con la experiencia propia. Cayara bien vale un Potosí.

           

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