Esta semana se conmemora el nacimiento del pequeño Emmanuel que significa paz para el mundo. El pequeño Niño Jesús llegó simbólicamente con esa esperanza; esa utopía de conseguir que un día todos los seres humanos se estrechen en un abrazo fraterno. Ese es su principal mensaje: el Amor.
Las
canciones que hacen referencia a ese momento hablan de una Noche de Paz, en la
cual se espera que hasta la naturaleza participe en el encuentro de la
Humanidad, luminosa, en quietud. Hermosura que se sublimiza en la Oda a la Alegría,
cuando los hermanos escuchan el canto alegre del que espera un nuevo día.
Este
año, el festejo está ensombrecido con la tristeza y el llanto amargo. Belén, el
lugar donde vino al mundo el Salvador, está teñido de sangre. Las fuerzas de
represión israelíes dispararon el Tercer Domingo de Adviento contra feligreses
que oraban en la Basílica de la Natividad, matando e hiriendo a inocentes.
En otras
regiones continúan los ataques contra la población civil: en Ucrania, en
México, en Somalia, en Yemen. En decenas de ciudades habrá nuevos muertos estos
días, más niños desamparados, más secuelas imborrables. Cientos de presidiarios
se acumulan en las cárceles de Cuba, de Venezuela, de Nicaragua, de Haití, de
El Salvador.
En
Bolivia, desde 2003 hay exiliados que no pueden retornar al país. Es decir,
sólo disfrutaron del sistema democrático dos décadas. En 2006, las cárceles más
inhóspitas se llenaron de presos políticos, sin causas legales, o sometidos a
procesos kafkianos como en el caso del Hotel de las Américas.
El
gobierno de Luis Arce Catacora y David Choquehuanca Céspedes escogió un
horizonte de venganza, de persecuciones y de apresamientos injustificados. Casi
todos los presos políticos están encerrados sin poder ejercer su derecho a la
defensa o de acudir a un tribunal independiente, incluyendo policías y
militares. La expresidenta Jeanine Añez es una de las víctimas más notables.
La
orientación represiva de este régimen tiene entre sus principales ejecutores al
abogado Iván Lima Magne que aparece para dar nuevas estocadas al ordenamiento
jurídico que con tanta dificultad construían los bolivianos. Desde la narrativa
del golpe de estado al nombramiento de personal descalificado o la prórroga de
jueces, él da el tono.
Eduardo
del Castillo del Carpio, a pesar de su juventud, y Edmundo Novillo, a pesar de
su trayectoria sindical, se encargan del rol represivo: espionajes,
persecuciones, encarcelamientos. Preparan trampas con tufillo cubano y
venezolano que utilizan como pretexto.
El caso
más notable y lamentable es el del presidente de los cocaleros yungueños César
Apaza, víctima de una emboscada preparada desde algún espacio de la “seguridad
nacional”. El brazo represivo de Arce usó a un testaferro para crear una
paralela Asociación Departamental de Productores de Coca de La Paz. Cuando no
necesitaron a Arnold Alanes lo expulsaron por la puerta trasera.
Entre
tanto, consiguieron incendiar la sede de los cocaleros. El método piromaniaco
de Nerón es uno de los preferidos por los grupos de choque del MAS (de alguna
forma cobijados por la propia Policía) para crear caos, aprovechar las turbas,
alentar acciones violentas.
Así
consiguieron involucrar en “terrorismo” a Apaza para apoderarse de la
tradicional organización cocalera paceña. César enfrenta una humillación que no
se repite contra los feminicidas, los avasalladores, los pedófilos.
Apaza
está enfermo físicamente, además de presentar un agudo cuadro depresivo. Hasta
Víctor Paz, precursor de la represión selectiva, liberó a sus enemigos
políticos para que pasen la Noche Buena en sus hogares.
¿Dictará
Luis Arce en esta Navidad una Amnistía para él o para los otros presos
políticos? Es difícil esperar semejante gesto de grandeza.