Hace tres años, el territorio
boliviano fue base de una de las rebeliones ciudadanas más originales de su
historia. Al menos no están registradas movilizaciones semejantes, ni contra
los abusos incas, ni contra las intervenciones coloniales, ni contra los
despotismos ilustrados o las dictaduras uniformadas.
Sin embargo, el gigantesco aparato
propagandístico del socialismo caviar difundió ante el mundo que se trataba de
un golpe de estado dentro de los nuevos formatos de intervención imperial. Así
lo quisieron creer los miembros de los foros de San Pablo y de Puebla, a pesar
de los contradictorios datos. Uno de los primeros voceros fue José Pepe Mujica,
quien incluso explicó que el golpe estaba motivado por las ambiciones
capitalistas sobre el litio boliviano.
No fue la única voz prestigiosa que
se prestó al enorme sainete. También la prensa internacional fue muy bien
engatusada o autoengañada: la derecha cruceña derrocaba al indígena defensor de
la Madre Tierra. Los titulares de esos días mostraban el desconocimiento casi
absoluto de las razones por las cuales la gente estaba en las calles;
principalmente mujeres y jóvenes.
Recién cuando llegó un enviado
especial, la Deutsche Welle, publicó notas con mayor indagación. Su anterior
corresponsal repetía el discurso oficial o mantenía un silencio, que mereció la
queja de los periodistas locales. O el caso patético de “El País” que
reproducía artículos de un defensor del masismo. O ciertas radios de ongs,
cuyas dueñas estaba más enojadas con Jeanine Añez por ser rubia y bonita, sin
exponer otros razonamientos históricos.
Una buena parte de la base social del
Movimiento al Socialismo (MAS) también aceptó la teoría de la conspiración.
Después de la huida de Evo Morales en avión prestado por México, los grupos
radicales amenazaron con guerra civil y con hacer volar refinerías y
gasolineras en El Alto. Algo similar a lo que sucede actualmente en poblaciones
cruceñas. Intentaron llevar el conflicto a niveles sangrientos, a masacres,
para respaldar la pantomima con hechos.
La mayoría de los relacionados con
las irregularidades previas y durante los comicios de 2019 se asilaron,
incluyendo a un sorpresivo refugiado que era hasta ese momento, apenas era un
director de un semanario y un fugaz ministro de gobierno. Nunca se ha indagado
por qué se escondieron los miembros del staff de la agencia informática y
gestores de los guerreros digitales y su violenta campaña de desinformación
para provocar el miedo en las masas.
El desconocimiento del resultado de
un referéndum y la candidatura inconstitucional era responsabilidad de Evo
Morales y de Álvaro García Linera, del MAS, de determinados jueces y tribunos y
del Tribunal Electoral, no de los militares. La valentía de Anez y de Eva Copa
para respetar la sucesión constitucional desbarató sus planes.
El pecado de Jeanine fue su
ingenuidad y su gestión de corrupción y de desaciertos, de quienes llegaron
rápida y cínicamente a apoderarse de la protesta ciudadana con el objetivo de
robar. Salvo contadas excepciones, el gobierno de transición fue una decepción.
Gobernaron los que tenían el 4 por ciento del apoyo electoral. Dejaron la
sensación que la oposición al MAS no sirve para la gestión de la administración
pública.
El efecto boomerang cayó sobre los
gobernantes que ganaron ampliamente las elecciones de 2020, pese a las
irregularidades que existen desde hace una década. Los argumentos de golpe que
reforzaron Iván Lima –desde adentro- y Héctor Arce –desde foros
internacionales- atrofiaron para siempre el gobierno del binomio Luis Arce-
David Choquehuanca.
Un régimen que tenía la fuerza para
convocar a la reconciliación nacional en una sociedad polarizada, comenzó,
siguió y sigue ahogándose en el texto del golpe. Ellos saben que es falso pues
la movilización ciudadana fue contra las irregularidades electorales y la
acumulación de abusos de Evo Morales.
Con ese antecedente, Arce tenía un
amplio horizonte. La gente lo creía inteligente y previsor y no se nombraban
las sombras de su gestión. Era el rostro de la clase media emergente. No era
conocido como ministro agresivo. Había ganado con suficientes votos para
demostrar a los evistas que el cocalero era prescindible. La comunidad
internacional, más allá del vecindario chavista, le tendió la mano.
Empresarios, industriales, académicos estaban expectantes.
Sin embargo, desde el nombramiento de
ministros y otras autoridades como premio a sus bloqueos y violencias,
ignorando a los bolivianos estudiosos, el naufragio estaba anunciado.
Como asignado por los juegos de los
dioses, Arce decide exactamente lo contrario de lo que podría salvar su
gobierno y su paso por la historia. Ceder puede ser ganar; imponer puede ser
perder.