Entre las oportunidades que trajo la pandemia del COVID 19 a la Humanidad está la publicación de títulos de libros con distintas temáticas, con varias centenas de páginas o en más de un volumen, que se convirtieron en éxitos editoriales. La gente volvió a comprar libros y a leer obras que parecían imposibles, por su tamaño y por su especificidad.
Los reportajes sobre las ferias del
libro que se desarrollan en diferentes latitudes del mundo así lo evidencian.
Hay autores consagrados, hay muchos autores jóvenes- entre ellos muchachas
veinteañeras- que han escrito obras novedosas y a la vez repitiendo las
preguntas que durante siglos afligen a los seres humanos y venden muy bien.
Las relaciones amorosas, los tríos
infaltables, la incomprensión generacional, los tropiezos profesionales, las
muertes inesperadas, la violencia, los celos, el destino, en resumen, los
asuntos que dan sentido a la vida son inquietudes que no se pierden. Los
confinados se volcaron a adquirir libros en compras on line y ahora en
librerías y encuentros con los autores.
Anteriormente nos hemos referido al
fenómeno editorial del ensayo de Irene Vallejo: “El infinito en un junco”, con
casi 500 páginas y que en el primer año de la pandemia vendió 400 mil
ejemplares y se tradujo a los principales idiomas del mundo y a otras lenguas
menos frecuentes en los cinco continentes. El texto no es una historia de amor
ordinario, sino es un repaso sobre la memoria, las bibliotecas, los soportes de
la escritura, las posibilidades infinitas que tiene un libro cuando es leído.
En España, el 2020 se publicaron
13.672 títulos de no ficción, los cuales encontraron lectores en toda la
península. De pronto, era posible asegurar que el libro seguía como uno de los
objetos más preciados de los seres humanos; que los amantes de la lectura
tienen para rato y que está muy lejos el apocalipsis que presagiaba el fin del
papel impreso, anunciado por los pesimistas y por los consumidores de redes
sociales.
Otro texto que entremezcla historia,
biografía y ensayo: Los Europeos, el nacimiento de la cultura cosmopolita del
historiador británico Orlando Figes, con sus más de 600 páginas, es otro éxito
de ventas. Actualmente más, pues indaga sobre el surgimiento de la cultura
europea en el siglo XIX y la relación con los autores y músicos rusos cuando
ese país buscaba su identidad.
Otros lectores retornaron a los
clásicos como “Guerra y Paz”, la gran obra de León Tolstoi, “El Quijote” de
Miguel de Cervantes, las novelas épicas de Tomás Mann o de Goethe y Dante. También
en Bolivia las ferias de libros recobran su audiencia y seguramente volverán
las colas para adquirir el ejemplar de algún autor.
El libro que publicó la fundación
alemana sobre historia boliviana, “Un amor desbordado por la Libertad”, en dos
tomos con 1400 páginas, ha tenido un éxito que los editores y coautores no
esperaban. Siguen los pedidos desde todo el país.
Mientras esto sucede a nivel
mundial, el vicepresidente David Choquehuanca se empeña en negar el valor de la
literatura. No solamente son sus dichos pintorescos sobre las piedras y las
arrugas, sino en sus agresivos discursos a los jóvenes rurales.
Tal como insistía el líder cocalero,
también él desprecia al conocimiento, al estudio, a los profesionales, a los
que quieren aprender más y mejor. Otras voces oficiales condenan al idioma
inglés, cuando éste es la llave para acceder a buena parte de lo que la
humanidad produce, sobre todo en tecnología. Tampoco Mariano Melgarejo
respaldaba la alfabetización masiva.
El problema que tenemos varios países
latinoamericanos es que los gobernantes no alientan la cultura, el estudio, el
aprendizaje. Esa es la herencia más lamentable del socialismo de caviar, mucho
gusto por el vivir bien con fiestas y farras, ninguna inversión en bibliotecas.
¿O los han visto inaugurando al menos una en algún lugar del mapa?