La misma generación Serrat, completada
con hijos y nietos, es parte de otra generación también marcada por un español:
la generación Nadal. Millones de personas que admiran al cantautor catalán porque
no se dejó absorber por la vorágine de la farándula, siguen al tenista mallorquín
que triunfa en la cancha y vence en ese mismo tiempo la batalla contra el dolor
físico.
Ambos son ejemplos del esfuerzo como
supremo valor para lograr la propia fortaleza; nada es regalado, todo es
tallado. Declaraba hace poco Rafael Nadal que en el deporte hay victorias y
derrotas, pero que para él lo principal es regresar al hogar con la seguridad de
haber dado todo para jugar un buen partido.
Un buen partido, como todo en la
vida, no es simplemente anotar puntos (o goles) sino mantener el respeto por el
ocasional rival (sin patearle la canilla porque ganó la pelota); es saludar al
pasapelotas con amabilidad; es festejar el buen juego del contrincante; es
ganar jugando, es perder sonriendo, es festejar sin ningún tipo de excesos.
Joan Manuel y Rafa tienen la virtud
de combinar talento y mérito: lo que la naturaleza les designó como heredad y
la forma en la cual aprovecharon cada oportunidad. Al cuerpo y sus
potencialidades, unen el equilibrio emocional (emotivo) y la claridad mental,
la lucidez de cada instante vivido. Los públicos se enloquecen cuando los
aplauden y victorean. La gente reconoce que la sencillez y la humildad son la
mejor hoja de ruta para conseguir la Felicidad.
Desde inicios del siglo, las
posibilidades de asistir a un Gran Slam del tenis con categoría mundial
cambiaron para una gran cantidad de aficionados en el mundo. La globalización,
la concentración de medios de comunicación con inversiones de capitales
millonarios tiene esa ventaja. Amamos y rechazamos a ESPN porque es una
multinacional que dejó sin posibilidades de competir a los peces chicos como
los programas deportivos bolivianos que ni juntando recursos podrían ser otra
voz. Sin embargo, sin ESPN y otras grandes cadenas no llegarían a los
televisores y redes esos encuentros de élite.
Al mismo tiempo, como pocas veces en
la historia mundial del tenis, se juntaron en este ciclo desde 2005 grandes
jugadores, sobre todo en la categoría de varones, que inmediatamente acumularon
fanáticos en todo el mundo. Ahora mismo, los comentaristas especializados dudan
que por lo menos en los próximos años se vuelva a encontrar en la cancha ese original
perfil de campeones.
De todos ellos, Rafael Nadal, aquel
casi adolescente melenudo y juguetón que llegó a levantar la copa desde su primera
participación, avanzó paso a paso a ser una persona de calidad particular.
Su actitud en la cancha, su
disposición a trabajar cada punto; su decisión de seguir en la batalla, a pesar
del sudor, a pesar del marcador adverso, a pesar del dolor físico, lo
convirtieron en leyenda.
Este año, sea en Australia o sea en
Francia, Rafa mostró que en su lenguaje no existe la palabra “rendirse”. Sobre
todo, su participación en el parisino Roland Garros se dio en medio de un
contexto mundial cuando los villanos desataron la guerra y sus horrores, él se
convierte en un ejemplo del otro rostro de la humanidad.
Hay héroes cuya única arma es una
raqueta. Hay héroes que son ejemplo para los niños y jóvenes. Dejan todo en la
cancha, viven y mueren de pie, sin quejidos ni lamentos, sin culpar al otro por
sus desgracias.