El derrumbe del Movimiento al Socialismo, en su fase de violencia desde las funciones públicas o para/públicas, desplaza -al mismo tiempo- las raíces de la historia boliviana del siglo XX; asemeja a aquellos movimientos tectónicos que desde adentro destruyen y construyen nuevas formas. Suenan antes de estallar en la superficie.
El empeño de ese partido por
insultar a la sociedad cruceña y sus líderes- convocando al enfrentamiento-
entierra el pensamiento formado hace 100 años entre los intelectuales,
principalmente cochabambinos. La idea de consolidar la Nación, de unir aquello
que seguía disperso desde 1825, latió muy fuerte en el movimiento universitario
autonomista de 1930; entre los combatientes en las arenas del Chaco; entre los
partidos políticos fundados después de la guerra; entre los industriales de los
años 40.
La imposición de banderas, de
feriados, de consignas, de años nuevos, ha quebrado el sueño de unir lo
diverso, de articular los distintos tiempos del progreso y de las costumbres. Optar
por un burócrata porque es masista en vez de incluir a un ingeniero petrolero o
a un doctor en química porque no son del partido, es dinamitar las empresas
estratégicas fundadas bajo el aliento de esa idea de Nación.
La movilización del MAS, con rostros
tan enojados, es una triste marcha fúnebre al glorioso movimiento sindical
boliviano que tuvo la capacidad en sus años de gloria de reivindicar esa noción
de Patria. Los obreros bolivianos no solamente planteaban sus propias demandas,
sino que interpretaban un amplio horizonte nacional.
Hace un siglo, sobre todo desde el
movimiento minero, el proletariado se consolidó como una piedra angular imprescindible
para conquistar el poder político. Desde sus inicios, el sindicalismo
boliviano- a diferencia del argentino o del colombiano- no aceptó la influencia
de los estalinistas que financiaban organizaciones obedientes a las líneas
importadas de Moscú.
Fue un movimiento con una clara
conciencia de clase, con un permanente discurso defendiendo la independencia de
clase y de cualquier partido, la relación horizontal de las jerarquías con las
bases, la tradición de escuchar en ampliados masivos las propuestas de todos.
Esa fue la fortaleza de la Central
Obrera Boliviana, COB, fundada al triunfo de la insurrección popular de 1952, y
de su columna vertebral, la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de
Bolivia, FSTMB. Emparentado con el peronismo, el Movimiento Nacionalista
Revolucionario, MNR, intentó cooptar a los dirigentes con dádivas y puestos
públicos; cuando ese camino dorado no funcionó, alentó la división y usó la
violencia.
Las dictaduras militares
reprimieron, bajaron salarios, acusaron de subversivos a los líderes
proletarios; fomentaron el sindicalismo paralelo, “los coordinadores”; ilegalizaron
a las federaciones. La COB, la FSTMB, sobrevivieron con su rostro digno, aunque
ya con señales de corrupción, que en su momento no se quiso autocriticar.
La democracia fue la oportunidad
para consolidar la institucionalidad. En cambio, trajo el desmembramiento, la
desorientación. Sin embargo, fue recién desde 2016 que el gobierno del MAS
logró hundir la esencia de la COB a través de la dependencia partidaria, la
entrega de bienes y dineros, el sometimiento al discurso oficial.
¿En noviembre de 2021, quién o
quiénes se sienten representados por la COB?
La consolidación de nuevos actores,
el retorno del debate sobre el federalismo, las nuevas formas de lucha-
incluido el humor y la creatividad- construyen otra alternativa.