En los últimos días, voceros y dirigentes del Movimiento Al Socialismo (MAS) vuelven a hostigar, a amenazar y a intentar descalificar el trabajo de las iglesias cristianas en Bolivia, principalmente el de la Iglesia Católica. Se replica una práctica común de la anterior gestión gubernamental del MAS.
Los argumentos son reiterativos,
parecen poco reflexivos, incluso entre intelectuales de otros países, donde ha
llegado la amplificación de ese discurso. Se remontan a la presencia de los
sacerdotes durante la conquista y la colonia, al rol de los inquisidores hace
500 años y a una visión de la iglesia relacionada con el poder político. La
tendencia parece reforzar los discursos binarios simplistas. El coro general
continúa hasta la saciedad.
Sin embargo, se expresa un
desconocimiento general del rol histórico de los evangelizadores del siglo XVI,
sus varias coincidencias y múltiples diferencias, así como las labores
ejercidas por aquellos en la salud pública, la artesanía, la educación y las
artes.
Tampoco se nombra la presencia tan
notable de sacerdotes y conventos en las rebeliones independentistas, desde el
norte con el padre Morelos, que marca la fecha cívica mexicana, hasta el cura
Muñecas, en Bolivia.
Asimismo, es importante recordar el
rol de las iglesias, principalmente la católica, en la defensa de los derechos
humanos en los últimos 70 años. Sería oportuno que los masistas
palaciegos conozcan nuestra propia historia, como bien quiso recordarles Filemón
Escóbar con su texto sobre ese tema.
Fueron sacerdotes y monjas los que
protegieron a los perseguidos, torturados y exiliados durante el Movimiento
Nacionalista Revolucionario (MNR); el partido que inició la represión
sistemática y creó campos de concentración y controles políticos.
Durante las dictaduras militares
-especialmente en el periodo de implementación del Plan Cóndor-, la labor de la
Iglesia Católica (además de la metodista, luterana, Baptista y otras) fue
fundamental para defender los derechos humanos en Bolivia y la
región. No sólo fueron personas voluntarias que asumieron esa difícil
tarea, sino iniciativas colectivas.
¿Cómo olvidar que las Comunidades Eclesiásticas de Base
ayudaron en toda América Latina a proteger a las poblaciones más agredidas?
¿Cómo olvidar a la recientemente fallecida Dianna Ortiz, una monja torturada
por la dictadura guatemalteca en 1989, quien no se cansó de denunciar los
alcances de su sufrimiento, como violaciones o el encierro en fosas de muertos,
mientras ella aún respiraba? ¿Cómo olvidar su lucha por hacer
justicia?
En Bolivia, cabe recordar que
Justicia y Paz, embrión de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de
Bolivia, es obra de los católicos. También, es preciso mencionar que la
Pastoral Penitenciaria es la única entidad que visita sistemáticamente las
cárceles, enfrentando clanes mafiosos y denunciando los abusos a los presos más
indefensos.
¿Se habrán olvidado los líderes del
Chapare que monjas, sacerdotes, laicos y pastorales denunciaron en su momento
los abusos de la DEA que sufrieron los propios cocaleros?
¿O será que el olvido se inicia
cuando se sienten cuestionados por representantes de las iglesias, como Tito
Solari, el Padre Mateo y ahora Amparo Carvajal, quien debe soportar diariamente
el hostigamiento de simpatizantes del MAS, solo por reprochar la desmedida
ambición de poder de su máximo líder?
Mientras tanto, el entorno palaciego
oficialista se llena la boca de supuestos recordatorios de Luis Espinal. Pero
parecen olvidar que él fue un sacerdote jesuita, quien como otros
representantes de la Iglesia han luchado por los derechos humanos y la justicia.
¿Será esto último lo que incomoda a sectores del MAS?
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