El próximo 7 de julio de 2021 se
cumplirá el nacimiento de Huáscar Cajías Kaufmann, un cruceño universal que
dedicó principalmente su vida al Señor que fue su guía y su soporte y desde ese
compromiso realizó múltiples actividades intelectuales y profesionales para el
Bien Común de Bolivia y del mundo.
Huáscar
Cajías Kauffmann nació el 7 de julio de 1921 en Santa Cruz de la Sierra,
Bolivia, donde vivió sus primeros años hasta el traslado de su familia a La
Paz.
Después
de realizar sus estudios primarios en esa ciudad, fue alumno interno en el
Colegio Don Bosco de Buenos Aires, Argentina, donde recibió diferentes
distinciones por su excelencia académica.
Volvió
a su país para cumplir con el Servicio Militar y completar su formación
universitaria. Realizó sus estudios profesionales en Derecho en la Pontificia
Universidad Mayor de San Francisco Javier, de la capital de Bolivia y sede del
Poder Judicial, Sucre. A la vez completó su carrera en Filosofía en la
Universidad Mayor de San Andrés, en La Paz.
Cajías
obtuvo su título de especialista en Ciencias Penales en la Universidad de Roma,
Italia. Desde entonces fue considerado uno de los mejores, sino el mejor
criminólogo boliviano del Siglo XX.
Fue
catedrático en la UMSA desde sus 22 años y cumplió casi cinco décadas de
enseñanza, formando a decenas de generaciones de abogados, sobre todo en las
materias de Criminología y Ciencias Penales. Fue profesor de Filosofía y
director de esa carrera. Sus textos de criminología fueron y son lectura
obligatoria en las principales facultades de ciencias jurídicas en Bolivia y en
varios países latinoamericanos. Por esos aportes fue invitado a dar
conferencias en diferentes lugares del mundo y perteneció a sociedades
académicas en Bolivia y en América Latina.
También
organizó y fue Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica
Boliviana en La Paz, dictando cátedras y ayudando a jóvenes en sus tesis de
grado.
Fue
profesor de maestros de educación física, en el INSEF, y de policías, en la
Academia de Policías, aportando a la formación de decenas de maestros y
policías.
Dentro
del área educativa se destaca su participación en el equipo que redactó el
Código de la Educación Boliviana en 1955.
En
1952 fundó el semanario y luego periódico católico “Presencia”, el cual habría
de convertirse en el principal medio escrito de la prensa boliviana, con las
marcas nacionales de mayor tiraje por sus primicias noticiosas. A la vez, por
su calidad ética, este impreso mereció distintos premios de periodismo. Por su
redacción pasaron los mejores periodistas bolivianos.
Cajías
recibió el Premio de Periodismo Moros-Cabot, el Premio Nacional de Periodismo-
de la Asociación de Periodistas de La Paz- y esa misma entidad creó la medalla
“Huáscar Cajías” para distinguir al mejor periodista de las nuevas
generaciones.
Como
editorialista, Cajías se distinguió tanto por el contenido de sus comentarios y
artículos como por el cuidado de su estilo y su amplio conocimiento de la
lengua española. Perteneció a la Academia Boliviana de la Lengua y, como en sus
otras actividades, fue igualmente reconocida su sabiduría.
Cajías,
católico militante y miembro activo del Movimiento Familiar Cristiano, fue
Embajador de Bolivia ante la Santa Sede, Italia, cargo que le permitió servir a
su país en el extranjero.
Naciones
Unidas y otros organismos internacionales lo invitaron a exponer en foros,
tanto como criminólogo y como periodista. Representó a Bolivia en la Junta
Internacional de Fiscalización de Estupefacientes en Viena, Austria. Cajías
hablaba italiano, inglés, francés, conocía el alemán, el griego y el latín y
leía el portugués.
En
los últimos años de su vida hasta su muerte fue Presidente de la Corte Nacional
Electoral, cargo para el que fue elegido por unanimidad por su ética y
ecuanimidad. Cajías dio credibilidad y autoridad a esa entidad que hasta
entonces no era imparcial.
Falleció
a los 75 años de edad, el 1 de octubre de 1996. Sus hijos crearon la Fundación
Cultural Huáscar Cajías K. para mantener su legado. Su biblioteca de casi 8 mil
volúmenes, además de revistas especializadas, fue donada a la Biblioteca
Nacional de Bolivia, donde una sala la guarda para que esté al servicio de la
población.
HUASCAR EN EL RECUERDO
Muchas
personas recuerdan a Huáscar como amigo, colega, maestro. Su prima Carmen
Terrazas tiene la imagen del patriarca siempre correcto y sencillo. Uno de sus
más cálidos colaboradores, Mario Maldonado, remarca su serenidad, las múltiples
anécdotas en “Presencia” enfrentando el poder. Eduardo Trigo O'Connor d'Arlach
escribió: “Para mí fue una experiencia muy significativa trabajar con el doctor
Huáscar Cajías, cuando él dirigía el periódico Presencia y yo cumplía funciones
como corresponsal en Tarija. Tratar con él era muy grato e instructivo,
organizaba reuniones de trabajo y paliques con diferentes personas, lo que daba
lugar a que uno aprenda mucho de sus enseñanzas. Tengo un recuerdo muy
agradecido para su memoria.
Rosángela Conitzer de Echazú, una de
sus discípulas preferidas en la Facultad de Filosofía de la UMSA lo describe
como el “hombre ejemplar”.
Antes de hacer reminiscencias de don Huáscar Cajías
Kaufmann, quiero reflexionar sobre lo que entiendo por “hombre ejemplar”. No es
el sabio, el héroe, el asceta, el ser humano con dotes casi sobrenaturales. No,
es una persona que se convierte en modelo para muchas otras porque ha sabido
tomarse la vida en serio, con responsabilidad, sensatez y dedicación, poniendo
amor sin aspavientos en todo lo que realiza, allí donde le toca actuar; en su
círculo familiar, su ámbito laboral, su trato personal; sirviendo a su
comunidad para que todos alcancen una vida digna, llena de sentido, más grata y
feliz.
Así, destacando los rasgos que resalto en él, para mí,
hombre ejemplar parece que no hubiera hecho otra cosa que describir a Don
Huáscar Cajías, quien, además de todo lo que atribuyo a este ser humano modelo,
tenía un importante y destacado rasgo: la entrega generosa y desinteresada de
todo lo que tenía, sabía y que fue acumulado a lo largo de su vida. Don
Huáscar, como lo llamábamos sus alumnos (esto prueba su modestia; tuve en mi
carrera catedráticos que no renunciaban al “doctor” por nada del mundo) fue no
sólo mi profesor, fue también mi maestro. Scheller diría -haciendo una
paráfrasis- que uno olvida el contenido de lo que le enseñó un profesor, pero
mantiene vivo lo que le transmitió el maestro. Curiosamente no he olvidado lo
que aprendí en dos materias centrales dentro del estudio de la filosofía:
Filosofía Griega y Filosofía Medieval; pero ante todo varias cosas me quedaron
impregnadas para siempre en mi larga práctica docente con el pasar de los años:
su profundo conocimiento de la materia; nunca tuvimos sus alumnos la impresión
de que simplemente estaba leyendo de su cuaderno, una carpeta como la que
solíamos tener en la primaria, unida por un “guato”, que abría al empezar su
clase. Ese tesoro era la elaboración escrita y resumida de años de lecturas,
meditaciones, disquisiciones, interpretaciones de los grandes pensadores de la
antigüedad y la Edad Media que él tenía la magia de transmitirnos de manera
“clara y distinta”, nos presentaba cualquier contenido como inteligible,
sorprendente y enriquecedor.
A este su profundo
conocimiento y dominio académico se sumaba su impecable disciplina y rigor
docente. Jamás llegó tarde a una clase, ni la terminó 10 minutos antes, no
existía aquello de que “se suspendió la hora, el profesor no puede venir”; él
estaba pulcro, puntual sentado en su mesa así hubiera un solo alumno. Su
honestidad en el desempeño de la cátedra era proverbial, la Universidad le
pagaba para enseñar y él no sólo cumplía, sino que lo hacía con amor y devoción
por su materia como si se tratara casi de una sagrada misión.
En el Goethe Institut
daba yo clases de alemán a las 11.30 de la mañana, principalmente para las
madres de familia que querían ayudar a sus hijos en el colegio y que se iban
luego, caminando y charlando, a recogerlos a la Ecuador y Aspiazu. Cuál no
sería mi sorpresa cuando en un curso veo sentados en mi aula a Don Huáscar
Cajías y a Don Luis Ossio. ¡Qué honor, qué responsabilidad! Don Huáscar era el
mismo ya sea en el rol de profesor o de alumno, puntual, atento, cumpliendo con
todas las tareas y los requisitos, pero además siempre ávido por aprender, por
poder interpretar la vida en otro idioma, es decir en una mentalidad diferente
y extraña.
A cien años de su
nacimiento estoy ansiosa de enterarme de los testimonios de gente que estuvo
cerca de él, pienso en primer lugar en sus hijos; ellos recibieron el
intangible legado de su ejemplo y siguieron sus huellas destacando como
gestores culturales, extraordinarios y sobresalientes docentes, académicos,
educadores, escritores, periodistas, artistas; cómo lo revive el resto de su
familia, la gente con la que él trabajaba en la prensa, la curia, la
Universidad.
Estoy segura de que
siempre y donde estuviera don Huáscar fue definitivamente UN HOMBRE EJEMPLAR.
Por su parte, Juan Cristóbal Soruco,
quien también fue director de “Presencia” lo describe como: “Cuando recuerdo al
Dr. Huáscar Cajías Kaufmann me vienen, como una sucesión de imágenes, tres
escenas. La primera, cuando lo escuché por primera vez en “vivo y directo”. Era
una reunión de periodistas que convocó el viejo y hoy inexistente MIR para
explicar su propuesta de convocar a una Asamblea Constituyente, sosteniendo que
no era un acto inconstitucional, por aquello de que lo que la ley no prohíbe,
se puede hacer.
El
Dr. Cajías, con su suave, pero contundente tono, les dijo que no era tal, pues
la Constitución en vigencia incluía la forma en que debería ser reformada, por
lo que la propuesta del MIR no era constitucional y, sobre todo, era muy
peligrosa (el tiempo de encargaría de darle la razón, tanto porque la mejor
reforma de la CPE fue realizada como disponía la norma, como por las
consecuencias de la reforma vía Asamblea Constituyente).
La
segunda escena está compuesta por las charlas con el Dr. Cajías en Presencia.
Ana María Romero de Campero me nombró Jefe de Redacción de ese periódico, y el
Dr. Cajías iba los días sábado a dejar la columna dominical que publicaba;
fueron varios, pero siempre pocos a mi gusto, los sábados en los que con toda
sencillez –era presidente de la entonces Corte Nacional Electoral—me charlaba
de una serie de temas recayendo en nuestro oficio de periodistas. Y estoy
consciente de que, como me sucedió con José Gramunt, por ese método se
convirtió en uno de mis maestros más generosos.
La
última escena es de la última vez que lo vi y abracé. Fue en la misa de nueve
días en recuerdo de mi madre. Él se sentó cerca de mí, rezó como él sabía
hacerlo como laico católico que era, y al terminar se me acercó y me abrazó,
sentí, mucho afecto…
Luego
sobrevino su enfermedad y sólo le mandaba saludos…
A
esta sucesión de recuerdos, debo agregar el legado que ha dejado en varios
campos, especialmente sobre nuestro oficio, que siempre rescato porque es obra
de un ser humano íntegro y generoso…
RECORDARLO
SIEMPRE
Son muchísimas las voces que quieren
recordar a HCK en este Centenario de su nacimiento. Es posible que los actos
preparados en las diferentes áreas donde destacó no se puedan dar como deseaban
los hijos.
En cambio, continuaremos difundiendo
esos aportes para que las nuevas generaciones sepan que hubo y hay bolivianos
ejemplares para la nación y para la Humanidad, sin distinción de épocas,
culturas, religiones y clase social.