viernes, 29 de enero de 2021

LA LATITA VERDE ESTÁ LLORANDO

 

            Christian Schilling murió vencido por el COVID. Entre los muchos decesos dolorosos, su partida muestra la dimensión de la pandemia originada en China que no perdona ni siquiera a las estirpes que hicieron una empresa para preservar y alentar la salud de la población. “Mentisan” está llorando inconsolable.

            Schilling era el heredero de tercera generación de una de las familias alemanas que llegaron a Bolivia en búsqueda de mejores horizontes, cuando Europa vivía penurias políticas, económicas y de gran intolerancia ideológica, racial y religiosa. En cambio, América ofrecía la esperanza y la utopía.

            Ernest Schilling arribó a La Paz para trabajar en la Droguería Albrecht en 1925, en un momento de apogeo de la flamante sede de gobierno y del país que conmemoraba el primer centenario de su independencia. Migrantes de distintas procedencias fundaron esos años las industrias emblemáticas que incluso dieron apellido al producto: marraqueta Figliozzi, papaya Salvieti, jamón Stege, textiles, fósforos, vidrios. La mayoría desaparecieron o fueron vendidas en las sucesivas crisis económicas y políticas.

            Schilling fundó la “Droguería Hamburgo” en 1936 con la generosa ayuda de su esposa y con un extraordinario equipo de científicos bolivianos. Varias familias alemanas fueron expulsadas del país por presión estadounidense durante la guerra mundial y no volvieron. Bolivianizado como Ernesto o “papá Schilling”, él retornó y siguió con el trabajo tenaz y de sucesivas inversiones para ampliar la planta en Miraflores y sus ofertas, además de representar a las principales farmacéuticas alemanas.

            En 1947 nació “INTI” (el sol que ilumina). Entre sus creaciones, el “Mentisan” habría de convertirse en el portaestandarte de la empresa y en un ícono boliviano por sus múltiples usos. En los años sesenta sus hijos Ernesto y Dieter tomaron la posta.

            Entrevisté a Dieter y me explicó que su padre no quiso irse, a pesar del impacto de la Revolución de 1952 y él tampoco, a pesar de la hiperinflación de los años ochenta. La consigna de INTI fue sortear los vendavales, invertir en la empresa y en Bolivia sus principales utilidades; también en un colegio, en un club social, en el respaldo a emprendimientos colectivos de la sociedad. Una clave del éxito, señalaba, fue cumplir siempre las leyes.

            Me contó que su hijo Christian, adolescente, comenzó a trabajar desde los puestos más elementales para conocer la fábrica. Era la ética de trabajo de quienes acumulan riqueza con base en el esfuerzo, la leal competencia, el conocimiento. Christian estudió posteriormente en Alemania varias carreras y trabajó en grandes laboratorios.

            Él se encargó de modernizar la empresa en el nuevo siglo para ganar a los competidores internacionales. Visitar INTI en El Alto es ingresar a otro mundo. Los obreros trabajan con bioseguridad desde hace años, acceden a todos los beneficios legales, pueden subir de categoría, reciben refrigerios y un almuerzo preparado por un chef; los miércoles, alguna delicia de la cocina boliviana.

            INTI contó siempre con una guardería, transformada por Christian en un centro infantil con personal profesional para que sus madres trabajen tranquilas. Nada de lo que se diga es exagerado. Las mujeres salen más temprano para llegar pronto al hogar y la política interna y externa es una lucha frontal contra la violencia doméstica. INTI ayuda a artistas, al medioambiente, a dar empleo digno… Casi un imposible, pero es real.

            Difícil encontrar una empresa similar y un jefe tan austero, tan sencillo y tan cordial. La latita verde está de luto; Bolivia también.