Christian Schilling murió vencido por el COVID. Entre los muchos decesos dolorosos, su partida muestra la dimensión de la pandemia originada en China que no perdona ni siquiera a las estirpes que hicieron una empresa para preservar y alentar la salud de la población. “Mentisan” está llorando inconsolable.
Schilling era el heredero de tercera
generación de una de las familias alemanas que llegaron a Bolivia en búsqueda
de mejores horizontes, cuando Europa vivía penurias políticas, económicas y de
gran intolerancia ideológica, racial y religiosa. En cambio, América ofrecía la
esperanza y la utopía.
Ernest Schilling arribó a La Paz
para trabajar en la Droguería Albrecht en 1925, en un momento de apogeo de la flamante
sede de gobierno y del país que conmemoraba el primer centenario de su
independencia. Migrantes de distintas procedencias fundaron esos años las
industrias emblemáticas que incluso dieron apellido al producto: marraqueta
Figliozzi, papaya Salvieti, jamón Stege, textiles, fósforos, vidrios. La
mayoría desaparecieron o fueron vendidas en las sucesivas crisis económicas y
políticas.
Schilling fundó la “Droguería
Hamburgo” en 1936 con la generosa ayuda de su esposa y con un extraordinario
equipo de científicos bolivianos. Varias familias alemanas fueron expulsadas
del país por presión estadounidense durante la guerra mundial y no volvieron.
Bolivianizado como Ernesto o “papá Schilling”, él retornó y siguió con el
trabajo tenaz y de sucesivas inversiones para ampliar la planta en Miraflores y
sus ofertas, además de representar a las principales farmacéuticas alemanas.
En 1947 nació “INTI” (el sol que
ilumina). Entre sus creaciones, el “Mentisan” habría de convertirse en el
portaestandarte de la empresa y en un ícono boliviano por sus múltiples usos. En
los años sesenta sus hijos Ernesto y Dieter tomaron la posta.
Entrevisté a Dieter y me explicó que
su padre no quiso irse, a pesar del impacto de la Revolución de 1952 y él tampoco,
a pesar de la hiperinflación de los años ochenta. La consigna de INTI fue
sortear los vendavales, invertir en la empresa y en Bolivia sus principales
utilidades; también en un colegio, en un club social, en el respaldo a
emprendimientos colectivos de la sociedad. Una clave del éxito, señalaba, fue
cumplir siempre las leyes.
Me contó que su hijo Christian,
adolescente, comenzó a trabajar desde los puestos más elementales para conocer
la fábrica. Era la ética de trabajo de quienes acumulan riqueza con base en el
esfuerzo, la leal competencia, el conocimiento. Christian estudió
posteriormente en Alemania varias carreras y trabajó en grandes laboratorios.
Él se encargó de modernizar la
empresa en el nuevo siglo para ganar a los competidores internacionales.
Visitar INTI en El Alto es ingresar a otro mundo. Los obreros trabajan con
bioseguridad desde hace años, acceden a todos los beneficios legales, pueden
subir de categoría, reciben refrigerios y un almuerzo preparado por un chef;
los miércoles, alguna delicia de la cocina boliviana.
INTI contó siempre con una
guardería, transformada por Christian en un centro infantil con personal
profesional para que sus madres trabajen tranquilas. Nada de lo que se diga es
exagerado. Las mujeres salen más temprano para llegar pronto al hogar y la
política interna y externa es una lucha frontal contra la violencia doméstica.
INTI ayuda a artistas, al medioambiente, a dar empleo digno… Casi un imposible,
pero es real.
Difícil encontrar una empresa
similar y un jefe tan austero, tan sencillo y tan cordial. La latita verde está
de luto; Bolivia también.