¿Qué desfile hay este Primero de
Mayo, dónde, con quiénes, para qué? La ausencia de masas en la calle, de
concentraciones en históricas plazas desde Berlín a Huanuni, desde Barcelona a
Chicago graficará ante la Historia que el tipo de mundo que soñaron los abuelos
hace más de un siglo no fue posible y nunca lo será.
Hace 150 años los primeros obreros,
sobre todo las primeras trabajadoras en esas oscuras fábricas europeas
sacrificaban el escaso tiempo libre para organizarse; para redactar unos
manifiestos de protesta; para presentar reclamos a la patronal; para convertir
su desnutrición en una huelga. Parar las máquinas era detener la maldad llena
de hollín y miseria que había cambiado la servidumbre al aire libre en una
cadena de producción.
Los proletarios se unieron por
encima de las fronteras y de los mares y pasaron de mano en mano jornadas de
protestas, de masacres y de victorias. El aumento de un chelín en el salario o
el beneficio de un día libre. Se reunieron para comprobar que su fuerza física
era también su poder moral. Aparecían como la reserva de la humanidad: querían
conquistar el cielo.
Mucha literatura, poemas, novelas, y
más tarde películas y series de televisión, preciosos afiches, nos relatan
desde la ternura y la convicción aquellas luchas de los trabajadores en
diferentes espacios del mundo. Hasta aquel momento fundacional para exigir las
ocho horas de trabajo.
No sólo hubo mártires en Chicago,
sino en todo lugar donde hubiese un capitalista. En Bolivia, las
conmemoraciones por esa reivindicación comenzaron al inicio del Siglo XX en
Tupiza. Llegaron las corrientes socialistas, comunistas, anarquistas y también
las experiencias de los pampinos que retornaban de Iquique, de las salitreras,
donde habían aprendido el alance de la lucha internacionalista.
¡Ocho horas de Trabajo! Era lograr
un sueño, una utopía, una línea imposible. Sin embargo, poco a poco, las leyes
en casi todo el mundo incluyeron las demandas para consagrar las ocho horas de
trabajo y los beneficios laborales.
Recuerdo mi primer Primero de Mayo,
el 72, cuando acudí colegiala al mitin organizado clandestinamente por la
Federación de Mineros y la Central Obrera Boliviana en la Plaza Venezuela, en
el centro paceño. Apenas entendí lo que habló Oscar Salas y no me di cuenta
cómo lo sacaron velozmente antes de la arremetida policial. Desde entonces
pensé que el Primero de Mayo era algo mágico y profundamente humano.
Alrededor de esa fecha, de una u
otra forma, se componían los espacios de la resistencia a las dictaduras
militares; se reafirmaban los compromisos con las luchas sociales y se trazaban
las tesis para una Libertad que se entendía como un sueño real.
Con los primeros años del
neoliberalismo, los trabajadores perdieron palmo a palmo conquistas centenarias
y el trabajo de ocho horas se disolvió para todos. ¿Quién trabaja ocho horas?
Ni los funcionarios públicos, ni los consultores, menos los obreros, los
cuentapropistas, los vende-lo-todo.
En el caso boliviano, el MAS hundió,
además, la independencia de clase. Sepultó a la COB que ya no dice nada a nadie
y quebró la imagen impecable de la FSTMB. Un presidente parlanchín se adueño
del desfile. Clientelismo, circo y farra pudieron más que balas, cárceles y exilios.
Ahora, 2020, no habrá ni desfile ni
manifiesto, ni compañerismo, ni pancarta. La agonía fue larga, acá, en la
América Latina y en el mundo. Hoy, 010520 es el epitafio para un sepulcro
vacío.