viernes, 15 de noviembre de 2019

¡QUE VIVAN LOS PERIODISTAS!



            Qué emocionante ver a colegas cubiertos con cascos y con rodilleras improvisadas filmando la vigilia de los jóvenes en el aeropuerto de El Alto; enviando imágenes de las distintas resistencias en sus duros enfrentamientos contra los grupos de choque del Movimiento al Socialismo (MAS); o grabando desde un árbol el discurso fogoso de algún actor social.
            Recordé una lejana cobertura, cuando una manifestación multitudinaria bajaba desde hacia la Garita de Lima, el mítico barrio paceño. Ahí Freddy Alborta, fotógrafo de “Presencia”, disparaba su cámara para grabar la historia. Ante la presión de la masa muchos escapaban; él se mantenía inmóvil. “El periódico me paga 10 pesos por cada foto y arriesgo mis equipos, que son propios, pero es más fuerte el compromiso de ilustrar lo que sucede”, me comentó, tan sencillo como era.
            Un compromiso que los reporteros bolivianos cumplieron estos días sin pausa y con una profunda convicción. En sus casas, una madre o un amado esperaban orando hasta su retorno, pero no toda la población se da cuenta de ese sacrificio pues es tan frecuente la inseguridad en este ejercicio profesional que ya no llama la atención.
            El peligro se acentuó desde la llegada al poder de Evo Morales Ayma y de un conjunto de personas que se negaron a facilitar el trabajo de los medios de comunicación. En la zona del circuito coca cocaína, en el seguimiento a protestas como en Chaparina o en la Plaza Murillo, muchos reporteros enfrentaron un método que poco a poco cobró más alcance: la acción de patotas barnizadas con militancia azul, más cercanas a las pandillas.
            En esas semanas muchos periodistas y medios de comunicación tuvieron que padecer el hostigamiento de las turbas, sobre todo las más exaltadas.
            Fue muy difícil mantener una cobertura serena, apegada a la búsqueda de la verdad, equilibrada. Los apuros se acrecentaron después del informe publicado por la OEA sobre las irregularidades en las elecciones del 20 de octubre. Desesperadas, turbas anónimas (sin capitanes ni comandantes, pero seguramente pagadas) agredieron al pueblo y en especial a la prensa al extremo de incendiar la casa de la reconocida colega Casimira Lema. Al menos tres medios escritos y varios canales no pudieron trabajar con normalidad.
            Al otro extremo, TELESUR mantuvo la línea de desinformar adaptando el libreto venezolano al caso boliviano y la insistencia de BTV para distorsionar la realidad.
            Sin embargo, en esta nueva etapa debemos dejar que hablen todas las voces, aún aquellas que sirvieron a Morales, sea por convicción ideológica o por otro interés.
            Está pendiente el futuro del Ministerio de Comunicación cuyos titulares cumplieron el rol más perverso en estos 14 años, desde la gestión de Alex Contreras hasta el patético Manuel Canelas. Colegas que gozaban de prestigio salieron embadurnadas de intolerancia, odio, corrupción y hasta denuncias no resueltas sobre acoso sexual en los medios estatales.
            Iván Canelas, el mismo que comparó a Evo con Cristo, dejó la línea de la sutil persecución a colegas y a medios, el chantaje económico y la compra de conciencias.
            Ojalá que ahora veamos un ministerio que informe y que deje de lado la propaganda, que tenga un presupuesto suficiente, equitativo y oportuno y que el Palacio de Evo sea un lugar para la cultura con sus salas y salones, para alojar a artistas y multiplicar las expresiones creativas que fueron la cara más linda de estos 21 días.