¿Se acuerdan cuando Álvaro García
Linera aseguraba en 2007 que había aprendido a matar, cuando la mayoría de los
bolivianos optamos por la democracia? Él y su hermano Raúl estuvieron presos
por mandar a un humilde aimara a la muerte intentando volar una instalación
eléctrica y por robarse la remesa destinada a los salarios en la universidad
pública. Ahora sabemos que como vicepresidente organizaba grupos terroristas
que hoy incendian diferentes puntos en el país. Armó y entrenó a funcionarios
públicos para crear “un Viet Nam”. Él feliz, tequila y pozole bajo sobrilla
azteca.
¡Igual que el Cartel de Medellín
cuando desató el narcoterrorismo en Colombia!
¿Recuerdan la turba incendiando en
2006 la vivienda de Víctor Hugo Cárdenas a orillas del Lago Titicaca? Un acto
vandálico contra el primer vicepresidente indígena de Bolivia (1993-1997). Víctor
Hugo, aimara parlante, casado con una muchacha indígena. Era el odio al indio
ilustrado que alentó Álvaro. Cárdenas no tenía más delito de ser intelectual
exitoso y fundador del movimiento katarista en los 70.
¿Acaso alguien devolvió la vida a
los funcionarios del municipio de El Alto cuando un tropel vinculado con la
corrupción prendió fuego al edificio? Lágrimas de la alcaldesa Soledad Chapetón
que recién comenzaba a recuperar la institucionalidad en la más nueva ciudad
boliviana. Reacción: ¡destruyen la casa de sus padres!
¿O cuando incendiaron entidades
públicas en Santa Cruz en 2008 los mismos jóvenes que fueron albergados por
Gabriela Montaño? Entonces deberíamos haber aprendido su capacidad para
mimetizarse y provocar los estropicios. No eran de la Unión Juvenil, eran agentes
infiltrados que ahora aparecen maquillados burdamente de mineros en La Paz, de pandilleros
en El Alto, de francotiradores en el camino a Challapata.
¿Quién quemó la Chiquitanía? ¡Que
políticas perversas alimentaron el fuego para destruir el bosque! ¿Cómo
encendieron la cerilla para que el noble elemento se transforme en la
destrucción apocalíptica de 10 millones de hectáreas arboladas?
Y qué irónico que aquellas llamas,
devoradoras de flora, fauna y preciosas vidas humanas, se eleven en el momento
de quiebre de la campaña electoral del MAS. Su calor derritió en pocas semanas
un discurso falsamente ecologista, falsamente socialista, falsamente
indigenista.
Desde las tierras bajas llegó la
fogata que consumió a Evo Morales y avivó la lumbre de la esperanza. Historia
de magia que el análisis político no alcanza a explicar.
Morales no podía huir sin seguir con
su visión destructiva. Las últimas entrevistas lo muestran como una persona que
necesita urgente reposo mental, quizá un tratamiento psiquiátrico. Ojos
encendidos de maldad. Creciente parecido a Pablo Escobar.
Siguió la ira incendiaria, de
palabra y de hechos. Sus huestes quemaron los tribunales electorales donde las
papeletas evidenciaban su derrota: Potosí, Chuquisaca, Beni, Santa Cruz.
El primer acto de su salida, destruir
64 buses “Puma Katari”, orgullo de los paceño. ¡Cuánta maldad, cuánta rabia,
cuánto complejo se necesita para vengarse incendiando el espacio de gentileza
que se había transformado en un ícono de la ciudad! Cientos de pobres de las
laderas fueron perjudicados, igual que miles de migrantes agrarios en El Alto. Incendiaron
domicilios, tiendas, ¡colegios fiscales!, alcaldías, guarderías, negocios,
puestos de venta callejeros.
El rol perverso de invasores venezolanos,
cubanos, argentinos que están detrás de varias de estas acciones de terror
contra la población boliviana más indefensa. Los vieron testigos en el puente
de Lipari, en Sacaba, en Montero… Eso se llama traición a la patria.