viernes, 22 de noviembre de 2019

¡INCENDIARIOS!


            ¿Se acuerdan cuando Álvaro García Linera aseguraba en 2007 que había aprendido a matar, cuando la mayoría de los bolivianos optamos por la democracia? Él y su hermano Raúl estuvieron presos por mandar a un humilde aimara a la muerte intentando volar una instalación eléctrica y por robarse la remesa destinada a los salarios en la universidad pública. Ahora sabemos que como vicepresidente organizaba grupos terroristas que hoy incendian diferentes puntos en el país. Armó y entrenó a funcionarios públicos para crear “un Viet Nam”. Él feliz, tequila y pozole bajo sobrilla azteca.
            ¡Igual que el Cartel de Medellín cuando desató el narcoterrorismo en Colombia!
            ¿Recuerdan la turba incendiando en 2006 la vivienda de Víctor Hugo Cárdenas a orillas del Lago Titicaca? Un acto vandálico contra el primer vicepresidente indígena de Bolivia (1993-1997). Víctor Hugo, aimara parlante, casado con una muchacha indígena. Era el odio al indio ilustrado que alentó Álvaro. Cárdenas no tenía más delito de ser intelectual exitoso y fundador del movimiento katarista en los 70.
            ¿Acaso alguien devolvió la vida a los funcionarios del municipio de El Alto cuando un tropel vinculado con la corrupción prendió fuego al edificio? Lágrimas de la alcaldesa Soledad Chapetón que recién comenzaba a recuperar la institucionalidad en la más nueva ciudad boliviana. Reacción: ¡destruyen la casa de sus padres!
            ¿O cuando incendiaron entidades públicas en Santa Cruz en 2008 los mismos jóvenes que fueron albergados por Gabriela Montaño? Entonces deberíamos haber aprendido su capacidad para mimetizarse y provocar los estropicios. No eran de la Unión Juvenil, eran agentes infiltrados que ahora aparecen maquillados burdamente de mineros en La Paz, de pandilleros en El Alto, de francotiradores en el camino a Challapata.
            ¿Quién quemó la Chiquitanía? ¡Que políticas perversas alimentaron el fuego para destruir el bosque! ¿Cómo encendieron la cerilla para que el noble elemento se transforme en la destrucción apocalíptica de 10 millones de hectáreas arboladas?
            Y qué irónico que aquellas llamas, devoradoras de flora, fauna y preciosas vidas humanas, se eleven en el momento de quiebre de la campaña electoral del MAS. Su calor derritió en pocas semanas un discurso falsamente ecologista, falsamente socialista, falsamente indigenista.
            Desde las tierras bajas llegó la fogata que consumió a Evo Morales y avivó la lumbre de la esperanza. Historia de magia que el análisis político no alcanza a explicar.
            Morales no podía huir sin seguir con su visión destructiva. Las últimas entrevistas lo muestran como una persona que necesita urgente reposo mental, quizá un tratamiento psiquiátrico. Ojos encendidos de maldad. Creciente parecido a Pablo Escobar.
            Siguió la ira incendiaria, de palabra y de hechos. Sus huestes quemaron los tribunales electorales donde las papeletas evidenciaban su derrota: Potosí, Chuquisaca, Beni, Santa Cruz.
            El primer acto de su salida, destruir 64 buses “Puma Katari”, orgullo de los paceño. ¡Cuánta maldad, cuánta rabia, cuánto complejo se necesita para vengarse incendiando el espacio de gentileza que se había transformado en un ícono de la ciudad! Cientos de pobres de las laderas fueron perjudicados, igual que miles de migrantes agrarios en El Alto. Incendiaron domicilios, tiendas, ¡colegios fiscales!, alcaldías, guarderías, negocios, puestos de venta callejeros.
            El rol perverso de invasores venezolanos, cubanos, argentinos que están detrás de varias de estas acciones de terror contra la población boliviana más indefensa. Los vieron testigos en el puente de Lipari, en Sacaba, en Montero… Eso se llama traición a la patria.