¿Por qué el presidente de un estado
convoca a habitantes rurales a cercar a los citadinos? ¿Cómo es posible que un
presidente autorice a altos funcionarios de su gobierno, incluso designados en
el servicio exterior, tomar un aeropuerto internacional, y pegar a turistas de
cabellos claros que llegan a la ciudad? ¿Quién pide a campesinos cocaleros a
llegar a una urbe para apalear a jóvenes y a mujeres?
¿Qué castigo puede recibir la
abogada Virginia Velasco Condori cuando aparece liderizando una turba que
agrede a una madre y a su hija con discapacidad mental por el único pecado de llegar
a una terminal aérea? La ex ministra de Justicia del Estado Plurinacional de
Bolivia y actual servidora directa del Presidente Evo Morales Ayma y del
ministro Juan Ramón Quintana como directora de la Unidad de Gestión Social del
Ministerio de la Presidencia encabezó a maleantes que asumieron roles de
paramilitares, aduaneros, parapoliciales, agentes y cobradores.
Es muy difícil entender esa
dimensión y explicar a colegas extranjeros estas características que no son
sólo bolivianas pues ya aparecieron con las patotas kirchneristas en Argentina,
con los colectivos chavistas armados en Venezuela y con los asaltantes
orteguistas en Nicaragua.
El terrorismo de estado de los duros
años setenta en América Latina utilizaba fuerzas legales (policías y
militares), agentes provocadores y paramilitares. Sin embargo, todos ellos de
alguna manera estaban registrados y en el caso de los uniformados incluso
podían escudarse en los mandatos constitucionales de preservar el orden y de “luchar
contra la subversión.” Con la recuperación
de la democracia, sus excesos fueron juzgados y muchos aún purgan años de
cárcel.
El uso del lumpen para atacar al
adversario- generalmente muchos contra unos- alentados por dinero, por alcohol
o por la rabia de no tener nada que perder tiene fines perversos. El anonimato
protege a la masa enardecida que ni sabe por quién grita ni para qué sale, pero
cobra por romper la crisma al primero que se le cruza.
Virginia Velasco ignora las leyes
que se supone estudió alguna vez y se convierte en pandillera. Ya escribimos
una vez, el MAS no es un partido, es un método.
Entre los errores que comete Morales
Ayma y sus estrategas criollos y forasteros está la desubicación en torno a su
rol de presidente de todos los bolivianos. Permanentemente cambia esa función,
que debería ser la principal en su vida pública antes de irse a su cato, por el
sombrero de agitador.
En momentos duros, Morales se
convierte en dirigente sindical, sobre todo expresa los intereses de los
cocaleros del Chapare, la zona considerada el primer eslabón de la producción
de cocaína en el país y parte estratégica del tráfico de estupefacientes entre
Perú a Brasil.
Hace una década, en un programa de
la televisión local, opiné que Morales podría ser uno de los mejores
presidentes bolivianos porque creí que su principal preocupación era atender a
la patria y sobre todo a los más pobres.
Desde el 2011 cuando mandó apalear a
través de Sacha Llorenti a los indígenas más excluidos comencé a dudar de mi
criterio inicial.
Hoy, noviembre 2019, cuando contemplo
los muertos, los heridos y tantos indigentes humillados y ofendidos, aseguro
que Evo Morales Ayma está entre los peores mandatarios de Bolivia, tan
ignorante como Mariano Melgarejo, tan sanguinario como Luis García Mesa.