viernes, 8 de noviembre de 2019

LAS TURBAS DEL GRUPO PALACIEGO




            ¿Por qué el presidente de un estado convoca a habitantes rurales a cercar a los citadinos? ¿Cómo es posible que un presidente autorice a altos funcionarios de su gobierno, incluso designados en el servicio exterior, tomar un aeropuerto internacional, y pegar a turistas de cabellos claros que llegan a la ciudad? ¿Quién pide a campesinos cocaleros a llegar a una urbe para apalear a jóvenes y a mujeres?
            ¿Qué castigo puede recibir la abogada Virginia Velasco Condori cuando aparece liderizando una turba que agrede a una madre y a su hija con discapacidad mental por el único pecado de llegar a una terminal aérea? La ex ministra de Justicia del Estado Plurinacional de Bolivia y actual servidora directa del Presidente Evo Morales Ayma y del ministro Juan Ramón Quintana como directora de la Unidad de Gestión Social del Ministerio de la Presidencia encabezó a maleantes que asumieron roles de paramilitares, aduaneros, parapoliciales, agentes y cobradores.
            Es muy difícil entender esa dimensión y explicar a colegas extranjeros estas características que no son sólo bolivianas pues ya aparecieron con las patotas kirchneristas en Argentina, con los colectivos chavistas armados en Venezuela y con los asaltantes orteguistas en Nicaragua.
            El terrorismo de estado de los duros años setenta en América Latina utilizaba fuerzas legales (policías y militares), agentes provocadores y paramilitares. Sin embargo, todos ellos de alguna manera estaban registrados y en el caso de los uniformados incluso podían escudarse en los mandatos constitucionales de preservar el orden y de “luchar contra la subversión.”    Con la recuperación de la democracia, sus excesos fueron juzgados y muchos aún purgan años de cárcel.
            El uso del lumpen para atacar al adversario- generalmente muchos contra unos- alentados por dinero, por alcohol o por la rabia de no tener nada que perder tiene fines perversos. El anonimato protege a la masa enardecida que ni sabe por quién grita ni para qué sale, pero cobra por romper la crisma al primero que se le cruza.
            Virginia Velasco ignora las leyes que se supone estudió alguna vez y se convierte en pandillera. Ya escribimos una vez, el MAS no es un partido, es un método.
            Entre los errores que comete Morales Ayma y sus estrategas criollos y forasteros está la desubicación en torno a su rol de presidente de todos los bolivianos. Permanentemente cambia esa función, que debería ser la principal en su vida pública antes de irse a su cato, por el sombrero de agitador.
            En momentos duros, Morales se convierte en dirigente sindical, sobre todo expresa los intereses de los cocaleros del Chapare, la zona considerada el primer eslabón de la producción de cocaína en el país y parte estratégica del tráfico de estupefacientes entre Perú a Brasil.
            Hace una década, en un programa de la televisión local, opiné que Morales podría ser uno de los mejores presidentes bolivianos porque creí que su principal preocupación era atender a la patria y sobre todo a los más pobres.
            Desde el 2011 cuando mandó apalear a través de Sacha Llorenti a los indígenas más excluidos comencé a dudar de mi criterio inicial.
            Hoy, noviembre 2019, cuando contemplo los muertos, los heridos y tantos indigentes humillados y ofendidos, aseguro que Evo Morales Ayma está entre los peores mandatarios de Bolivia, tan ignorante como Mariano Melgarejo, tan sanguinario como Luis García Mesa.