Parodiando dos grandes obras
latinoamericanas podríamos escribir la triste novela sobre “El Hombre que
odiaba a los árboles” y su compañero “El Hombre que no sabía calcular”, en el
recuento de la tragedia que vive Bolivia desde hace un mes.
Muchos no alcanzan a imaginar cuánto
significan 1,200.000 hectáreas chamuscadas; quizá dos millones, como dicen
últimos informes de agencias especializadas. ¡Es la superficie de La Paz, El
Alto y alrededores! ¡Es la mitad del territorio de El Salvador! ¡Es más que la
tercera parte de Bélgica!
Es doce veces la superficie de El
Vaticano. ¡Cómo lloraría la humanidad si fuesen cenizas los palacios y las
alfombras, la capilla y los frescos renacentistas, las madonas y las cúpulas
redondas! ¿Acaso un árbol no tiene una historia parecida, de vida, de estética,
de frescura, de bienestar para los demás?
En Bolivia arden los bosques porque
desde el Palacio de Gobierno se alentó una retórica contra las reservas
forestales; contra los parques nacionales (incluso los pioneros, declarados
como tales en los años 30 del Siglo XX); contra las áreas protegidas creadas en
los años noventa cuando Bolivia era más consciente de su naturaleza generosa.
En 2011 Evo Morales mandó frenar con
grupos de “interculturales” (sofisma para llamar a colonizadores, cocaleros del
Chapare) a una marcha pacífica de familias indígenas de tierras bajas. ¿Qué
demandaban? Respeto al bosque, a la floresta, al río. Ese agosto fueron
asediados, hostigados, detenidos hasta el cerco tenaz a fines de septiembre.
El Servicio de Áreas Protegidas está
bajo el mando de Abel Mamani quien carece de trayectoria sobre este asunto.
¿Cuántos guardaparques fueron despedidos? Se han dado innumerables pasos para
hundir esas reservas.
Dirigentes de “campesinos” piden una
y otra vez que se abra para la explotación agrícola al Madini, el territorio
más diverso de Bolivia, ya amenazado con proyectos de hidroeléctricas. Mientras
los cultivos de coca han llegado hasta Pando, donde actuaba ADEMAF bajo el
capitán Juan Ramón Quintana.
Hace tres años; hace un año; este
enero escribí lo que vi con mis propios ojos, grupos de chapareños abriendo
zanjas en el parque nacional de San José, en Roboré, en Santiago de Chiquitos.
Se conoce que instituciones oficiales como el INRA o ATT dejaron que los
colonos reciban tierras sin coordinar con lugareños. ¿A cambio de votos que
alteren las tendencias históricas? Otras entidades acarrearon masistas a la Chiquitania
a cambio de parcelas, hoy “chaqueadas”. ¿Algún tribunal los juzgará?
Hace diez años vi letreros por Aguas
Calientes dando gracias a militares venezolanos por una acción cívica. ¿Quién
autorizo eso? Aterrizaban tantos aviones caraqueños y nadie dijo nada. Mientras
los chinos desangran al Illimani y matan jaguares para ganar unos dólares,
impunemente. Calla la viceministra de Medioambiente Chintia Silva, tan ocupada persiguiendo
a opositores.
La prensa internacional, incluso medios
tan moderados como The Guardian o la DW comparan a Morales con Bolsonaro, peor
aún, por tener doble discurso. Una nota lo llama “asesino de la naturaleza”. Él
apoya sembradíos de coca no de árboles.
Mientras su compañero Álvaro García
Linera, que ya no sabe ni sumar dos dígitos, ofrece arrasar con la selva (“asunto
de los imperios”) y entregar millones de hectáreas por año a la voracidad de
ganaderos, sus mejores aliados.
Si pierden en octubre no se ocultará
el sol; si ganan, arderán los últimos bosques.