Mientras aún crepitan, después de
tres larguísimos meses, los árboles hechos leña del bosque seco chiquitano, muchos
se preguntan qué pasó, por qué pasó, cómo se llegó a ese extremo, cómo fue
posible que el fuego consuma millones de hectáreas.
Los especialistas, científicos y las
instituciones ecologistas con experiencia son las fuentes más confiables. En
todos los casos se describe un desastre de consecuencias en el corto, mediano y
largo plazo para los seres humanos, las especies animales, la flora y para la
política, la economía, la cultura. El futuro dará las respuestas más acertadas.
La interrogante emocional es la que
enoja.
La Chiquitania es para Santa Cruz
como el Illimani para La Paz. Nadie podría imaginar la montaña de luz
derretida. No es sólo el ecosistema que representa para la vida de los paceños,
sino que esconde el “ajayu” de la urbe. Sin el nevado no hay ciudad del cielo.
A inicios del Siglo XX, cuando La
Paz afianzaba su liderazgo nacional, los liberales dieron forma a esa presencia
intangible combinando la arquitectura y la tecnología del centro europeo con
una visión permanente hacia el Illimani. De ahí el trazado de las avenidas
modernas en el centro, los parques en Sopocachi, el Montículo.
Alrededor de la montaña se tejieron
los himnos, los tangos, las poesías, las películas y las pinturas. Ahora
empresas chinas cercan sus entrañas.
Mientras, la Chiquitania representa la
fundación, el origen de la cruceñidad. Así lo entendieron poetas, músicos,
científicos. Plácido Molina no solamente motivó la recuperación patrimonial de
las misiones jesuitas, sino que reflejó el alma oriental alrededor de la
floresta, las iglesias, los ángeles de colores, los violines y las orquídeas.
Los que hemos recorrido y amado la
región sentimos que algo intangible murió con los incendios, algo muy profundo,
irrecuperable.
Columnistas como Carlos Valverde,
Tuffi Aré, Paula Peña, Carlos Hugo Molina intentan, con matices, explicar qué
falló. Escriben desde el duelo porque sienten que atrás quedaron los valores de
la solidaridad, del bien común. “Tenía que suceder” apunta Valverde comentando
que “llega a su fin la caminata de los intereses colectivos que mantuvo
cohesionada a la sociedad civil cruceña”. El imaginario colectivo está rajado.
No es suficiente culpar a los forasteros
por ocupar tierras. Es el espejo el que provoca la melancolía. Los cruceños
expresan en su pena la urgencia de mirarse a sí mismos. ¿Qué se quemó con todo
este fuego?
El asesinato de Noel Kempf Mercado
develó la convivencia citadina con el narcotráfico y sus prósperos negocios. La
reacción en los años ochenta no fue suficiente para desmontar esa relación
basada en la tolerancia al dinero de origen oscuro.
La actitud servil de Percy Fernández/Angélica
Sosa frente a Evo Morales retrata una alianza perversa basada en intereses y no
en ideales. El regalo del caballo del sector productivo más conservador al
presidente otrora despreciado y los discursos de Oscar Ciro Pereira Salvatierra
resumen el grado de ambición de la élite para enviar carne a los chinos, a
cualquier costo.
Como apunta Aré el cuestionamiento
llega a las estructuras sociales cruceñas, al camino abortado de las
autonomías, al enojo colectivo contra sus propias autoridades.