Se desgarra la camisa el presidente,
llora el gobernador y dice el intendente: “no fui yo”. Los transeúntes se
abrazan incrédulos y decenas de estudiantes suspiran nostálgicos. Ya es tarde.
El fuego consumió el más grande y más antiguo museo de Río de Janeiro y el más
emblemático para la historia brasileña.
¿Quién tuvo la culpa? ¿Una chispa,
el bombero ineficiente, el clima, los materiales? No. Esta es la típica
historia de muchos responsables que recortaron día a día el presupuesto para la
cultura, para la preservación de la memoria y politizaron el arte.
¿Cómo andamos en Bolivia?
A nivel nacional, la tristeza es
inmensa. Un vicepresidente se casa en medio de ruinas milenarias; una ministra
prioriza fondos para un oscuro repositorio de camisetas sudadas; una fundación
cultural al servicio del oficialismo y otras obras descuidadas.
A nivel departamental son pocas las
actividades, ninguna de gran impacto.
A nivel local, solo el Gobierno
Autónomo Municipal de La Paz aumenta los gastos destinados a la creación, abre
nuevos escenarios, tiene bibliotecas y archivos bien ordenados y auspicia
semanalmente festivales y presentaciones. Sobre todo, es el único que aprobó
una Ley de Culturas consensuada con los propios y diversos interesados.
En cambio, la ciudad más habitada,
Santa Cruz de la Sierra no tiene ni un teatro municipal, ni los equipos
modernos para acompañar artes escénicas. El alcalde Percy Fernández no da
importancia al quehacer cultural y en los últimos días una burda valla de
escudos policiales intentó esconder la marcha fúnebre de los artistas
desamparados.
Después se quejarán de cómo se
descuidó la cruceñidad, de cómo se confundió el preparar horneado con la
dramaturgia, de cómo brilló la miss mientras faltan salones para los artistas
plásticos. ¡Será tarde!
Santa Cruz cultural depende del amor
de entidades de la sociedad civil que apuestan a diferentes propuestas,
conscientes de que la cultura es lo que salva a los pueblos, la cultura ligada
a la belleza y al deicidio. Colombia no se hundió bajo el narcoestado porque
preservó sus libros y fomentó a los artistas.
Visité hace unos meses los museos en
Cochabamba. Salvo la oferta de Portales, el descuido es inmenso, aún en el
museo que alberga la Universidad Mayor de San Simón, la Casa de la Cultura, el
Museo D’Orbigny, lleno de maleza.
La alcaldía de Sucre no compra hasta
ahora un panel de luces y otros insumos imprescindibles para una buena
presentación en el Teatro 3 de Febrero. Hace años que dejó de brillar el otrora
famoso Festival de Cultura. En Beni y en Potosí hay más esfuerzos privados,
tanto en la capital como en las provincias.
Tarija está mejor por la actividad
que desarrolla la Casa Dorada y otras instancias. Sobre todo, porque- todavía-
el gran guardián de su memoria está en manos de los franciscanos que, celosos,
preservan cada documento, bordado, pintura o candelabro.
Los municipios podrían darse cuenta de
que, más que cemento, el ciudadano quiere esparcimiento, áreas verdes y mucha
música, pintura, danza, teatro, y también silencio, calma para su alma herida
por la rutina y las bocinas.