¿Será el 2018 un largo eco de 1968?
El año que comienza está tan cargado de conflictos sociales y políticos en todo
el mundo, también en Bolivia, que parecería que los estampidos de hace
cincuenta años podrían replicarse en esta gestión.
El famoso y muy mediático 1968 es
más que una fecha para recordar, como sucede con otras cifras de tantas otras
revueltas, batallas, coronaciones, guerras, revoluciones. El “68” encierra
demasiados acontecimientos que significaron el final de una era- la post
Segunda Guerra Mundial- y el inicio de otra, que afectó no sólo a la esfera
estatal del poder político y económico, sino al social, desde qué comer /o no
comer/ hasta cómo escuchar la radio o como escribir una novela.
Desde el paso de los cincuenta a los
“locos años 60” ya asomaba tibio el embrión de los posteriores sucesos, pero fue
el 68 el que le dio el tono y el sello.
LA JUVENTUD
El mundo contempló el cambio radical
de lo que antes era una simple categoría etaria, entre los adolescentes desde
los14 años a los 20/25s, convertida en esa época en un símbolo impecable: la
juventud, los jóvenes. Tener 18 años no fue nunca más igual que era cumplirlos
al inicio del siglo o en las pasadas centurias. Ser joven, urbano, estudiante,
melenudo o de minifalda, era ya la imagen de la rebeldía y del no-miedo.
Las protestas contra la guerra de
Viet Nam no tenían antecedentes históricos; se vivían los peores años de la
represión estadounidense contra los vietnamitas y el largo conflicto en
Indochina- inicialmente contra Francia y luego contra E.E.U.U.- canalizó el
descontento de los jóvenes hastiados del imperialismo, del consumismo y de las
prohibiciones. Sobre todo, en el norte del planeta, los hijos nacidos después
de la Segunda Guerra Mundial no tenían el temor acumulado por sus progenitores.
Ni siquiera temían hablar de “paz y amor” y de optar por las flores en
camisetas en vez de corbatas azules.
Era el abono para la lucha por los
derechos de las personas con opciones sexuales diferentes y a la vez una
profunda crisis de los valores tradicionales. La revolución sexual era otra de
las chispas que provocaría incendios.
LA REBELDÍA
Era la Teología de la Liberación, la
conferencia de Puebla, los curas “tercer mundistas”, los curas guerrilleros,
las monjas con cabello suelto y mocasín, las comunidades eclesiásticas de base
en los suburbios latinoamericanos. Era la pedagogía del oprimido de Paulo
Freire, desde las favelas, y también era las gigantescas movilizaciones
universitarias en Berkeley en el centro de las elites del conocimiento.
Era el año del eurocomunismo y
también de Carlos Fonseca y del naciente Frente Sandinista en Nicaragua, de las
guerrillas urbanas en Caracas y de la resistencia a la dictadura en Brasil, de
los militares nacionalistas en Perú y en Panamá y de los ejércitos clandestinos
en la Cordillera de Los Andes, de Farabundo Martí en El Salvador y del ejército
guerrillero maya quiché en Guatemala.
Asesinatos políticos, luchas libertarias,
el impacto de la Revolución cubana y la imagen del Ché Guevara, las guerrillas
latinoamericanas, las novísimas repúblicas en Asia y en África surgidas por las
luchas anticoloniales, el estreno de los movimientos feministas como actores
políticos, son sólo algunos capítulos del año que marcó a nuestros hermanos
mayores, nuestros padres, nuestros abuelos.
LA CULTURA
El impacto de los medios de comunicación y
el análisis de sus alcances y poderes fueron parte de la revolución cultural
que también se concentró el 68. El nombre de Herbert Marcuse repercutió en el
mundo occidental, también en América Latina y entre los periodistas. La
película de Stanley Kubrick “2001, Odisea del Espacio” abrió la cortina al
futuro temido y ansiado y una nueva forma de filmar. Mientras, “El Graduado” de
Michel Nichols, aunque estrenada al finalizar el 67, y su famosa escena de la
seductora Mrs. Robinson, estremecía a toda una generación, así como la música
de Simon & Garfunkel.
En países mestizos como México, Guatemala,
Ecuador, Perú y Bolivia comenzó el lento pero sólido y sin pausa movimiento por
la identidad de los pueblos precolombinos. En La Paz se puso de moda la ya
famosa “Peña Naira”, Los Jairas y el uso de poncho de lana entre hombres y
mujeres, las ojotas, la chuspa en vez de la cartera.
LA
PRIMAVERA DE PRAGA
Entre los muchos hechos que
podríamos recordar, seguramente el que abrió el año fue el más estremecedor, la
ilusión y la caída, como pasó todo ese intenso 1968, la corta “Primavera de
Praga”.
A inicios de 1968, llegó al poder de
la República de Checoslovaquia, incluida entonces en el llamado Pacto de
Varsovia y bajo la órbita soviética, el reformista comunista Alexander Dubcek,
quien se había comprometido a mejorar las condiciones de la libertad de
expresión y de creación artística y reformas políticas.
Cumplió sus planes y la población,
sobre todo los jóvenes, aprovecharon esa grieta para avanzar en sus propias
inquietudes y deseos de más y más libertad. Los intelectuales aceptaron un rol
fundamental, tanto escritores como artistas, inolvidables medio siglo después,
pues en los años noventa volvieron a ser la vanguardia de la rebelión contra el
gobierno.
La experiencia era inaceptable para
Moscú que analizó que aceptar ese nivel de librepensamiento afectaba el alcance
de su dominio y organizó la invasión a Praga, capital checa, igual que había
obrado en 1956 contra las revueltas en Hungría.
El 20 de agosto decenas de tanques
del Pacto de Varsovia y miles de soldados ingresaron a la histórica plaza de
Wenceslao y arremetieron contra los jóvenes indefensos, que sólo se defendieron
con sus banderas rojas y nacionales, intentando frenar a las tropas con sus
pechos descubiertos.
Las fotos de aquel asalto son un
testimonio de la crueldad rusa y de la postura comunista contra cualquier
ampliación de la libertad de pensamiento.
Las reformas fueron leves, darle un
“rostro más humano al socialismo” según quería Dubcek, pero eran suficientes
para provocar al sistema de lo que se conocía como la “cortina de hierro” en
plena etapa de la Guerra Fría. Los ortodoxos marxistas no soportaron que los
escritores narren novelas fuera de la línea del partido o que los periodistas
cuenten noticias sin pasar por la censura oficial.
La Primavera de Praga duró oficialmente
ocho meses; sin embargo, el germen estaba ahí y continuó a pesar de la
represión de los duros del Partido Comunista contra novelistas, periodistas,
académicos.
Existen muchos libros y películas
sobre esos hechos de 1968. Debieron pasar casi 20 años para volver a tener más
libertad, cuando en 1989 estalló la “Revolución de terciopelo”.
No se conocen las cifras reales de
los muertos, heridos, apresados y desaparecidos.
MASACRE DE TRATELOLCO, MÉXICO
En el último trimestre del año, el 2
de octubre, en la otra punta del globo terrestre, como una réplica de lo
sucedido en Checoslovaquia, los tanques del ejército mexicano y miles de
soldados masacraron a al menos medio centenar de jóvenes que protestaban contra
la política del Partido Revolucionario Institucional, PRI y el uso de los
Juegos Olímpicos para ocultar la realidad económica de millones de campesinos y
marginados.
A diferencia de la República
Socialista Checa, México era un país capitalista, con muy buenas relaciones con
Estados Unidos y la inteligencia de sus Fuerzas Armadas tenía asesoramiento de
la CIA.
El movimiento estudiantil comenzó a
mediados del año con manifestaciones en contra de los artículos 145 y 145b del
Código Penal que sancionaba con prisión a los que asistan a reuniones públicas
no autorizadas por el gobierno. Se creó una coordinadora, el célebre Comité de
Huelga, que convocó las primeras concentraciones y focos de resistencia. Pronto
se sumaron otros sectores, catedráticos, maestros, periodistas, intelectuales.
El movimiento creció e incluyó en su
demanda la libertad de los presos políticos. Los estudiantes pidieron diálogo
de forma permanente, como muestran los carteles que pegaban a lo largo de las
calles. No querían enfrentamiento, eran pacifistas y habían marchado con pañuelos
blancos, en silencio.
Desde junio, la policía había reprimido
pequeñas protestas de institutos técnicos y en agosto, una marcha pacífica de
50.000 personas vinculadas a la Universidad Autónoma de México, UNAM, llegó al
centro del distrito federal. El rectorado pedía el respeto a la autonomía universitaria.
En septiembre, las tropas ingresaron al campus universitario, aunque éste
gozaba de ser un sitio impugnable, como sucedía en las universidades
latinoamericanas desde las luchas de los años 20.
La reacción fue la gran
concentración en la Plaza de las Tres Culturas, o Plaza de Tlatelolco, en las
antiguas ruinas aztecas, pero ahí los esperaba la represión más cruenta desde
la Revolución Mexicana. Para los historiadores, esa orden presidencial es el
asunto más vergonzoso en toda la etapa republicana. Un helicóptero rondando a
la concentración fue la señal del ingreso de tanques, militares y policías para
asesinar a los jóvenes, algunos con sus pequeños hijos.
El gobierno controlaba los medios de
comunicación y por semanas se ocultó el alcance de la masacre, el número de
muertos y de heridos. Después circularon fotos y películas que desmintieron el
discurso oficial. Cincuenta años después, pese a las muchas investigaciones, no
se conoce realmente cuál fue la orden militar, quiénes prepararon la trampa,
quiénes eran los agentes identificados con un guante blanco, los jóvenes
reclutas de un batallón especial para la seguridad de los Juegos Olímpicos.
El PRI y el gobierno de Gustavo Díaz
Ordaz y su secretario de gobernación, Luis Echevarría, intentaron mostrar las
acciones como combates contra grupos insurrectos o contra delincuentes comunes.
La prensa oficial tituló la masacre como un enfrentamiento de los militares
contra focos terroristas y hasta su muerte Díaz Ordaz aseguró que fueron los
propios universitarios los que dispararon contra sus amigos desde los edificios
cercanos. Así lo informó ante el Congreso mexicano controlado por el PRI, y
cuando terminó de contar cómo los estudiantes eran en realidad unos
subversivos, los parlamentarios oficialistas lo aplaudieron de pie.
Pero las denuncias en todo el mundo no se
callaron.
Una vez más, fueron los periodistas,
los fotógrafos, los camarógrafos, los corresponsales los que lograron las
imágenes que quedaron para la triste historia de la Masacre de Tlatelolco.
Como había sucedido en el Siglo XVI,
el olor de la sangre manchaba el aire; así lo resumió un poeta náhuatl.