La muerte de Filemón Escóbar
provocó, como pocas, un caudal de sentimientos, comentarios y despedidas. Es
difícil permanecer indiferente ante esa desaparición física porque el Filippo
logró lo que pocos seres humanos consiguen: la absoluta libertad de pensamiento
y de palabra y dijo lo que quiso sin temer ningún castigo porque ya estaba por
encima de esas pequeñeces cotidianas.
Sin embargo, no se puede entender la
trayectoria del famoso dirigente minero sin comprender al mismo tiempo al
liderazgo conjunto de los obreros relacionados con el primer medio siglo de la
Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB, 1944) y de la
Central Obrera Boliviana (COB, 1952).
Filemón pudo ser lo que fue porque
vivió y luchó junto al nacionalista Juan Lechín; a los comunistas pro Moscú
Oscar, Mario, Rolando; a los comunistas pro Pekín Federico, Domitila, Nora; a
gente independiente como Víctor López- el único que ahora sobrevive de la
generación de oro del sindicalismo boliviano-; y al anarquismo de Líber y otros
dirigentes del Consejo Central Sur; junto a José, el eleno.
Los debates en los ampliados o en
los congresos mineros no eran simples levantamanos. Cada dirigente exponía sus
ideas, el mandato de sus bases, la línea partidaria, su propuesta para el
proletariado, para las capas medias, para la Nación. Esa idea de país que los
impulsó a entregar la plusvalía de su esfuerzo al progreso cruceño o a donar las
mitas solidarias.
Además, eran encuentros de cultura
general. Filemón citaba a Trotsky, Simón a Lenin. Noel Vázquez recordaba la
historia nacional. Edgar Ramírez conocía el muralismo mexicano y música
potosina. López alentó los congresos culturales donde los mineros pedían buenas
películas y clases de ajedrez. Guillermo Dalence era el pedagogo que lograba
hacer comprender a los periodistas el alcance de los pliegos petitorios más
allá del pedido salarial. Sinforoso Cabrera guardó los archivos.
El dirigente de San José conocía de
radios y el de Matilde de veladas literarias con el teatro de Máximo Gorki. Los
de Colquiri auspiciaban al Teatro Los Andes, los de Atocha a Nuevos Horizontes.
En las emisoras mineras se realizaban los mejores festivales de música andina.
Actualmente basta escuchar a un
dirigente para comprender su poca lectura, su escaso conocimiento, su sumisión.
Quedan pocos como Felipe Quispe, analfabeto hasta su adolescencia, y luego
devorador de libros, amante del cine europeo, especialmente el español, y
excelente alumno de historia; un solitario.