La voz
del Fiscal Departamental de Chuquisaca Mauricio Morales Nava suena aislada. Él
intenta llamar la atención sobre la cantidad de suicidios de jóvenes que se dan
en Sucre y en todo el país. Los últimos son hombres de 26 años, casualmente. Uno
se ahorcó en su cuarto por no poder enfrentar las alucinaciones que sufría.
Otro se colgó de un árbol porque le confirmaron tuberculosis. Un tercero se
hizo explotar dinamita en Potosí por causas todavía desconocidas.
Esas
muertes se suman a otro medio centenar de suicidios en Chuquisaca en una
población relativamente pequeña. La alarma motivó la conformación de una Mesa
interinstitucional para enfrentar este luto colectivo.
Hace un
año, Familia Segura de UNICEF Bolivia informó que atendió desde 2020 casi 1.500
casos de pensamiento suicida y 293 intentos de suicidios, de los cuales muchos
eran menores de 18 años. Esta oficina de apoyo psicoemocional también publicó
que salvó del suicidio a 343 niñas.
Según su
boletín, Bolivia tiene la tercera tasa más alta del MUNDO en suicidios de niñas
y niños entre los CINCO y los CATORCE AÑOS y esa es la cuarta causa de
mortalidad en adolescentes de 15 a 19 años. Bolivia tiene la quinta tasa de
suicidios más alta de Latinoamérica, según reportó la Organización Mundial de
lafamilia Salud (OMS) en 2019.
Más allá
de las estadísticas, en los últimos meses escuchamos noticias o conocimos
tristes anuncios de familias por la pérdida del hijo que no soportó el
sufrimiento, el desafío de seguir vivo, o no pudo enfrentar una situación de
intensidad emocional. Bolivianos entre 15 -19 años, entre 26-28 años, cerca de
40 años. Edades emblemáticas; cuando se tienen que asumir cambios: al terminar
el colegio; al buscar el primer trabajo o en la década en la cual las personas
(los hombres) examinan qué pasó con sus expectativas juveniles.
Un
suicidio afectó hace poco a un colegio público de mi barrio. Un joven estaba
ilusionado por terminar el año para pasar al bachillerato. Sin embargo, la
profesora de química le insistía en que no era capaz de tener buenas notas en
su materia hasta proponerle que ni siquiera asista a sus clases porque era un
esfuerzo inútil. No es extraño que los docentes de matemáticas, física, química
y educación física puedan ser los peores fantasmas en la estabilidad de los
escolares.
El
muchacho no soportó la idea de fracasar, de ser aplazado. Se quitó la vida para
dolor de su madre y horror de sus compañeros. Bloqueos y quejas de los padres
de familia lograron algunos cambios administrativos, pero sin modificar una
actitud de maestros que agrede la autoestima de los niños.
Aunque
también se conocen ejemplos opuestos, de padres de familia/alumnos que agreden
a los maestros, el desprecio de un adulto a un menor puede ser fatídico para el
desarrollo de un adolescente.
Entre
los asuntos que fueron expuestos en la Junta de Padres de Familia estaba uno
que parece absurdo, pero que se da en muchos colegios urbanos y rurales: el uso
de los baños. En general esa es la infraestructura ausente o mal utilizada en
todo el país. Un mal endémico en todo el territorio.
No hay
aseos dignos en casi ningún establecimiento escolar público, ni siquiera en las
universidades. En los escasos colegios donde hay baños para hombres y para
mujeres los profesores o los bedeles cierran los servicios. Escuché en el
altiplano “porque los niños no saben usarlos”. En la urbe: “porque se
aprovechan para salir de clases”. Los chicos y los jóvenes están obligados a
“aguantarse” o a ir a un rincón para evacuar sus urgencias.
Este
detalle se convierte en un trauma en las muchachas en los períodos de
menstruación. UNICEF desarrolló hace años un estudio en poblaciones tropicales
donde el sangrado puede convertirse en una vergüenza en vez de un orgullo de la
pubertad.
La falta
de cuidado de sí, de autoestima, de desarrollo normal de las necesidades
fisiológicas, de amor a lo que entra y a lo que sale del cuerpo incide en la
ausencia de amor propio. Uno de los pocos programas que insistió en proteger a
las mujeres desde la infancia fue el alentado por Maricruz Rivera: “Yo, mi
primer amor”.
¿Por qué
tantos niños y jóvenes bolivianos no se aprecian a sí mismos? ¿Por qué las
chicas expresan intención de quitarse la vida? ¿Hasta cuándo una sociedad pueda
soportar las estadísticas de suicidios juveniles, de feminicidios y la
creciente ola de infanticidios cometidos por menores de 20 años? Criaturas que
aparecen devoradas por perros en basurales o callejones.
Un
entorno familiar sin cariño, violento, padres agresivos sumado a profesores que
ofenden en vez de acompañar el desarrollo del estudiante provocan chicos que pasan
al retraimiento social, a problemas de aprendizaje y a la muerte.
Sin
embargo, ni candidatos ni autoridades se ocupan de la agenda de la infancia, de
la adolescencia, de los bolivianos que todavía no votan. Es otra agenda
postergada.