El masismo no es una ideología ni un partido político: es un estado de ánimo y, sobre todo, es una metodología. Aunque repito esta frase desde 2007, los ejemplos se multiplican en gobernaciones y municipios. Dramáticamente. No se precisa estar afiliado oficialmente para ser parte del fenómeno MAS que domina Bolivia.
Ejemplos
sobran. Aunque a veces aparece mimetizado bajo otras siglas, el masismo, el
populismo Siglo XXI, todavía está ahí, como el dinosaurio de Monterroso. Entre
sus características está el discurso simplón, casi infantil. La obsesión
principal es caer simpático con ofertas inmediatistas, aunque ellas afecten al
bien común y al desarrollo sostenible. Las tareas de largo plazo no sirven, como
encomendar estudios o aplicarlos cuando ya existen. Actualizar mapas de riesgo o
destinar esfuerzos para entender planos no son útiles para gozar el aplauso de
las masas.
Las
opiniones sensatas de especialistas no son tomadas en cuenta porque pueden ser
“políticamente incorrectas”. Peor aún, pueden afectar intereses de los que
financiaron la campaña electoral. Esa opción, típicamente masista, contribuye a
la desinstitucionalización de la administración pública.
Es la versión
del cuento de los cerditos, al revés; más vale entregar una casita rápidamente,
aunque sea de paja y se derrumbe con el primer soplido. Lo importante es la
foto; mejor si una guirnalda se cuelga en el cuello.
El
masismo se caracteriza por fabricar caudillos que se creen líderes; que gastan
el dinero público en reproducir mil veces su rostro, sea en gigantografías o en
pegatinas; todo vale. Quisieran ser tan reconocidos como Angela Merkel, pero
olvidan que ella no obligaba a los transeúntes mirar su barbilla y sus brazos
cruzados en cada esquina.
Este
método no refleja un trabajo en equipo. Mucho menos prioriza la aparición de
los voceros técnicos, de los que conocen las características de un espacio
determinado y de quienes lo habitan.
A lo
largo del país se encuentran edificios a medio construir, abandonados, al borde
de caerse, restos de puentes fallidos, viviendas rotuladas como “sociales” que
nadie ocupa, presuntos hospitales o mercados llenos de hierbas. En La Paz, cada
tarde se divisan más cerros pelados porque alguien decidió ser su propietario;
no importa que más abajo se caigan otras construcciones y que se destruya el
ajayu de la ciudad.
La sede
de gobierno presenta una topografía tan compleja como Cuzco o Quito. Por ello,
alcaldes prudentes, como (el inolvidable) Mario Mercado, se preocuparon por
contratar a expertos internacionales para conocer más y mejor cómo podía o no
podía crecer la mancha urbana. Otras administraciones ediles responsables consiguieron
consolidar equipos humanos para la prevención de riesgos. La defensa de las
áreas verdes y la arborización en los tres grandes pulmones se desarrolló por
décadas en Santa Bárbara con el Laikakota, en Llojeta con el Parque Forestal o
en Mallasa.
En los
últimos años, la desinstitucionalización ha facilitado el loteamiento de áreas públicas
y de serranías; ha facilitado la construcción de edificios absurdos para una
hoyada que posiblemente fue un lago con su fondo de arenisca.
¿Quién o
quiénes son los responsables? ¿Quién o quiénes son los masistas encubiertos que
destrozan lo avanzado en el ordenamiento vehicular, en los planes de uso del
suelo, en los permisos para construir? Por ejemplo, personajes como el concejal
Oscar Sogliano Herrero actúan hace meses para facilitar polémicas normas para
la construcción de edificios o no actúan cuando se lotean más y más terrenos en
el Parque de Mallasa.
O Harold
Lora de la empresa “Loritas Edificios”, premiado por su supuesto respaldo al
desarrollo inmobiliario, que actualmente enfrenta demandas por presunta
legitimación de ganancias ilícitas y debe responder a 60 familias que reclaman
la devolución de sus aportes para departamentos que nunca se construyeron.
El
derrumbe de una plataforma en un lugar neurálgico de La Paz desnuda lo que pasa
todos los días bajo el paraguas del masismo mimetizado. Permisos
incomprensibles, información opaca, muchísimo dinero en juego.
Llamó la atención de los vecinos la
reacción del alcalde Iván Arias intentando responsabilizar a una cañería vieja
como causa del desastre. Él y el comunicado oficial evitaron nombrar a la
empresa Tauro y no explicaron por qué ésta destruyó un muro que había resistido
décadas. Al contrario de otros siniestros sucedidos en gestiones pasadas, la
gestión municipal no contó con un mecanismo de reacción rápida.
La
prioridad del gobierno autónomo municipal paceño y de sus secretarías está en
la fiesta, el folklore, la farra, el circo. Ya veremos sus disfraces y bailes
en carnaval; nadie faltará a la cita. Otro rostro del masismo que acompaña a
los bolivianos desde 2006.