viernes, 27 de octubre de 2023

LA CARPITA LILA: NI PATRIA, NI MUERTE

 


            Una de las imágenes más grotescas de la huida de Evo Morales, en noviembre de 2019, fue su escondite bajo una carpita lila, acostado sobre una frazada envejecida, en algún lugar de los cocales en el Chapare, al centro de Bolivia.

            Sus seguidores, dentro y fuera del país, mostraban la foto como representativa del grado de pobreza y de persecución que sufría. Cualquier persona con sentido común sabía que era una puesta en escena. En esos días, en los registros oficiales figuraban sus rentas con varios miles de bolivianos, además de ostentar el disfrute del poder por más de 13 años; pobre no era, ni es. Morales, formado en las luchas sindicales y políticas, asesorado por la inteligencia cubana y venezolana durante toda su presidencia, podía haber escogido un refugio más seguro.

            La carpita, como circuló en las redes, tenía un color intenso, de esos plásticos con los que las colegialas aman forrar sus carpetas. Estaba tensada con cuerdas improvisadas. Si alguien lo hubiese perseguido, rápidamente hubiese encontrado la huella; faltaba un letrero: “Aquí estoy con mi celular prendido”.

            En las últimas horas como mandatario, el veterano líder de los cocaleros aparecía cada vez más aislado de las bases que lo aclamaban. Algún día, los protagonistas contarán los hechos de esas jornadas, quién o quiénes tomaron las decisiones. Militantes masistas culpaban a Álvaro García Linera y a Carlos Romero Bonifaz como traidores; el primero ya está apartado de Evo, el segundo sigue en sus filas.

            El escape desilusionó a otros que esperaban una actitud diferente, o diálogo o resistencia. ¿Dónde quedaba la consigna de “patria o muerte” que se obligaba a corear a los militares? ¿Por qué temblaba el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas? Antiguos dirigentes con experiencias clandestinas en las dictaduras no acreditaban semejante desenlace.

            Lo más extraño y silencioso es la reacción de los personajes que se asilaron. ¿Qué asustaba a Juan Ramón Quintana? ¿Por qué Héctor Arce buscaba el exilio, si no era de los grupos de choque? ¿Qué impulsó a Hugo Moldís, que convive como periodista, a encerrarse meses en una embajada?

            De ello, lo más siniestro es la desaparición sutil de los equipos que dirigían y coordinaban a los guerreros digitales desde sus despachos oficiales. Hombres y mujeres, casi todos jóvenes, entrenaban en los parques públicos, para alentar campañas de desinformación; era fácil darse cuenta de sus conspiraciones, escondidos entre los arbustos.

            El asunto de estos funcionarios públicos y su grado de responsabilidad convocando al enfrentamiento entre bolivianos no aparece en las investigaciones judiciales. En algún momento se sabrán todos los detalles.

            Luis Arce buscó protección y -quizá al darse cuenta de que el ánimo de Jeanine Añez no era priorizar la venganza- salió, viajó y enfrentó la realidad. Incluso soportó a personas (quizá pagadas) que lo hostigaban en el aeropuerto. Esa es su ventaja histórica.

            La ciudadanía destacó la valentía de los dirigentes y parlamentarios que se quedaron, que aceptaron la derrota, que buscaron caminos de diálogo. A ello se sumaron otras voces que ayudaron a salir de la confrontación. Destaca el rol de representantes diplomáticos de España y de la Unión Europea que se jugaron para que Bolivia no sea ensangrentada. La Iglesia Católica retomó su esencia de mediadora.

            La salida de Evo Morales y Álvaro García Linera, que intentaban inconstitucionalmente continuar su mandato (ya ensombrecido por sus candidaturas en 2014) fue, paradójicamente, un alivio. Alejó situaciones feroces como las que padecen los nicaragüenses o los venezolanos.

            Con todas las sombras y las acciones autoritarias, los bolivianos viven más tranquilos que bajo las dictaduras militares fascistas. Muchos militantes masistas colaboran en esa convivencia. Hay que reconocerlo.

viernes, 20 de octubre de 2023

LABORATORIO ESTATAL, CRÓNICA DE UN FRACASO ANUNCIADO

 


            Con sonrisas y maquetas el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) presentó una nueva empresa estatal, cuyas características anuncian que no solamente será otro fracaso, sino el más absurdo de los errores. El D. S. 5040 crea la Empresa Pública Productiva Laboratorio Industria Farmacéutica Boliviana (LIFAB) para producir medicamentos de “base química, natural y tradicional”.

            El periódico “El Pueblo” adorna la noticia con una fotografía que parece del desierto marciano, con un cielo nublado, unas colinas con contados arbustos y en medio una fantástica maqueta gris y blanca. Galpones, ingresos y pasadizos, ventanitas, un inmenso parqueo donde por el momento sólo dibujaron un camioncito, un gran letrero verde: “Industria Farmacéutica Boliviana”, a un lado una tricolor sin flamear y al otro una wipala cuadrada.

            Esperé que las organizaciones locales y nacionales de los empresarios y de los industriales publiquen una protesta firme y contundente a este nuevo engendro, pero solamente hubo quejas aisladas del sector y algunos comentarios de prensa.

            La empresa depende del “Servicio de Desarrollo de las Empresas Públicas Productivas” (SEDEM) y quedará en Cochabamba (Santivañez y Sacaba). El presidente Luis Arce anunció, sonrisa amplia, que la funda considerando los “conocimientos y saberes ancestrales de nuestros pueblos”.

            El Tesoro General de la Nación entregaría más de tres mil millones de bolivianos para la iniciativa. El ministro de Desarrollo Productivo y Economía Plural Néstor Huanca justificó la iniciativa por el costo de la importación de medicamentos y la escasez durante la pandemia. Otros medios estatales o paraestatales destacaron la obra como parte de la política oficial de “industrialización y sustitución de importaciones”.

            ¡Qué impostura! ¡Qué ignorancia!

            En primer lugar, basta recorrer los titulares de hace 18 años cuando Evo Morales aseguraba que la hoja de coca sería industrializada para producir mates, píldoras, champús, detergentes. Ni siquiera las investigaciones privadas, anteriores al MAS, consiguieron buenas ofertas. El único resultado fue más polvo blanco. Morales quiso armar un laboratorio farmacéutico que escondía un plan para traer “científicos” cubanos.

            En segundo lugar, como repiten los expertos con cifras y datos duros, las empresas estatales sólo sirvieron para cortar cintas, tomar trago y sacar fotos. Ninguna es exitosa y menos es confiable.

            La industria farmacéutica es compleja, necesita expertos no buscapegas. Es delicada porque juega con la salud de la población. No es lo mismo crear puestos para ignorantes en la cancillería que conseguir titulados que trabajan en delicadas investigaciones y pruebas. No será posible hacer farras como ocurre en los ministerios.

            Esta es una de las industrias bolivianas más prestigiosas y emblemáticas. La población confía en ellas y siente orgullo por varios de sus productos. Hace 30 años que me interesé por estas empresas por esas características; están en La Paz, en Cochabamba, en Santa Cruz, cubren el mercado nacional y también exportan.

            Los grandes laboratorios del mundo científico controlan las cadenas de producción de sus pares bolivianos, desde el ambiente impoluto, la construcción adecuada, la vestimenta especial para cada obrero, el control de calidad en cada paso. Un suero, un algodón, una gasa, una gragea, un jarabe tienen que ser perfectos, con todo el detalle explicado, con prospectos preventivos, con fechas de vigencia.

            También hay laboratorios que producen medicamentos con base en plantas como la manzanilla o la equinácea. Incluso hay farmacias que preparan pomadas externas o medicamentos genéricos sencillos, todo bajo estricto control.

            ¿Por qué el presidente Arce quiere meter dinero a otro elefante negro? ¿cuál es la verdadera razón? ¿Crear algo para contentar a municipios cochalas y contrarrestar al Chapare? ¿Traer rusos y chinos o iraníes como en el hospital alteño? ¿Aumentar el número de funcionarios públicos que aportan al partido y van a cabildos? ¿Hacer creer que hay industrias estatales?

            ¿O quiere hundir a la iniciativa privada?

            ¿Qué laboratorio se atreverá a tener planes para nuevas inversiones, ampliar sus plantas, crear sucursales, de buscar mercados externos si enfrenta la competencia desleal y nociva de este bluf?

            En vez, Arce, que no fue solamente cajero sino burócrata formado en la aplicación de las políticas de estabilización, podría apoyar más a la industria boliviana que crea empleos estables, paga los impuestos que financian sus sueldos, las universidades, los proyectos sociales.

            Ojalá que los empresarios no bajen la cabeza y reclamen con fuerza contundente, antes de que sea tarde.

           

 

           

viernes, 13 de octubre de 2023

PALESTINA-ISRAEL, LAS VOCES QUE NO SE ESCUCHAN

 

            Esta semana, el mundo observó aterrado una serie de imágenes que reflejaban la brutalidad del ataque, reivindicado por Hamas, a distintos objetivos, fundamentalmente civiles, dentro de Israel. La masacre enlutó a cientos de familias. Aparentemente, sorprendió a los sofisticados servicios de inteligencia y de protección israelíes y redobló la sensación de miedo en sus habitantes.

            La acción del sábado 7 en una festividad judía, a pesar de sus características espectaculares similares a las argelinas de los años 60 o a las vietnamitas de los años setenta, no sorprendió a historiadores y a analistas que desde hace meses preveían una reacción cruenta de palestinos contra la política agresiva israelita.

            A principios de este año, por ejemplo, el historiador palestino libanés Rashid Khalidi publicó su texto: “Palestina. Cien años de colonialismo y resistencia”. En una entrevista con la prensa europea, él denunciaba cómo “Israel actúa cada vez con mayor impunidad.” Khalidi ocupa la cátedra Edward Said de Estudios Árabes de la Universidad de Columbia. (Recordemos que Said fue un extraordinario humanista palestino.)

            El libro cita que, ya en 1899, el alcalde de Jerusalén escribió que la creación de un estado hebreo en el territorio de Palestina suponía expulsar al pueblo que lo habitaba durante siglos. Así sucedió en 1948. “Israel no es un país normal, dice, es la ocupación militar más larga de la historia moderna”. Se fundó con la expulsión de 750 mil personas y en 1967 expulsó a otras 100 mil.

Aunque muchos lo olvidan, los descendientes de los palestinos saben que sus padres, sus abuelos, sus bisabuelos fueron sacados violentamente de sus milenarias casas. Escenas repetidas con insistencia estos últimos años, sobre todo en 2022, cuando colonos judíos consiguieron ocupar más y más el diminuto espacio que se ha dejado a los palestinos; hay dramáticas historias sobre ello difundidas por jóvenes palestinos en sus celulares porque no es materia de interés para las agencias de noticias.

            Khalidi, documentos en mano, advertía que se avecinaban grandes peligros si Europa y Estados Unidos no frenaban la expansión ilegal israelita, casi siempre violenta y con víctimas inocentes. El número de palestinos asesinados en Cisjordania durante el año pasado fue el más alto en 15 años; preveía que en el 2023 el saldo de víctimas sería peor por la política del ultra derechista Benjamín Netanyahu.

            El historiador fue parte del equipo palestino que soñó con alcanzar un acuerdo de paz en las negociaciones entre 1991-1993, que tuvieron lugar en Madrid y en Washington. Criticaba a la dirigencia palestina por su liderazgo dividido y poco eficiente.

Ningún soldado israelí es sancionado por asesinar a palestinos. Cuatro millones de palestinos, dos millones en Gaza, viven bajo el temor constante, con racionamiento de agua, de luz, de alimentos, vigilados las 24 horas. Es la mayor cárcel del mundo, la describen autores de ambos lados.

            La idea de crear un estado palestino se fue esfumando. A las fuerzas extremistas como Hamas o a países como Irán no les interesa encontrar un camino negociado, sino mantener un poder brutal.

            Entre pensadores y políticos israelíes hubo similar preocupación. Shlomo Ben Ami decía en mayo que “Israel es cada vez más la Sudáfrica del apartheid”.

El ex canciller de Israel daba por muerta la solución de dos estados. El fue uno de los protagonistas de las negociaciones en Camp David en 2000. Denunciaba que las dos partes preferían el conflicto. Como historiador y testigo, también preveía más brutalidad por las acciones de Netanyahu.

            En la víspera del ataque, “La Vanguardia” de España entrevistó al almirante en la reserva Ami Ayalon, ex jefe del servicio secreto interior de Israel. Él decía: “tendremos seguridad cuando ellos tengan esperanza”. Recordaba, con impotencia, los incumplimientos de las promesas a los palestinos en Oslo, cuando ellos renunciaron a parte de sus demandas. En vez de mejorar su vida cotidiana fueron testigos de más asentamientos judíos ilegales. Sin esperanzas, optan por la guerra. Por su parte, los israelíes mantienen la narrativa de haber dado mucho y sólo recibir a cambio más terrorismo.

            Los actuales miembros de Hamas vivieron de niños la primera y la segunda Intifada. Han encontrado nuevas formas para burlar al enemigo. No tienen ninguna intención de dialogar, menos con la mediación de países occidentales. Están dispuestos a morir y a morir matando con la mayor saña y crueldad. No ven otro futuro que el apocalipsis.

           

 

 

viernes, 6 de octubre de 2023

RUSOS, VÍCTIMAS Y PERTETRADORES

 

            Bert Hellinger describe en sus textos sobre esa moneda que en un lado tiene a la víctima y en el otro al perpetrador o agresor. Las víctimas humilladas y ofendidas pueden eventualmente transformarse en verdugos. Carl Jung aseguraba la tendencia de una cosa para convertirse en su opuesto. Sobre el asunto hay muchos textos. Sin embargo, esta semana cito al periodista ucraniano Vasili Grossman, quien hace 70 años ya describía ese rol perverso del sistema político ruso, que, de víctima de zares y nazis, se convirtió en verdugo de inocentes.

            Grossman, como judío, sufrió la expansión del nazismo en Europa. Fue testigo y denunciante del horror que enfrentaron millones de personas por la única razón de ser de una etnia o de practicar una religión. Después de la Segunda Guerra Mundial, el juicio de Nuremberg, investigaciones, libros, películas, mostraron al mundo hasta dónde podía caer la civilización.

            Los alemanes iniciaron un largo periodo de expiación en busca de perdón y de reconciliación interna, con sus vecinos y en general con otras comunidades humanas. Aunque falta camino por despejar, las prácticas democráticas y la reunificación en 1989, que se recuerda cada 3 de octubre, ayudaron a la reparación.

            Grossman, con la autoridad moral que tenía, denunció en varios momentos de su vida como habitante en la Unión Soviética, sobre todo después de 1945, que el régimen comunista era tan terrible en su esencia y en su accionar como el régimen de los nazis. A nombre de una ideología, a nombre de un destino manifiesto, a nombre de los pobres, Vladimir Lenin y sus seguidores persiguieron con similar odio a judíos a través de los pogromos, a gitanos, a artistas, a intelectuales, a poetas, a obreros, a campesinos. A diferencia de Alemania, continuaban con la secular historia rusa de violencia.

            El autor de “Vida y Destino” (libro que ha llegado finalmente a librerías paceñas), describe la hambruna que provocó Josef Stalin en Ucrania con la colectivización en 1932. El holodomor (muerte por inanición) alentado por los rusos significó la muerte de unos 5 millones de personas en poco tiempo. Grossman denunció que las tropas quitaban su producción a los productores de cereales; incluso robaban el pan que una madre acababa de poner en la boca de sus hijos.

            Existen fotografías de familias enteras muertas de hambre, hileras de escolares que parecen dormidos en su inocencia, mujeres aterradas de frío y de hambre. Todo ello fue ocultado y en ese encubrimiento están involucrados intelectuales, periodistas y los partidos comunistas del mundo entero.

            A Adolf Hitler la historia lo hizo trizas. A Stalin le hicieron monumentos, versos y odas y hasta ahora “cuadros políticos” lo defienden y justifican. Grossman escribió lo que vio recorriendo los campos en Ucrania. Los antiguos bolcheviques, perseguidos por la policía zarista, se convirtieron en asesinos sin compasión.

            El horror continúa ante nuestra indiferencia. Este lunes se conocieron los avances de la Comisión internacional que investiga los crímenes de Vladimir Putin y su gobierno contra Ucrania. Han registrado violaciones a hombres y mujeres en un rango que abarca de los ¡4! a los ¡84! años; hay testimonios que obligaron a padres, hijos, hermanos, esposos a contemplar las escenas. Járkov, que perdió una quinta parte de su población por la represión estalinista hace un siglo, ahora soporta bombardeos a sus hospitales, masacres, asaltos y violencia contra los civiles desarmados.

            Moscú quiere que vuelvan a morir de hambre quitándoles sus cereales, como los comunistas hicieron culpando a Ucrania de defender su idioma, su cultura, su propia historia.

            Los textos de Grossman fueron secuestrados y el autor perseguido, como detalla su biógrafa Alexandra Popoff. Un amigo valiente y otra pareja salvaron copias que llegaron mucho después a Occidente; en la era Gorbachov se encontraron los originales en los archivos secretos de las oficinas represivas.

            Los bolivianos tenemos muchos defectos y carencias, pero jamás invadimos otra nación ni forzamos a la hambruna a aldeas enteras.

            ¿Será que Luis Arce, que abraza con efusión a Putin, y Rogelio Mayta, el No Canciller ignoran lo que pasa en Ucrania? ¿No les informan sus delegados en Naciones Unidas? O será que, de forma consciente y militante, son la quinta columna del invasor.