Tuve en mis brazos a la bebé Fátima pocos días después de su nacimiento. Cada vez que veía nuestra foto no podía contener una plegaria para pedir a todos los dioses y santos que la cuiden. Era hija de uno de los más de dos millones de sirios refugiados en Turquía. Su madre había autorizado mi abrazo. Apenas vi su pálido rostro, escondido rápidamente detrás de un velo negro.
En las provincias de Kahramanmaras,
de Hatay, de Gaziantep, en los más de ochocientos kilómetros de frontera común,
el gobierno de Ankara daba hospedaje, comida y trabajo a las familias que huían
del régimen de Bashar Al Ásad. Desde inicios de siglo el mandatario de Damasco
ha mandado reprimir y asesinar a millones de sus compatriotas. Los
sobrevivientes llenan campos en diferentes países asiáticos. Los más
afortunados llegaron hasta Europa, principalmente hasta Alemania.
Idlib
al noroeste y Alepo, al norte, vecinas del sureste turco, son los nombres de
las regiones más afectadas por los doce años de guerra civil. Siria está bajo
sanciones internacionales, pero el gobierno de Al Ásad se mantiene por el
respaldo de Vladimir Putin. Acá se estrenó y entrenó el grupo de mercenarios
Wagner compuesto por criminales comunes dispuestos a cometer las atrocidades
más medievales.
Durante
meses, las agencias de noticias y los principales canales televisivos mostraron
al mundo la destrucción sistemática de Alepo, legendaria ciudad. Sus habitantes
resistieron el horror, como actualmente hacen los ucranianos, e intentaron
reconstruir algunas infraestructuras básicas.
El
terremoto devastador del 6 de febrero volvió a destruir edificios, puentes,
carreteras. Más de 50.000 fallecidos en Turquía y en Siria es el número
escalofriante de uno de los peores sismos de la historia reciente. Es similar a
la cifra de bolivianos fallecidos en la Guerra del Chaco entre 1932 y 1935.
La
mayoría de los muertos, de los heridos y de quienes perdieron todo está en el
lado turco. Son varias las provincias y las ciudades afectadas. Sin embargo, la
ayuda humanitaria pudo llegar más rápido y fácilmente a esas zonas, incluso
salvando milagrosamente a personas sepultadas por los escombros. AFAD y la
Media Luna Roja tienen una alta experiencia y capacidad para atender desastres
naturales.
En
cambio, el régimen sirio obstaculizó el trabajo de las agencias de Naciones
Unidas y de Ongs que acuden en estos casos, como rescatistas internacionales,
médicos sin fronteras. Los muertos aumentaron día a día por esa interferencia.
A ello se sumaba el frío de menos 10
grados, vientos y borrascas. Los habitantes de Alepo y de otras ciudades sirias
tenían miedo de estar bajo algún techo porque las réplicas duraron varios días.
En algunos casos con fuerza provocando más derrumbes.
En medio de esta terrible crisis
humanitaria, Israel lanzó misiles contra Siria.
Israel bombardeó el aeropuerto internacional de Alepo inutilizando las
pistas. Ahí habían aterrizado más de 80 aviones con ayuda para los afectados,
pero el ataque israelí impidió que lleguen nuevos cargamentos.
Una vez más, Israel demuestra al
mundo que puede hacer lo que le da la gana aunque sean crímenes contra la
humanidad. Siempre con el pretexto histórico del antisemitismo o del
terrorismo, Tel Aviv manda matar directa e indirectamente.
Sin embargo, la opinión pública
mundial apenas se pronuncia. Cada vez son menos las voces críticas dentro del
propio país. Al contrario, el lobby a favor de Israel crece hasta en Sudamérica,
con propaganda sutil, con auspicios de libros y de conferencias aprovechando
temas aparentemente inocentes.
Según los datos de la agencia de
noticias suiza, el Estado judío lanzo está acción con aviones cazas,
supuestamente contra un cargamento de misiles y cohetes iraníes. El resultado
es otra tragedia más para la población civil de Alepo y para otros miles de
niños inocentes como la bebé Fátima que pagan con hambre y soledad la maldad de
los adultos.