Luis Arce Catacora y David Choquehuanca son los candidatos electos para presidir Bolivia durante los próximos cinco años y gozan de legalidad y de legitimidad porque fueron respaldados por más de la mitad de los votantes en sufragio libre y transparente.
Esta elección histórica- con una
participación ciudadana que pocos países logran en la región- fue posible por la
rebeldía de la población, sobre todo jóvenes y mujeres, en octubre y noviembre
de 2019, frente a la cantidad de irregularidades de los comicios de ese año.
Fue gracias al sacrificio de miles de bolivianos y de su revuelta absolutamente
pacífica y voluntaria, que en 2020 el país acudió a las urnas en paz, serenidad
y sin amenazas desde el estado.
Ese será el mejor legado histórico
de la generación “pititas”, aunque toda la narrativa del “Socialismo siglo 21”
intentó enlodarla y negarla. Es el sello de los pensamientos autoritarios, como
el estalinismo borrando de la historia rusa la figura de León Trotsky; o los
militares colombianos asegurando que jamás existió la masacre de las bananeras
en 1928; o el discurso de Luis García Meza aclarando que él tomó el poder
porque Lidia Gueiler renunció.
Por ello, los sucesivos ataques al
actual Tribunal Supremo Electoral llegan desde dos extremos, los llamados
“duros” del Movimiento al Socialismo (MAS) y los derrotados de Creemos, quienes
imaginaron una victoria nacional que no se sustentaba en la realidad. Importantes
funcionarios de gobierno y sus adláteres también se empeñaron en dañar lo que
fue el mejor momento de la presidente Jeanine Añez y de la saliente Asamblea
Legislativa Plurinacional: dar paso a un TSE técnico y mucho más institucional
que los precedentes.
El pueblo boliviano agradece y
agradecerá la valentía de Salvador Romero Ballivián quien- como José María
Bacovic en su momento- prefirió dejar la comodidad de un trabajo privado y
tranquilo para aceptar el enorme desafío de reconstruir una entidad pública hecha
pedazos.
Los ambientes dejados por María
Eugenia Choque y José Luis Exeni olían a podrido, como pasó con otros recintos
públicos después de vendavales de corrupción y manejos al servicio de intereses
mezquinos. Cuando las máximas autoridades ejecutivas son responsables de tanto
estropicio, como es el caso del TSE del 2019, es imposible que funcionen bien
otras dependencias, sean las administrativas, las comunicacionales o las de
servicios.
Romero junto con la vicepresidenta
del TSE, Angélica Ruiz Vaca Diez y demás vocales prepararon elecciones que
ahora son citadas como ejemplo para otros países. Todo ese esfuerzo en medio de
la peor crisis mundial desde la Segunda Guerra.
¿Fueron perfectos? Claro que no.
¿Fueron correctos y comprometidos? Seguramente que sí. Dejaron otras tareas,
faltaron ajustes en las notarías, en los tribunales departamentales, pero
cumplieron con la demanda de los miles de bolivianos que salieron a las calles
y caminos en 2019 y como servidores públicos.
Ahora les tocan dos tareas inmensas:
seguir el proceso contra las responsables del quiebre del 20 de octubre pasado
y sus consecuencias; y organizar el próximo año otras elecciones libres y
transparentes para cambiar gobernadores y alcaldes.
Esa será la prueba real para
comprobar cuál es el grado de compromiso con el cambio y con una visión
institucional y no partidaria del futuro presidente Luis Arce.
El actual TSE debe continuar como
piedra angular de la reconstrucción nacional.