viernes, 25 de septiembre de 2020

EL VALOR DE LA PALABRA

 


            Confianza. Esa es la palabra mágica que abre el sésamo de los ciudadanos frente al Estado. Es el concepto repetido entre los analistas que se ocupan del éxito alemán para enfrentar la crisis sanitaria. Su líder, Ángela Merkel, en un histórico discurso advirtió de la profundidad del problema y de las dificultades para enfrentarlo. Más allá de los “negacionistas” y de otras protestas, la opinión pública expresa su seguridad; cree en su canciller.

            En el caso latinoamericano, en Uruguay- a pesar del cambio de gobierno en el inicio de los contagios por el COVID 19- los habitantes aceptaron las recomendaciones oficiales. Confiaban en la palabra de los representantes de la administración pública, se cuidaron y ayudaron a cuidarse a los demás. La sólida institucionalidad fue la primera gran barrera al virus.

            En el extremo opuesto está la República Popular de China. ¿Quién puede creer en las explicaciones de su presidente, de sus gobernantes, de su sistema? Un puñado de fanáticos. El resto, los propios enfermos, sus familiares y el mundo dudan de las frases de Xi Jinping. La desconfianza es tan extensa que alcanzó a la Organización Mundial de la Salud; la influencia china destrozó la palabra del organismo.

            Para la región, el cúmulo de mentiras, de falsos positivos, de información distorsionada es más la regla que la excepción. Venezuela es la más expresiva. Tanta farsa no permite que ni la población, ni las estrategias sanitarias internacionales, ni la prensa crean en las cifras que repite Nicolás Maduro. Ni siquiera la muerte de Hugo Chávez respetó la sinceridad.

            Los libros sagrados de las religiones más importantes, los mitos y una muy grande cantidad de textos aconsejan a la persona cuidar su palabra. La palabra es la que puede consolar y aportar, aunque también puede desencadenar disputas, conflictos, guerras.

            El valor de la palabra está relacionado con el honor, con el decoro propio, familiar, comunitario. La puntualidad no es un valor en sí misma, sino que adquiere su dimensión mayor cuando se cumple con la palabra empeñada: a qué hora era la cita, cuándo había que entregar el trabajo, qué día acababa un plazo.

            Las personas, los grupos, las naciones que no respetan su palabra, no tienen honor ni decoro y con ello se rompe toda su imagen; un vidrio trizado que siempre guardará la cicatriz.

            Así le sucedió a Evo Morales, a pesar de los consejos de sus aliados iniciales o de sus más fieles funcionarios, como David Choquehuanca. Fingir silogismos para participar en las elecciones de 2014; desconocer la promesa de aceptar los resultados del referendo de 2016; hacer tretas para seguir de candidato; le quitaron todo brillo. Por ello, está claro que su mayor enemigo íntimo fueron Álvaro García Linera y el entorno palaciego.

            Janine Añez tuvo la oportunidad de proyectarse al futuro con rostro propio. El pueblo, sensible como es, hubiese perdonado errores y caídas porque le tocó una carrera de obstáculos como a una Hércules moderna. ¿Por qué no respetó su palabra? Sus explicaciones fueron un embrollo, un enredo que la lanzaron al vacío. Tanto fingimiento alcanzó a su equipo.

            El resultado de las elecciones del próximo 18 de octubre es incierto, como lo es aún el alto porcentaje de indecisos. Sin embargo, un dato es seguro. Faltar la palabra cobra un precio muy alto.

viernes, 18 de septiembre de 2020

D.D.H.H., 40 AÑOS DE RETROCESO


           ¿Gozan Evo Morales Ayma, Álvaro y Raúl García Linera, Juan Ramón Quintana, Sacha Llorenti, Héctor Arce del derecho al debido proceso por los presuntos delitos cometidos durante 14 años? Aparentemente no. Esa duda debe preocupar a todos los candidatos que se identifiquen con los principios esenciales de la democracia. El Informe de Human Rights Watch no es superficial ni partidario.

            Cuando el país recuperó el proceso constitucional en octubre de 1982, Luis García Mesa, Luis Arce Gómez, los paramilitares que asaltaron la Central Obrera Boliviana, los asesinos que torturaron a Luis Espinal, los militares que se aprovecharon de las piedras preciosas de La Gaiba fueron investigados, acusados y procesados con todo el rigor de la ley y con el respeto a sus derechos personales.

            La madurez de la democracia boliviana, a pesar de su relativamente corta edad, la solidez de las organizaciones defensoras de derechos humanos, la dignidad de Cristina Quiroga Santa Cruz y de los otros familiares de los mártires, colocaron a los responsables en el banquillo. Esa fue su mayor derrota, gozaron de beneficios que ellos negaron a los demás durante la dictadura.

            No hubo necesidad de pobladas, de excesos, de venganzas, de arreglos turbios para lograr Justicia. El sistema funcionaba, con todos sus achaques, los abogados podían sustentar sus pliegos con base en su conocimiento, como fue el caso de Juan del Granado y de Freddy Panique; también los abogados defensores, los fiscales, los magistrados.

            Funcionaba una sólida cancillería, con personalidades como Karen Longaric, Jorge Balcázar, Jaime Aparicio, decenas de servidores públicos que lograron la extradición de García Mesa, no por afinidades políticas sino por una demanda impecable.

            El andamiaje institucional de los Derechos Humanos era creíble. La Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (APDHB), cuyo embrión fue el movimiento “Justicia y Paz”, funcionaba con activistas voluntarios y con presupuestos mínimos. Inimaginables escenas como las protagonizadas por Teresa Zubieta para apoderarse por la fuerza de sus instalaciones.

            Había un discurso humanista, respaldado fuertemente por las iglesias, la católica, la metodista, la luterana. Parroquias en las ciudades y en el campo, comunidades eclesiásticas de base eran la columna vertebral del compromiso con la causa del ser humano libre y digno. Ahora, esa voluntad está disminuida, casi enmudecida, aún golpeada por tres lustros de persecución con insultos y cercos, algunos violentos.

            Desde 1982, con el paso de la dictadura al gobierno constitucional, el propio estado aumentó sus capacidades para defender los derechos humanos de todos los bolivianos y cumplir con sus compromisos internacionales. No sólo reformas constitucionales y mejoramiento en la normativa como logró René Blatman, sino la creación de la Defensoría del Pueblo. Desde que Morales instruyó que la entidad lo defienda a él, la hizo pedazos. Aun así, Nadia Alejandra Cruz Tarifa debe tener derecho al debido proceso, ahora que se aproxima el final de su usurpación.

            En estos meses, el gobierno ha denunciado varios hechos de violación de derechos humanos, de inmoralidad penada por ley, de corrupción y de ataques a la población, pero no logra darles un sustento suficiente, una base institucionalista por encima de lo político. El enredo, quizá más por incapacidad que por mala fe, puede ser un boomerang. Hasta el peor asesino tiene derechos. Lo contrario es volverlo víctima y dejarlo impune.

 

           

 

 

 

viernes, 11 de septiembre de 2020

MARCHAR PARA LA VIDA, BLOQUEAR PARA LA MUERTE

 

           Se fue agosto, el mes más oscuro desde que comenzó la pandemia del COVID 19 por el aumento de las cifras de contagiados, de muertos y de pérdidas económicas. Crisis sanitaria agravada por las órdenes de Evo Morales y sus candidatos Luis Arce y David Choquehuanca para bloquear violentamente las rutas y cercar a las poblaciones con falta de alimentos, de medicamentos y de oxígeno.

            Cuánta diferencia a otras protestas sociales, a otros agostos, pues el mes que marca el destino zodiacal de Bolivia está lleno de historia. Hace más de tres décadas, en 1986, el movimiento sindical minero se despedía de 70 años de luchas sociales. En Calamarca quedó la sombra de la que había sido la conmovedora vanguardia proletaria boliviana.

            Al amanecer del 27 partió la última jornada de más de 20 mil peregrinos, guiados por un minero aferrado a su cruz como el Nazareno, los niños y la embarazada María, migrante eterna. Ninguna agresión, sin vandalismo. Tantísima dignidad, fraternidad hasta el final. En medio de los tanques y los vuelos amenazantes, los caminantes retornaron derrotados a los campamentos. Adiós. Partir con la familia, unos trastos y la nostalgia, a los Yungas a sembrar cacao, al Chapare a sembrar coca, a El Alto de minibusero.

            Nunca más ser lo que se había sido.

            En 1990, otra gran movilización llegó desde la selva al páramo. Lágrimas ante el dolor del mundo, (como decía Raskolnikov inclinando ante Sonia) porque en esas mujeres y sus guagüitas estaban resumidos tantos siglos de abandono. El abrazo del llanero con el agricultor de tierras altas, del pescador con la vendedora del mercado. Vida. Dignidad. Caminaron días sin obstaculizar el tráfico, sin destruir bienes públicos, sin pegar a periodistas. Nadie escondía el rostro detrás de un negro pasamontañas. Consiguieron poner en la agenda la necesidad de una nueva constitución boliviana.

            El momento épico, la VIII Marcha Indígena en defensa de la Vida en el bosque del Isiboro Sécure. Recorrieron la floresta y la montaña durante 63 días con los pies sangrantes, sedientos, cantando, protegidos por la Virgen de la Asunción que los había bendecido en la partida, el 15 de agosto. Álvaro y Raúl García Linera, Sacha Llorenti, Boris Villegas, Marcos Farfán tendieron la perversa emboscada. ¡Cobardes! Mandaron golpear a mujeres, a sus hijos, separaron bebés del pecho de sus madres. Chaparina no se olvida.

            Los marchistas llegaron a La Paz el 19 de octubre, fecha memorable. Indígenas de tierras baja y de tierras altas, vendedoras, banqueros, albañiles, carniceras, modistas, colegiales, sacerdotes y monjas, numerosísimos jóvenes salieron a abrazarlos. Traían Vida. Vencieron la Muerte, sin dañar a nadie, defendían el Bien Común.

            Su sacrificio fue el inicio del descalabro del discurso de la impostura, ya sin maquillaje posible. Hasta el otro gran momento en octubre de 2019. Millares de bolivianos vencieron la tiranía con una protesta pacífica, con pititas, con cantos, con decenas de memes y burlas. Con Coraje.

            El bloqueo criminal fue la lápida del corporativismo, después de agosto 2020, quedarán fragmentos. Lápida para la larga muerte anunciada de la Central Obrera Boliviana, de las dirigencias campesinas contaminadas.

            Nuevo octubre, nuevo escenario. La mejor oportunidad para recordar a los marchistas del TIPNIS. Por ellos, por su valentía, voto por la Democracia, por la Dignidad, por la Libertad, por la Vida.

           

viernes, 4 de septiembre de 2020

LOS CHINOS NO CREEN EN DIOS

 

            Parecería que olvidamos que la pandemia se originó en un mercado insalubre y de venta ilegal de animales en una ciudad de la República Popular de China. Pocos titulares de prensa relacionan la irresponsabilidad de esas autoridades sanitarias para evitar los contagios. Mientras, salen fotos en los medios de los festejos alegres y masivos en piletas de Wuhan, el resto del mundo está sumido en la muerte y el descalabro económico.

            La opacidad de la administración china y, sobre todo, la falta de transparencia sobre el origen y los riesgos del COVID 19 han convertido el virus en la peor catástrofe humana, social y económica del mundo desde la Segunda Guerra Mundial.

            Los titulares de la prensa internacional sacan cifras sobre enfermos caídos en las calles, cementerios congestionados, compras inescrupulosas, deficiencias hospitalarias en Venezuela, en España, en Estados Unidos… Olvidan a China y la responsabilidad histórica de ese régimen en esta catástrofe cuyas dimensiones cada vez son más dantescas.

            Las compras chinas de los recursos naturales, su aporte a la dinámica económica de la última década, el desplazamiento de miles de sus empresas por todos los continentes, nublan la memoria y las complicidades de funcionarios locales dejan que China pase y pise.

            Por eso es importante un último reportaje sobre los intereses chinos en las compras ilegales y malvadas de jaguares en la Amazonía sudamericana, desde Brasil hacia el interior de la selva, especialmente Bolivia, donde se les permitió casi extinguir al noble felino. Una investigación publicada esta semana en la Deutsche Welle confirma la conexión de la existencia de empresas chinas en lugares donde se detectó el tráfico ilegal de animales.

            Hace poco, el New York Times reveló que el exterminio de jaguares llegó a las selvas centroamericanas, incluyendo a la pequeña y tranquila Belice. Desde la primera denuncia y la indignación oficial y ciudadana se siguió la pista hasta la conexión con chinos o con envíos a China. El periódico cita que en Bolivia se encontraron paquetes destinados a Beijing con colmillos y otros restos de jaguares pero que las informaciones siempre eran imprecisas.

            El estudio alentado por Conservation Biology establece la conexión entre las inversiones chinas con el tráfico del mítico animal americano. Los autores respaldados por la prestigiosa Universidad de Oxford pudieron establecer cómo los métodos de la caza furtiva ilegal del sudeste asiático se reproducen en Centro y Sudamérica donde están grandes proyectos de “desarrollo” con empresas chinas. El saqueo comprende en general a la vida silvestre. En los años sesenta, fue Estados Unidos el responsable por demandar a altísimos precios la piel del jaguar. Después los gobiernos intentaron políticas de protección ante la amenaza de extinción…. Hasta que llegaron los chinos.

            Bolivia es nombrada reiteradamente porque se conocían detalles del dramático comercio de las mafias chinas usando a bolivianos protegidos por el sistema judicial del Movimiento al Socialismo (MAS) desde 2012. Incluso funcionarios públicos se habían atrevido a dar señales de alarma. La conexión china sacó dientes, cráneos y pieles de al menos 800 jaguares en los países del socialismo del Siglo XXI. Evo Morales Aima, el canciller David Choquehuanca, Álvaro García Linera, dejaron pasar el asunto y ninguna de sus fiscales como Betty Yañiquez intentó al menos una mínima indagación. ¿Cuántos chinos llegaron a trabajar estos 14 años, cómo, por qué, quiénes eran?

            Otra impostura del proceso de cambio que costará mucho a Bolivia, y ningún castigo a los responsables. No conocemos ninguna reacción de las actuales autoridades.