En sus primeras declaraciones
públicas, el hijo de Pablo Escobar recordaba el momento en que su padre decidió
asesinar a Rodrigo Lara Bonilla, el ministro que se había atrevido a
denunciarlo como el capo del narcotráfico internacional. Hasta ese momento, Escobar
había convivido con los pobres, con los políticos, con el sistema
parlamentario, con policías y militares, con los periodistas y con mujeres
despampanantes que no le preguntaban el origen de su fortuna: gozaban el
derroche, los brindis y los excesos. Pablo llegó al parlamento y anunció a su
esposa que se preparase para ser la primera dama de la nación.
Entonces, se le cruzó Lara Bonilla que
mostró que la generosidad de Escobar, quien regalaba viviendas y canchas de
fútbol, estaba financiada por el dinero oscuro del tráfico de drogas. El Cartel
de Medellín contrató a un sicario quinceañero que lo acribilló y desató una de
las etapas más sangrientas de la historia colombiana.
Sebastián Marroquín, nombre ficticio
que tuvo que adoptar el muchacho para esconder su vinculación filial con
Escobar, nunca entendió por qué su padre provocó semejantes niveles de
enfrentamientos y muerte.
“Nada de lo que hizo entonces mi
padre borró las palabras de Lara”. Ninguna ráfaga de ametralladora silenció la
evidencia. Escobar no pudo mostrar nunca más que era un comerciante legal, que
tenía prestigio y que gozaba de legitimidad.
Ese episodio es una lección para
muchas personas que llegan a la cima del poder político, así parezca un ejemplo
extremo pues es el caso de un delincuente.
Ese es el drama de lo que vivimos
estos días en Bolivia. Pase lo que pase ya el proceso electoral está
absolutamente viciado y su principal actor, Evo Morales Aima no recuperará
nunca más la legitimidad que gozó hasta 2011; justamente él, quien fue el
presidente mejor posicionado en tres décadas de democracia.
¿Qué lo llevó a despojarse gajo a
gajo de su propia biografía, de su leyenda, de su discurso? Cada acción para
aferrarse al poder sin medir las consecuencias fue agrietando su plataforma
personal, desde el episodio en el Hotel Las Américas, las quemas de
instituciones en Santa Cruz, el caso Porvenir, la represión contra los
indígenas más pobres, el desprecio a la ley; el empleo de estrategias
envolventes para obtener beneficios políticos; la burla a la institucionalidad
y a la división de poderes.
El no acatamiento a los resultados
del 21F lo colocaron en la vitrina mundial. No estaba dispuesto a seguir las
reglas de la democracia que en su momento le habían permitido el ingreso a la
política. Los argumentos para desconocer el NO victorioso sólo fueron creíbles
para un grupo de sus seguidores. Así perdió la candidatura legal.
El domingo 20 de octubre se declaró
vencedor en primera vuelta contradiciendo el resultado oficial y de boca de
urna. Su mensaje como dirigente cocalero y jefe del MAS y no como presidente de
todos los bolivianos el miércoles 23 y sus otros comentarios no hacen más que
hundir su legitimidad.
Hundimiento que afecta también el
futuro boliviano y a la gobernabilidad del país.