Este año se cumplen los aniversarios
de revueltas que marcaron el final del Siglo XX: el Sindicato Solidaridad en
Polonia; la salida en enero del Sha de Irán; la victoria del Frente Sandinista
de Liberación Nacional en Nicaragua, el 19 de julio.
En los tres casos, como también
sucedió después con Bolivia por el golpe militar de 1980, la solidaridad de los
países democráticos europeos amplió las luchas internas. Sin la presión
externa, no era posible lograr la victoria. Fueron formidables movilizaciones
sociales bajo vanguardias muy distintas, pero con el objetivo común de acabar
con regímenes autoritarios.
El caso de Nicaragua fue emblemático.
Ese país centroamericano fue gobernado desde los años 30 por una especie de satrapía
que permitió la sucesión de la familia Somoza, impuesta por Estados Unidos. A
sangre se dominó la rebelión campesina de Augusto Sandino y las voces de los
intelectuales progresistas, durante décadas.
Los Somoza no se limitaron a imponer
una dictadura, como los Duvalier o los militares guatemaltecos, sino que
encubrieron su régimen con elecciones aparentemente democráticas. La misma
técnica del dictador Alfredo Stroessner que cambiaba a su antojo la Constitución
de Paraguay para perpetuarse en el poder reprimiendo a la oposición o comprándola;
justo hace 30 años fue derrocado, dejando un país en la miseria.
Somoza fingía ser demócrata,
controlando a los poderes estatales y a la Guardia Nacional, aunque en su
última etapa el desgaste era evidente y el avance tanto de las fuerzas del FSLN
como de liberales o de figuras como Pedro Joaquín Chamorro sólo pudo ser
controlado momentáneamente con asesinatos y violenta represión.
Anastasio Somoza Debayle ganó sus
últimas elecciones en 1974 con el “histórico” 92% para un periodo de seis años
que nunca pudo completar. Él se quejaba de los reclamos externos presentándose
como “demócrata”; había ganado “constitucionalmente” la presidencia, amplia
mayoría en la cámara de senadores y más de 70% de los diputados. El
“respetable” Tribunal Supremo de Elecciones había reconocido su victoria para
que continúe al mando de la Junta Nacional de Gobierno.
Entonces la comunidad internacional
levantó su voz de apoyo al pueblo nicaragüense. Una de las acciones más
contundentes fue la del Pacto Andino declarando como fuerza beligerante al FSLN,
después de la toma del Palacio Nacional. Bolivia, primer país del Cono Sur en
conquistar la democracia, fue líder en esa ocasión. Los somocistas denunciaron
la “injerencia” externa, el “atentado a su soberanía”. Perdieron incluso el
respaldo de EEUU gobernado ese momento por James Carter.
Ahora, Venezuela se cae a pedazos,
principalmente por errores internos y de sus aliados que no tuvieron la visión
del largo plazo y tomaron decisiones equivocadas, además del grosero enriquecimiento
de unos cuantos. Claro que a Washington le interesa el petróleo y la
geopolítica, pero Maduro no es un presidente legítimo ni legal.
No puede ser el pretexto para
impedir la movilización internacional para ayudar a un pueblo que muere día a
día de hambre y de enfermedades curables. Nicolás Maduro y sus escasos aliados
han cerrado todos los caminos. También el Papa Francisco fue mal aconsejado.
Ahora Bolivia, al contrario del 79,
apuesta por dar oxígeno al dictador. También el país pagará un precio por ello
y por tener una candidatura igualmente inconstitucional.
La paz en la región depende de
tenues madejas.