El último (o ya penúltimo) crimen
que anuncia la radio contra una mujer es una violencia en plena morgue, donde
un hombre arrebata la intimidad ya lánguida de una muchacha tan joven como él.
En mi ya larga vida sólo conocí de cerca dos casos de necrofilia, aunque
programas y libros han tratado desde hace tiempo el horror de esta mutilación a
un cuerpo sin alma.
Eros y Thatatos, aquellas deidades
que por siglos sirvieron a poetas, filósofos, científicos para intentar
explicar al mundo y, aún más, a la naturaleza humana que se motiva y se
desplaza detrás de estos extremos. Las preguntas básicas en todas las
civilizaciones están relacionadas con ello, por qué vine al mundo, quién
decidió mi llegada, ¿sólo mis padres? O porque muere un niño juguetón y ese
viejo dictador camina aún por las calles citadinas.
En los primeros documentos de
mujeres bolivianas, tanto desde las filas burguesas, clasemedieras como
proletarias, que reclamaban los derechos civiles y sociales, no se perdía la
perspectiva del don de la maternidad. El hombre afuera, como cazador, la mujer
desde dentro, como la que alimenta a la criatura con leche, con valores y con
la continuidad cultural. Madre, abuela, mujer Memoria.
Hasta antes del duro discurso
feminista de los setenta, florecido y difundido desde los centros del poder
económico mundial, la imagen de la tierra, de la mujer, de la hembra, estaba
relacionada en los más profundos niveles de nuestra psiquis con la Vida; la que
recibe la lluvia y da los frutos, la que se abre y entreteje en sus entrañas al
nuevo ser.
El discurso abortero, basado en
estadísticas, en intereses mezquinos y en falsas premisas contra las religiones
y sentimientos, es el mayor responsable de cómo en estos días la mujer es más
objeto que nunca, más abandonada que nunca, más madre sola, más sola sin hijo,
contentada con “estudios y títulos”, cargos administrativos.
Esas palabras poco a poco han calado
en la mentalidad colectiva, tan hondo que ahora las noticias sobre la mujer son
sobre las víctimas, cada vez muertes más sádicas y sin motivo. Ahora a las
mujeres las asesinan y ocupan titulares todos los días en diferentes partes del
mundo, finadas ensangrentadas, desintegradas.
Algunas dicen que es porque ahora se
visibiliza más; no lo creo. Ahora se multiplica y se agrede peor. Hasta
parecería una competencia, un contagio. Si él la mató de una puñalada, el otro
la descuartizó, un taxista le clavó un destornillador, ese le mató también al
feto en su vientre y delante del hijo mayor. La madre del asesino, otra mujer,
lo encubre y protege.
La lista es infinita y seguirá
infinita. Han ganado. La Comisión parlamentaria plurinacional se negó a escuchar
las voces contrarias, se negó a leer las encuestas de amplio rechazo a propagar
el aborto. Por los derechos de las mujeres, dicen. ¡Pobre miseria!
Nos quitaron el don, nos dejan sin
ser dadoras de Vida y nos cerca la Muerte.