Durante
años, cada 9 de mayo, encontraba a Rosángela Conitzer Bedregal en los actos conmemorativos
del final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los aliados, por un lado, y las
tropas soviéticas, por otro frente, derrotaron a las fuerzas de Adolf Hitler.
Este viernes se cumplen 80 años de esa victoria.
En esa
misma fecha, en 1950, después de cinco años de durísima reconstrucción física y
anímica, el ministro francés Robert Schuman (1886- 1963) presentó la
declaración que lleva su nombre y que significó el inició de la cooperación
europea. La meta era reemplazar las armas por el diálogo, por los planes
conjuntos, por la cooperación económica y política entre los antiguos rivales.
Schuman,
con raíces germanas, tuvo la valentía de proponer un tratado con Alemania, la
misma nación que años atrás asesinó a sus compatriotas. Encontró a otro gran
visionario, Konrad Adenauer. Ambos, como no podía ser de otra manera,
afrontaron las hostilidades internas, el descrédito de otros líderes europeos y
muchos obstáculos.
Al
primer paso siguieron otros y otros hasta conformar la Unión Europea, el mejor
ejemplo mundial de que la convivencia entre viejos enemigos es posible y
beneficia a las mayorías. La UE se mantiene, a pesar de las muchas
dificultades.
La
invasión de Rusia a Ucrania y la presión de Vladimir Putin contra mandatarios
de exrepúblicas soviéticas es el miedo a que la vivencia de la libertad y de
los derechos humanos alcance a más países.
La Unión
Europea ha sido y es en varios asuntos el principal aliado de Bolivia, aunque
el (No) Estado Plurinacional de Bolivia se empeñe en enturbiar esas relaciones
o en apoyar la violencia rusa (y los mercenarios y soldados norcoreanos) contra
un país pequeño.
Rosángela,
más famosa como Connie, era una permanente defensora de los caminos pacíficos,
de la vía cooperativa en lugar de la confrontación.
Ella
solía asistir a las recepciones con su esposo, el diplomático Rafael Echazú, y
con su madre Yolanda, tan pequeña y flaquita como una colegiala; tan grande en
su verso que sus contemporáneos la bautizaron como Yolanda de América.
Cuando
tocaban el Himno Europeo, la Oda a la Alegría de Friedrich von Schiller universalizada
por Ludwig van Beethoven parecía que finalmente la humanidad había aprendido la
lección.
Todo
sonaba a belleza. Schuman era casi igual al apellido de Robert Schumann, uno de
los más amados compositores de Connie. Ella, como parte de las mujeres de su
familia, fue una gran pianista. Sin alborotos, como era todo lo que hacía, tocó
hasta su vejez. Era parte del grupo extraordinario de pianistas como Graciela
Rodo Boulanger. Las montañas multicolores paceñas conocieron esas veladas
exquisitas.
La letra
de la Oda de Schiller, publicada en 1786 (es decir antes de la Revolución
Francesa) era un canto al anhelo humano de igualdad, libertad, fraternidad y
una confianza infinita en la capacidad de hermandad entre los seres humanos.
Esas rimas son un retrato de Connie, fraterna con todo otro ser humano, amante
de la libertad como fueron sus padres, abuelos y la extraordinaria estirpe de
los Bedregal, sencilla.
¡Alegría!
¡Alegría!, Freude, Freude. Esa era la risa permanente y cantarina de Rosángela.
“Quien ha tenido la fortuna de tener un amigo”, continúa el Himno a la Alegría.
Como expresaban colegas, alumnos, familiares, admiradores, qué hermoso fue
tener una amiga como ella. Ella podía recitarlo en los seis idiomas que practicaba,
incluido el hebreo literario.
Cuando
la Unión Europea escogió a la Novena Sinfonía como su canción oficial mandaba
un mensaje a todos los guerreristas. Así como Alemania/Austria generó las almas
perversas de las SS, así también engendró a un maestro como Beethoven, no
solamente un genio musical sino un defensor de la hermandad.
Connie
era seguidora de ese espíritu. Por años fue profesora de alemán en el Goethe
Institut, otra entidad que lleva el nombre de un poeta que buscó los valores de
la humanidad. Ahí una anécdota. En la mañana, ella era alumna de filosofía de
Huáscar Cajías, por la tarde era su maestra pues él decidió aprender el idioma
para apoyar a sus hijos, escolares del Deutsche Schule. Ambos supieron manejar
perfectamente cada rol, que incluía la amistad de Huáscar con los Bedregal y
Gerd Conitzer.
Connie
frecuentaba sin rencor el ambiente alemán, aunque su padre había sido
prisionero en un campo de concentración. Pudo llegar a Bolivia como otros
judíos en 1939. Pronto se hizo famoso porque vendía libros de casa en casa. Los
había leído todos. Él también dominaba cuatro idiomas.
Rosángela
nació el 25 de julio de 1945, en los estertores de la guerra. Su padre era
conocido como el Gringo Chukuta, por su integración a la cultura paceña. Su
madre Yolanda era pintora, música, poetisa. Connie la convocó en sus últimos
instantes: “mamá, mamá”, cuando era trasladada a la clínica por su hija
Natalia. Ella, Alejandra, los nietos saben que murió en paz, como vivió, rodeada
de amor.