“¿Qué es Bolivia?”, preguntaron al libertador de cinco naciones Simón Bolívar. El caraqueño respondió: “Un amor desenfrenado por la Libertad”. Cierta o imaginada la anécdota, es, en todo caso, la mejor descripción de esta patria. Sin embargo, le faltó la frase complementaria: “jamás logrará consolidar ese amor”.
Hace 42
años, después de años de resistencia a las dictaduras militares y de una activa
participación de la Central Obrera Boliviana (COB), principalmente de las
familias en los campamentos mineros, Bolivia inició una fase inédita para
desarrollar la democracia.
Las
primeras elecciones con participación de todos los partidos políticos, sin
presos políticos y sin exiliados, devolvió el poder a los antiguos caciques del
Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) en sus diferentes versiones. Las
alianzas con expresiones de la izquierda democrática no se tradujeron en el
bienestar de los trabajadores. Además, las groseras manos corruptas
desilusionaron pronto a las masas.
Siete
años después del derrocamiento de Hugo Banzer y tres años después del 10 de
octubre de 1982, el general ganaba las justas con su partido Acción Democrática
Nacionalista. Aunque entonces no llegó a la presidencia, más tarde, Banzer fue
un mandatario constitucional.
¿Dónde
quedaban los luchadores sociales, los combatientes clandestinos, los
sindicalistas, los campesinos?
En 2005,
la amplia victoria electoral de un migrante aimara, cocalero en el Chapare,
junto con los movimientos sociales, parecía abrir un amplio horizonte para las
centenarias demandas de los pueblos originarios y para los trabajadores. En
pocos meses quedaron evidentes su entreguismo a poderes extranjeros, su
autoritarismo, su burla a las reglas democráticas; su afán de venganza como
hoja de ruta.
Con el
transcurrir de los años, fue mucho más angustioso comprobar que detrás de ese
“socialismo Siglo XXI” estaban la transnacional del narcotráfico, grupos
delincuenciales criminales y una amplísima red de corrupción. Estaba el huevo
de la serpiente, incluyendo sus expresiones más sórdidas de inmoralidad.
Los
bolivianos salieron a las calles, una vez más, para expresar su amor por la
Libertad, para acorralar a quien y quienes habían burlado un referéndum
constitucional y habían organizado sucesivamente elecciones amañadas y opacas.
Un formidable movimiento ciudadano ocupó avenidas, poblaciones, carreteras como
nunca en la historia porque cubrió del sur al norte, de la puna a la selva, con
un abanico inédito de actores sociales.
El
tiranillo y sus huestes más cobardes huyeron o se escondieron en embajadas. La
sucesión, como había ocurrido en 1979 y en 2003 y 2005, estaba prevista en la
Constitución. Recayó en una mujer valiente, pero sin ninguna trayectoria en la
resistencia civil. Apenas ocupó la silla presidencial se rodeó de personajes
nefastos; algunos que no habían logrado ni el cuatro por ciento del apoyo
electoral llegaron al poder. Más apurados que los salientes, los nuevos
funcionarios en distintas reparticiones comenzaron a repartirse cargos y
dineros públicos.
Jamás
ese gobierno reflejó el sacrificio de los 21 días de lucha cívica y pacífica.
Bolivia
sigue como un territorio que puede ser, pero nunca es. No cambia. Más desorden,
más corrupción, más ignorancia. Grupos delincuenciales han avanzado en su
capacidad de manejo público, al punto que han incendiado los bosques y han
afectado para siempre el futuro nacional, pero seguirán impunes.
La
selección boliviana de fútbol es un resumen. A veces parece que puede mejorar,
a veces enciende esperanzas, quizá, quizá, hasta que vuelve la nueva seguidilla
de derrotas. Jamás volverá a ser campeón sudamericano. Jamás será campeón del
mundo.
Lo
triste es que parecería que toda América Latina está marcada por un designio
que no cambia, por mucho que se hable de revolución, de resistencia, de luchas
diarias.
México
nació y vivió bajo el signo de la violencia. Hace un siglo, la biografía de
Pancho Villa nos muestra cuán profunda puede ser la crueldad. Cada cuento de
Juan Rulfo es un espejo. Manuel López Obrador se fue con gran popularidad en
las encuestas y con 200 mil muertos en las espaldas y cincuenta mil
desaparecidos. No pasaron ni dos horas de la posesión de la nueva presidenta,
para contar alcaldes con cabezas cortadas, asesinatos políticos,
enfrentamientos de carteles. ¿Acaso cambiará?
Centroamérica
se desangró en los años sesenta y setenta. Parecía que finalmente el destino
cambiaría con las victorias del Frente Sandinista, con la llegada al poder del
Frente Farabundo Martí, con las comisiones de paz y de lucha contra la
corrupción en Guatemala. Miles de muertos y de desplazados para estar cada vez
peor. La única esperanza es lograr cruzar el Río Grande.
Durante
dos décadas, gobiernos liberales colombianos se esforzaron por avanzar hacia un
proceso de paz después de un siglo de guerras civiles y de delincuencia feroz. A
pesar de los avances, que se pueden constatar en sus éxitos deportivos, el país
sigue con altos índices de muertes violentas y de asesinatos de líderes
sociales/ambientales. La llegada de la izquierda al Palacio de Nariño es una
opereta bufa con varios capítulos.
Venezuela,
la patria de Bolívar, vivió más años bajo largas dictaduras desde el siglo
pasado. La muerte por razones de salud fue la principal encargada de sacar a
los dictadores del escenario. A pesar de la victoria arrolladora y esforzada de
la oposición, Nicolás Maduro no se mueve. ¿Quién lo saca?