Hago la larga fila de amas de casa en la carnicería. Los productos no llegaron con la normalidad de otras fechas porque Evo Morales ¡una vez más! amenaza con cercar La Paz con sus huestes cocaleras. En el Super, el autocontrol de precios evita la especulación, pero la gente compra más de lo necesario. En los mercados populares la escala funciona según la demanda y los bloqueos.
No hay
chuletas ni hueso para sopa. “Más tarde, puede ser” anuncia la mujercita con su
gorrito blanco impecable y sus manos enrojecidas. Cada madre compra lo que
puede. El mercado Rodríguez está desabastecido desde el viernes; el fin de
semana funcionó a medias; el lunes cerró por los rumores: los vándalos, que
acaban de llegar a la ciudad, planeaban asaltar los puestos. Pagué una bolsa de
arroz con el letrero de “primera”; en la cocina descubrí el engaño: es un arroz
picado, mazacote y no grano. El tarwi y los productos ecológicos
que traen desde Copacabana a la feria no vencieron a las piedras regadas por la
ruta.
La
excursión cultural de mi nieto se suspendió “por razones de seguridad para los
alumnos”. El viaje a Cochabamba se anuló pues la actividad fue postergada hasta
nuevo aviso. La Academia de Ciencias lamentó comunicar que la Sesión de Honor preparada
con tanto esmero tendría otra fecha.
¡Cuanta
gente pierde vuelos, reuniones, operaciones, pagos, paseos, celebraciones por
un hombre que desde hace 30 años se ha acostumbrado a joder a los bolivianos!
Hace mucho tiempo que las causas de sus protestas no son reales. Después de la
marcha cocalera de 1994, la mayoría de sus acciones fueron delirios. Aparecía solamente
de a ratos en la movilización “porque podían apresarlo”; mientras otros
bloqueaban, él almorzaba. Los pasajeros de buses quedaban a la intemperie, sin
abrigo, sin comida, gastando ahorros. En cambio, Evo Morales se trasladaba de
acá a cualquier lugar en avión privado. Como diputado fue un faltón, como muestran
los registros parlamentarios.
Esta vez
la comedia se tornó en un fracaso de taquilla.
Organizó
una marcha, que él acompañaba por trechos en lujosa y cuestionada vagoneta de
vidrios oscuros de juvenil dueña (¡cuándo no!), que dejaba cuando le parecía.
La lista de demandas es tan disparatada como la sucesión del ultimátum que
pregonó.
¿No le
gusta el presidente Luis Arce? A mí tampoco, pero yo no lo escogí. Arce ganó
con abrumadora mayoría, a pesar de las sombras sobre las elecciones de 2020, en
las cuales otros candidatos tenían vetado realizar campañas en poblaciones
rurales. Es un mandatario constitucional, al que se le debe respeto. Debe
concluir su mandato en 2025. Puede prolongarlo si es reelecto ejerciendo un
derecho establecido en la Constitución.
¿Quiere
que se vayan varios ministros? ¿De qué se queja, si son sus criaturas? ¿Acaso
Edgar Montaño -que lo imita pegando su foto en los aeropuertos- no fue parte de
sus grupos de choque? Coincido en la opinión generalizada de que el presidente
Arce se rodeó de personal escasamente formado, casi ignorante, obedeciendo el cuoteo
(¿chantaje?) de organizaciones clientelares. Sin embargo, él, como máxima
autoridad, tiene la última palabra para elegir a sus colaboradores.
Habla de
traición quien fue el pionero en sacar la puñalada trapera contra sus aliados
más fieles.
¿Cómo se
atreve a denunciar la represión a sus huestes si en el mismo mes de septiembre,
en 2011, junto a Sacha Llorenti mandó reprimir a los indígenas en Chaparina, a
las mujeres y niños más carentes de Bolivia? Indígenas que han quedado más
vulnerables después de su mandato y de la expansión cocalera.
Sus
propios acompañantes han agredido a los delegados oficiales que llevaban la
misiva para dialogar. El presidente Arce lo esperó pacientemente.
¡Basta
Evo Morales! Tiene suficiente dinero, propiedades, casas y personal a su
servicio para vivir el resto de sus días. Sus hijos ocupan puestos públicos.
Deje en paz a los bolivianos que trabajan, a los funcionarios legales que
acuden a las oficinas, a las empresas que producen alimentos, a los campesinos
que trasladan cada día sus productos.
Bolivia
atraviesa una crisis múltiple. Morales-Arce no supieron tener visión de país
para aprovechar la bonanza de la década pasada. Comparten responsabilidades.
Sin
titulares ni fotos, ni transmisiones directas de sus alocados discursos (al
borde del delirium tremens) Evo Morales ya no es nadie.
Pudo
ser, la historia lo colocó en el mejor lugar, en el mejor momento, pero la
ambición lo encegueció. Su entorno palaciego le hizo creer que era un mesías,
sin ver que Morales Ayma era simplemente un carismático líder cocalero que en
sus mejores actuaciones fue capaz de enfrentar al imperialismo estadounidense.
El
miércoles 18, cuando Morales y su tropa aumentaban las zozobras nacionales, el
No Estado Plurinacional de Bolivia dejó de exportar gas a Argentina, después de
18 años del negocio que generó 19 mil millones de dólares para el país.
Sin gas,
sin dólares, sin combustibles.
Arce no
pudo estar ni en las efemérides cruceñas ni en la Asamblea anual de las
Naciones Unidas. Cada vez más solo y Bolivia más aislada del mundo.