Cuando
Luzmila Carpio anuncia un concierto es mejor comprar las entradas
inmediatamente para no perder la función. Con sus trenzas al viento, su amplia
falta y la coqueta bisutería del norte potosino conquista desde sus 17 años los
escenarios de Oruro o de París con la misma sencillez que acompaña su voz de
alondra. Acaba de llegar de Chayanta, donde bailó en el carnaval como cualquier
paisana. Ríe con sonido cristalino cuando cuenta los rumores de las nuevas
parejas “robadas” durante las carnestolendas. “Eso se llama pacoma, pero
ahora hay pocos jóvenes en el pueblo.
Ella es
así, alegre, sincera, combativa, apasionada por su trabajo y agradecida por los
designios que le permitieron difundir la cultura de su comunidad Qala Qala
ayllu Panacachi por todo el mundo. Muchos bolivianos todavía no entienden que
el ayllu es más que un modo de producción; es todo un sistema que protege a la familia
y preserva las costumbres de una milenaria concepción del mundo.
“A mí me
criaron mi mamá, mi abuela y la comunidad porque no hubo papá. Yo apellidaba
Sangüeza como mi mamá, pero en la escuelita de Chayanta no querían inscribirme
con solo un apellido. Todos sabemos que es hija del Rodolfo Carpio, si no es
reconocida, yo misma voy a atestiguar, le dijo la directora a mi mamá. Así
tuve el apellido que lo uso más como apellido artístico. Al final, esa
profesora, Ricarda Chavarría, fue mi madrina de confirmación”.
Luzmila comenzó a cantar desde
sus once años. “¿Tienes una foto de esa época?”, le pregunté como periodista
urbana ignorante de la realidad. Como muchos niños del área rural del siglo
pasado, ella no conoció una cámara fotográfica hasta llegar a Oruro, la ciudad
más cercana a la provincia Bustillo.
“Mi mamá Fermina era muy
luchadora. No quería que mi hermana y yo seamos marginadas como ella. Quería
que seamos señoritas. Lo curioso es que yo comencé a cantar y a actuar
todo en quechua y con mi vestimenta originaria, calzados y adornos de mi
tierra. Decía mi mamá: has resultado más india que yo.”
El primer disco de Luzmila fue un
simple producido por la disquera Lauro. Era parte del conjunto Los Provincianos,
acompañada por el profesor Luis García, una chayanteño famoso por sus punteos
en la guitarra. Ella le decía “tío” por la costumbre en Los Andes de dar ese
parentesco a todas las personas mayores. Julio Tovar rasgaba el charango y
Arsenio Ayaviri tocaba la guitarra.
“No tenía la intención de que
pusieran mi nombre por delante, pero el sello averiguó y en la tapa colocaron:
Luzmila Carpio y Los Provincianos. Así metieron mi nombre desde el principio,
tal vez con mucha suerte para una jovencita campesina como era yo y a la vez
creando para mí un gran compromiso que trato de cumplir siempre”. Carpio no
sabía que el disco había salido hasta que reconoció su voz en la radio que
escuchaba una vendedora caseta del mercado en Oruro. El huayño se lucía con el
tono de tiple de la adolescente. El tema “Siway Azucena” comenzó a sonar en las
radios, en los boliches, en las oficinas y en las casas, como ahora se repite
con las nuevas tecnologías
Era 1970. El país vivía otra
etapa de turbulencia política, como consecuencia de su propia historia, pero
también por las guerrillas de 1967, el movimiento estudiantil de 1968 y la
revolución cultural de 1969. En varias ciudades bolivianas aparecían grupos
musicales con vestimenta andina. El poncho y el lluchu se pusieron de moda,
igual que locales míticos como la Peña Naira. Las películas de Jorge Sanjinés,
el teatro de la Alianza Francesa, los conjuntos de zampoñas de Cochabamba, los
festivales en Compi fueron parte de toda una movida.
Estudiosos europeos y
estadounidenses llegaron para conocer mejor el significado del ayllu. ¿Por qué
Macha resistió a sucesivos intentos de dominación de incas, españoles, liberales?
Publicaron estudios destacando la fuerza de esa población de “guardatojos y
monteras”. Las nuevas interpretaciones antropológicas del carnaval de Oruro
revelaban la relación de la música, el baile y la máscara con las luchas de los
pueblos originarios. Tristán Platt, Olivia Harris, Giles Riviere, Thérese
Bouysse-Cassagne, entre otros, descubrieron el alcance subcontinental de esa
cultura, cuyos fundamentos centrales aún persisten.
Radio Indoamérica de Potosí, que
difundía las culturas aimara y quechua, la invitó para dar un recital en el
famoso escenario del Teatro Cuarto Centenario. “Ahí ya me sentí artista. La
gente nos esperaba en la Terminal. Todos querían tocarme. Las mujeres cargando
a sus guaguas me rodeaban. Me sentí muy emocionada. En el camino un zorrito nos
había cruzado de derecha a la izquierda y eso era signo de buena suerte.
Llegamos empolvados. Apenas tuvimos tiempo para prepararnos. El público de
tanda nos pedía más y yo seguía cantando, pero la gente de la función de noche protestaba
ruidosamente.”
“Ese concierto me hizo dar cuenta
que yo podía llevar adelante el canto de las mujeres quechuas; nuestra
identidad. Estaba segura de su fuerza y de la importancia de la voz femenina
que he heredado de mi pueblo, el tono con el que interpretamos la música en
Chayanta. Es increíble que años más tarde con ese mi tono pude unirme al gran
concierto Voces por la Paz en el Circo Royal de Bruselas. Cantamos varias
mujeres, entre ellas la famosa africana Miriam Makeba”.
Volviendo a 1970, cuando Luzmila
retornó a Oruro, el gobierno municipal la invitó para representar a ese
departamento en el Tercer Festival de la Canción Boliviana, aunque era
potosina. “No importa dije yo; soy de Bolivia”. Tenía que concursar para ser
ñusta y las ñustas tenía que tocar diferentes instrumentos. Meses atrás, el
sello Lauro también la había nombrado Ñusta por el éxito de su disco.
“Un estudiante que estaba con el
alcalde me ayudó y en una semana aprendí guitarra, charango, tarka, mozeño,
sicus, ensayando desde las siete de la mañana a las ocho de la noche. Ni
siquiera almorzábamos. Era en el Teatro Rex de Oruro. Por sorteo, recién salí a
las cuatro de la mañana. Había el primer conjunto de mujeres tocando zampoñas y
ellas me ayudaron generosamente con el compás. Parecía que todo estaba
preparado. Salí, toqué, canté, bailé y gané”
Desde ese concierto, Luzmila
Carpio Sangüeza, 69 años, ha recorrido América y Europa como invitada para
cantar en importantes escenarios del mundo. También fue una de las más
distinguidas embajadoras en Francia, representando al Estado Plurinacional de
Bolivia.
“Nunca me he barateado. Vienen a
contratarme, les doy mi precio. Algunos me dicen que es muy caro, que hay gente
tocando música andina en el metro. Yo les digo: contrátenlos a ellos. Yo llevo
mi canto, mi quechua, mi comunidad, mi Bolivia. Prefiero planchar camisas que
baratear mi cultura.”
Durante toda su vida se ha
esforzado por mejorar su voz, su arte, con mucho esfuerzo. Trabaja
permanentemente en el enriquecimiento del quechua para aprovechar el sonido
amoroso y poético de ese idioma andino, lengua con la que se comunica
mayormente, aunque domina el español y el francés.
“Te voy a confesar cuál ha sido
mi mayor reto. Yo tengo una tos crónica pues cuando era niña me hicieron caer
al río. Muy tarde supo mi mamá y los curanderos no pudieron hacer mucho para
que supere ese gran susto. He estado en balnearios con aguas sulfurosas en
Europa; he visitado muchos especialistas; también he consultado medicinas
alternativas para curarme. Nadie sabe. Es la primera vez que cuento. Antes de
salir a cada concierto tengo que concentrarme mucho para no toser. Un día toso,
otro día no, a veces seguido. Hasta ahora no se sabe. Cumplo una disciplina muy
estricta para continuar en los escenarios.”
El cariño del público compensa
ese compromiso. “Los hablantes del quechua entienden más mis rimas, pero todos
los públicos me gustan. Mucho me miman. Fue una sorpresa ver mi cartel con mi
foto en las estaciones de metro de París anunciando mi actuación.”
Desde su vivienda en el Barrio
Latino de la Ciudad Luz, Luzmila contemplaba el Arco del Triunfo como un Apu,
una montaña. “Me invitaba a mí misma a pasear. Yo también voy a triunfar, me
decía. He vencido porque me he impuesto desde mi primer concierto la misión de
representar al ayllu, a mi comunidad quechua, a mi país Bolivia”.
“Mi nuevo disco Inti Watana, el
Retorno del Sol, ha recibido comentarios y artículos en muchos medios
internacionales, inclusive la BBC Radio, Radio France, Billboard en español, en
la revista Rolling Stone, en medios de Italia.” Carpio preparó a otras niñas
potosinas que también se lucieron en grandes teatros europeos y en el Teatro
Municipal de La Paz. Sus actuales músicos son argentinos.
Altiva como una vicuña y alegre
como una chayñita es una potosina vencedora de todos los obstáculos.
Sin embargo, en medio siglo,
Luzmila Carpio nunca cantó para el público en Santa Cruz de la Sierra. “Tampoco
he tocado en Trinidad. Ojalá se dé una oportunidad. Mi música se entiende
fácil. Espero recorrer todo mi país”.