REVISTA
“OH”
AGOSTO
2022
¿Quién era realmente Simón I.
Patiño, el famoso magnate boliviano que ocupó titulares en la prensa mundial
durante medio siglo y fomentó leyendas de los tintes más diversos?
Durante muchas décadas, en el
contexto de una historiografía del nacionalismo y el marxismo se retrató a este
cochabambino como un personaje cercano a Belcebú, un engendro del Drácula chupa
sangre. Probablemente los escritos de Augusto Céspedes fueron la columna
vertebral de ese imaginario.
Recién en los años 80 comenzaron a
publicarse biografías del dueño de la mayor empresa minera boliviana que
mostraban el otro rostro de Patiño, el empresario exitoso, el patriota que
recobró las minas en manos de chilenos, el visionario que ganaba en
inteligencia a los ingleses, el hombre que quiso un desarrollo integral para su
patria.
Paradojas del destino, fue un cuñado
de Céspedes, casado con otra de las hermanas de Carlos Montenegro, Charles F.
Geddes el que escribió la primera biografía documentada del hombre nacido en un
humilde hogar y que terminó como uno de los más ricos del planeta, en base a su
trabajo y a su olfato empresarial.
Este miércoles 3 de agosto se
entregó oficialmente en Cochabamba una obra en dos tomos y con cerca de 700
páginas que revisa la vida y la obra de Simón I. Patiño. El trabajo fue
coordinado por Michela Pentimalli (*) y contó con el apoyo de María Isabel
Álvarez Plata y el equipo de la Fundación Patiño.
Editada con pulcritud, la
investigación convocó a 13 especialistas que examinan a Simón y a su esposa
Albina, desde la genealogía hasta su aporte urbanístico con base en fuentes
primarias y un riguroso soporte académico.
Desde 2019 la directora del proyecto
Michela Pentimalli fue construyendo el eje temático del libro e intercambiando
ideas con el equipo, con la base del importante archivo que posee la Fundación
Patiño. Ella partió a Italia y el plan y el cronograma fueron afectados por la
pandemia; hubo que reinventar metodologías para lograr la meta.
El libro cuenta tantas historias,
muestra fotos inéditas- como la pulpería para los trabajadores con artículos de
todo tipo, o las imágenes de la pareja y de sus hijos. Es tan difícil resumir
cada artículo, que esta nota se limita a un solo tema: preocupación de Patiño
por la educación.
Por ejemplo, según Jacqueline Calatayud (Pentimalli, 2021: 27),
Patiño aprovechaba las reuniones con abogados y técnicos para aprender de ellos.
Él mismo se esforzó por seguir aprendiendo, tal como lo había hecho en
Huanchaca y luego en la casa comercial de los alemanes Fricke.
Para Patiño, la educación era un elemento central para
explicar el éxito de las personas y de las empresas. No por casualidad, en
1903, al poco tiempo de enriquecerse con la exportación del estaño, junto con
su esposa Albina Rodríguez, envió a sus hijos a Chile a estudiar. Luego, tanto
varones como mujeres fueron enviados a famosos internados en diversas ciudades
europeas.
Tampoco se puede desconocer la formación de los obreros y de sus familias en
los campamentos mineros, principalmente en el eje de
Uncía/Catavi/Llallagua/Siglo XX y para contar con maestros. En 1940, la empresa
contaba con seis escuelas bien equipadas distribuidas en Catavi, Siglo XX,
Cancañiri, Socavón Patiño, Tranque y Miraflores. Ese año, se contaban 1970
alumnos y 25 profesores. Los estudiantes tenían almuerzo y, desde 1948, también
desayuno escolar (Pentimalli,
2021: 27-29).
En lo que respecta a la ingeniería, Patiño apoyó la
formación de los bolivianos inicialmente abriendo sus empresas para las
prácticas de los estudiantes de la escuela de ingeniería de Oruro. Desde 1931
lo hizo también a través del impulso de becas de estudio a través de la
Fundación Universitaria Simón I Patiño.
Como siempre, Patiño buscó rodearse del personal más
capacitado para poder consolidar esta organización. Por un lado, destaca la
figura de Daniel Sánchez Bustamante, quién había sido ministro de educación en
la primera década del siglo XX. Sánchez Bustamante viajó en 1908 con otros
intelectuales para conocer las modernas corrientes pedagógicas europeas. En
Bélgica invitaron a visitar Bolivia a Alexis Sluys, director de la Escuela
Normal de Maestros. Sluys no podía venir, pero recomendó a su alumno destacado
Georges Rouma.
Rouma llegó a Bolivia con otros maestros belgas de la llamada Misión
Belga. Fundó en 1909 la Escuela Normal de Profesores y Preceptores. Sacó
adelante la escuela y en 1911 dictó conferencias por todo el país junto a otros
maestros voluntarios. También fundó las escuelas normales rurales de Umala, en
el departamento de La Paz, en 1915, la de Colomi, en el departamento de
Cochabamba, 1916, y la de Puna en el departamento de Potosí en 1917.
El trabajo desplegado por Rouma fue respaldado por Sánchez Bustamante y por
diferentes voces de la opinión pública. Sin embargo, otros sectores fueron muy
críticos, como se refleja en la prensa de la época y en debates congresales.
Quizás por ello, Rouma prefirió dimitir. Retornó en 1931 para evaluar la
situación de la enseñanza y escribió: “(…) Mi amor profundo por la verdad me
obliga a reconocer que no tenemos una verdadera universidad en Bolivia. No
tenemos más que institutos superiores de carácter profesional, que dan diplomas
de médico, abogado, ingeniero de minas, etc., pero no tenemos ningún centro de
Cultura superior donde los sabios se consagren a la investigación científica” (Id, 2021: 33).
En ese contexto, Simón Patiño lo invitó a redactar los estatutos para la
fundación que había proyectado “en beneficio de los estudiantes” con un capital
de un millón de bolivianos. El primer consejo de la Fundación Universitaria
Simón I Patiño estuvo formado por Arturo Loaiza (abogado de confianza de
Patiño); Carlos Calvo Calvimontes, abogado y de familia de agroindustriales
chuquisaqueños; Juan Cabrera García, presidente de la Asociación de Periodistas
y Daniel Sánchez Bustamante, quien en 1930 había redactado el Estatuto de
Educación que consagraba la autonomía universitaria (Id.,, 2021: 40).
El
primer presidente de la Fundación fue Daniel Sánchez Bustamante. El segundo fue
el intelectual paceño Juan Francisco Bedregal y el vicepresidente fue Castro
Rojas, otro intelectual y académico reconocido en todo el país (Id., 2021: 49).
En sus inicios, uno de los fines de la Fundación era otorgar préstamos de honor
a destacados estudiantes que no tuviesen los medios necesarios para continuar
estudios en el extranjero. A la larga, no obstante, el sistema no funcionó
porque no hubo la suficiente devolución de los préstamos de honor.
De acuerdo con las estimaciones de Contreras (1988: 30),
cuatro estudiantes bolivianos se formaron en ingeniería en la década de 1930
gracias a las becas de la Fundación. En la década de 1940, el número ascendió a
13 estudiantes. Entre los primeros becados resalta Roberto Ascui Iturri,
ingeniero mecánico y eléctrico, quien figura en el registro de la Sociedad de Ingenieros
de Bolivia desde la década de 1930.
Otro boliviano que estudió ingeniería gracias a la
Fundación fue Miguel Gisbert N., ingeniero mecánico, también inscrito en la SIB
y miembro de su directorio en los años 1940. También resalta el nombre de Guillermo
Bilbao la Vieja, ingeniero de minas, ministro, asesor de la Asociación de
Industriales Mineros de Bolivia; fue editor y director de la revista Minería de
Bolivia.
De acuerdo con el investigador Gonzalo Ávila Lara (2021), la Fundación hizo otros aportes a la
educación terciaria y a la ingeniería. Realizó donaciones. Por ejemplo, la
Facultad de Ingeniería de Oruro recibió una planta metalúrgica piloto y un
taller de electrotécnica. Las universidades públicas de Potosí, Santa Cruz,
Sucre, Tarija fueron beneficiadas con libros y fondos en dinero.
En 1948, mediante escritura pública los herederos de Simón Patiño cedieron a la
Fundación el derecho propietario del Palacio Portales en Cochabamba. También
donaron a la fundación 198.800 acciones de la propiedad “La Iniciadora” ubicada
a orillas del río Isiboro en la provincia Chapare de Cochabamba. En 1964, los
sucesores de Patiño donaron a la Fundación la propiedad agrícola “Hacienda
Pairumani”, situada en la provincia Quillacollo de Cochabamba, donde Patiño
alentó mejoras agrícolas y agropecuarias para trasladar al resto de Bolivia.
Debido a las intensas actividades de la fundación, la escasa devolución de los
préstamos de honor, la inestabilidad económica del país y la debilidad de su
moneda, los fondos de la fundación se fueron agotando. Ante esa situación se
creó la Fundación Simón Patiño en Ginebra Suiza, con nuevos estatutos y con un
fondo de 10 millones de dólares para dar becas a estudiantes bolivianos destacados,
incluyendo vivienda y facilidades para su estadía.
Patiño
daba especial importancia a los ingenieros. Como muchos mineros, le era difícil
encontrar profesionales bolivianos. En el apogeo de su empresa contrató al
famoso Ing. Pickering, que llegó a ganar 750 mil dólares anuales, uno de 10 los
ingenieros mejor pagados del mundo.
Este
ingeniero entregó a Patiño un informe confidencial sobre el agotamiento de las
vetas. Quizá si Víctor Paz Estenssoro lo hubiese conocido sería otra la
historia de la nacionalización de las minas.
Cuando lo leyó por casualidad, en 1953 ya era tarde.
Pero
eso, es otra historia.
(*)Pentimalli Michela, Coordinadora (2021) Simón I
Patiño y Albina Rodríguez, una pareja fundadora. Fundación Patiño, Sagitario,
La Paz. Artículos: Calatayud, Jacqueline. Simón I. Patiño y la formación
profesional boliviana; visión y acciones en el contexto histórico educativo del
primer tercio del Siglo XX, pp. 26-47. Ávila Lara, Gonzalo. Una Fundación para
Bolivia. 1931-1968, Materialización de un proyecto visionario, pp. 48-64