Una vez más, la muerte llega desde Moscú: centro del imperio expansionista durante los 500 años de la dinastía Románov; luego, de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, varias anexadas a la fuerza; actualmente es la capital de la Federación Rusa. No es la primera vez que Rusia intenta apoderarse de territorios ajenos, como hace dos siglos con la propia Ucrania; el siglo XIX con la terrible guerra en Crimea; ha agredido a casi todos sus vecinos. No por falta de territorio o por falta de recursos naturales, sino por una ambición desmedida por dominar al mundo.
Ese país está representando en
Bolivia por Mikhail Ledenev (antiguo embajador en Cuba), quien presentó sus
cartas credenciales hace justamente un año. En pocos meses (abril, mayo de
2021) hizo anuncios alejados de la realidad. Por ejemplo, prometió que estaba
en gestión un proyecto para que en el Estado Plurinacional se fabriquen vacunas
Sputnik 5 de una sola dosis. El canal oficial boliviano confirmaba que existían
ya estudios avanzados en el Ministerio de Salud y que se concluirían en “los
siguientes meses”. Obviamente, nada de eso sucedió.
Al contrario, las vacunas rusas
llegaron con retrasos, con diferentes versiones de continuidad entre la primera
y la segunda dosis y se convirtieron en un dolor de cabeza para los bolivianos
que las aceptaron. Una fórmula que no sirve para viajar a los principales
países del mundo. Pese a las solicitudes de la prensa, el gobierno nunca
informó las condiciones del contrato con los fabricantes de ese inyectable.
El presidente Luis Arce viajaba
junto al embajador, banderitas de colores, caricias a los conteiner con el
sello ruso, anuncios y más anuncios de los millones de dosis que llegarían.
Fotografías, entrevistas al embajador, palmaditas. Era parte del gigantesco
aparato de propaganda y desinformación que han montado los rusos en varias
naciones latinoamericanas. El tema de las vacunas fue un extraordinario pretexto
para profundizar su presencia en el continente.
Es una muestra minúscula del sistema
de mentiras que organiza el especialista en espionaje y en operaciones
encubiertas Vladimir Putin. Ahora despliega en el mundo, y, sobre todo, en el
interior de su nación, informaciones, titulares, videos y declaraciones falsas
para justificar la invasión al pueblo ucraniano.
El estalinismo provocó más muertos
que las batallas de la Segunda Guerra Mundial, millones de seres muriendo de
hambre, en la Siberia, en prisiones, fusilados; persiguió a judíos, a gitanos,
a homosexuales, a poetas, a escritores, a pacifistas; millones de ucranianos
obligados a morir de hambre y a abandonar su nación. Sin embargo, la
intelectualidad mundial -peor la latinoamericana- nunca fue capaz de reflejar
el mismo repudio que provocó el nazismo.
Es hora de que ese silencio termine frente
a la muerte que llega desde Moscú a los hogares ucranianos. Es hora de que el
planeta entero le diga a Putin cuánto repudia sus acciones. Es hora de que el
embajador Ledenev sepa que la mayoría de los bolivianos rechazamos a su
gobierno. No es bienvenido en La Paz, ni en la Zona Sur, ni en el barrio de La
Florida, donde goza de los encantos burgueses.
No lo queremos en este país que
nunca invadió a ningún vecino. Al contrario, es una nación que sufrió sucesivas
invasiones en su historia. Sólo dirigentes sumisos que creen que la historia se
aprende en el celular pueden apoyar la agresión a Kiev.
Amo tanto a los escritores rusos que
el retrato de Alejandro Pushkin está a la derecha de mi dormitorio y al ingreso
de mi escritorio; tengo la colección completa de las obras de Fedor Dostoyevski
y de León Tolstoi; leo a Turguenev, a Gogol; he visto decenas de
representaciones de “La Madre” de Máximo Gorki y escucho a Tchaikovski o a las
Danzas del Príncipe Igor. A través de ellos conozco el amor del pueblo ruso por
la libertad; su sensible alma eslava, las hambrunas y penurias que ha
soportado, sus fortalezas.
Vladimir Putin no es digno de esa
herencia. Putin es enemigo de la Humanidad.