Alguien que me cautivó en mi niñez
fue Heinrich Schliemann, cuyo bicentenario natal se recordó/olvidó este 6 de
enero. Un nombre, una biografía, una herencia que tuve la dicha de conocer
gracias a las tertulias vespertinas con mi padre y gracias a las tareas con Herr
Weber en el Colegio Alemán Mariscal Braun.
Schliemann descubrió las ruinas de
Troya, la legendaria ciudad del poema homérico “La Ilíada”, que a la vez era
una de mis referencias favoritas a través de la revista ilustrada “Joyas de la
Mitología” de la editorial mexicana Novarro, un privilegio semanal que costaba
menos que un chupete.
Los personajes, principalmente la
enigmática Helena causante de una guerra por su belleza y pasión; el impecable
Héctor; las madres y esposas troyanas; la figura paternal de Príamo; Aquiles el
héroe griego, acompañaron la formación de miles de escolares latinoamericanos
durante décadas. Lastimosamente, las nuevas tendencias de cierto discurso
populista relegan la cultura cosmopolita al canasto. ¡No saben lo que hacen!
Los actuales estudiantes bolivianos
no se enteran de los fundamentos del conocimiento mundial, de los arquetipos
psicológicos, de las ideas filosóficas, de las civilizaciones fundamentales en
la historia de la Humanidad.
Leía fragmentos de las memorias de
Schliemann, donde él contaba cómo el libro ilustrado que le regaló su padre lo
hizo soñar desde sus siete años con ese mundo antiguo. Un anhelo reforzado por
la recitación de un vecino borracho que sabía de memoria los versos griegos.
Para cumplir su objetivo de encontrar los escenarios de la guerra de Troya,
Heinrich decidió vencer su destino de pobre y marginado.
Aunque no había podido terminar el
colegio, se dedicó a acumular dinero como comerciante. Estableció negocios en
Venezuela, en Cuba, en Rusia- donde se casó con una aristócrata, Ekaterina
Lyschin- y en otros países europeos. Su ambición era llegar a Grecia y a
Turquía, donde suponía podía quedar la legendaria muralla.
Para ello aprendió 20 idiomas. Esa
era la otra razón de mi fascinación por su biografía. Además de su alemán
materno, estudió inglés con su propio método que era recibir clases ordinarias,
repetirlas cuando esperaba el bus, mientras comía, cuando iba a una iglesia.
Así logró dominar el ruso, el español, el francés, el árabe, el griego y más
tarde el turco, el griego antiguo, el hindi y conocer otras lenguas.
Intenté copiar esa forma de aprender
idiomas sin mucho éxito, pero me quedó la guía de aplicar el máximo esfuerzo
cotidiano para llegar a los objetivos propuestos, así sean lejanos. Nada es
regalado. Solamente con una mente amplia y la consciencia de combinar las
propias limitaciones personales con las utopías se alcanzan las metas.
Aunque muchos contemporáneos
creyeron que estaba loco cuando decidió invertir su fortuna en estudiar
arqueología y en ir hasta Turquía en busca de Troya, él mostró que tenía razón.
No descubrió una, sino ciudades superpuestas, desde 3000 años A.C. hasta la
época bizantina, cubiertas por sucesivas capas de tierra y piedra.
Cometió errores y más de una de sus
interpretaciones fueron torpes, pero consiguió desenterrar lo que se conoce
como el tesoro de Príamo y la máscara de Agamenón (nombre que puso a uno de sus
hijos); regaló joyas primitivas a su nueva esposa, la griega Sophia
Engastromenos, aunque ello era incorrecto.
Schliemann vivió la guerra de
Crimea, una de las más sangrientas muestras del expansionismo ruso, que terminó
con la derrota del ejército zarista. Sus experiencias son ejemplo de una época
europea fascinante, cuando se consolidaba la relación de esa cultura con la
herencia universal de la antigua Grecia. Época truncada en Sarajevo, 1914.