¿Qué pueden esperar los bolivianos del nuevo Ministerio de Culturas, Descolonización y Despatriarcalización? El acto de posesión contó con la presencia de la nación profunda pluricultural y multilingüe; bellos tejidos, linda música, muchos abrazos. La segunda mirada preocupa más: ¿por qué nombraron a Sabina Orellana Cruz al frente de una cartera clave en la narrativa política ideológica?
Parece que los nuevos funcionarios
llegan a sus puestos como cuotas de poder comprometidas con aquellos sectores que
bloquearon en plena emergencia sanitaria. A los cocaleros del Chapare les dan
el control del narconegocio; a los colonizadores las carreteras dinamitadas en
agosto; a las bartolinas el despacho del Palacio Chico. Adiós meritocracia;
hasta nunca carrera administrativa.
Orellana, de origen quechua y con tradición
sindical, no presenta credenciales en gestión cultural, ni como dirigente ni
como parlamentaria. En su discurso se
centró en lo andino y en elementos simbólicos como la pollera o la wiphala que
no representan al conjunto del país. Ningún énfasis a los artistas, a los
teatros.
En sus primeras palabras combinó dos
enfoques que reflejan los dos discursos del actual gobierno. Convocó a la
unidad: “Hermanos, trabajaremos desde las artes, de la cultura del oriente,
occidente, del campo y la ciudad. Les pido la oportunidad para trabajar por una
cultura diversa, en beneficio de nuestra Bolivia. Gracias por haber confiado,
pedir a mi abuela Bartolina Sisa, a mi abuelo Tupac Katari que me guíen para
ser un beneficio para el pueblo boliviano”.
Sin embargo, Culturas comienza con
la sombra de convertirse en otro espacio de represión, como se intentó en el
pasado aprovechando la lucha contra el racismo. Anunció: “Hay personas (para
investigar), por ejemplo, la Unión Juvenil Cruceñista, la Resistencia Cochala,
entonces esos jóvenes tienen que pagar por los actos que han hecho y que han
cometido contra las mujeres”, según Erbol. “Se va a investigar todos los actos
de violencia y racismo que hicieron contra las mujeres, en especial a las
mujeres de pollera y a las mujeres indígenas, solamente ha sido el delito de
ponernos una pollera, llevar dos trenzas”, señaló.
Ese peligroso y maniqueísta discurso
que ignora el conjunto de los hechos, de los pensamientos, de las otras
realidades. La cultura es usada por los regímenes totalitarios para esclavizar
sutilmente a los ciudadanos, para convencerlos de una hegemonía, para falsear la
historia, para acallar las opiniones diferentes.
No basta el ministerio de Gobierno,
la justicia, la fiscalía. También otras reparticiones ingresan en la ola de las
amenazas, contradiciendo su propio fin principal.
Al mismo tiempo, en un concierto en
homenaje a Ludwig van Beethoven, Andrónico Rodríguez admitía que nunca había escuchado
una orquesta sinfónica. Atendía en silencio, mientras su séquito usaba
celulares y cuchicheaba sin respetar al público.
Ahí también está esa expresión
binaria: uno que recuerda que no tuvo oportunidad de saborear la música
universal; otros ni se conmueven. Probablemente no por falta de dinero sino
porque las alcaldías del Trópico, en manos del MAS, no se interesaron en
adquirir bibliotecas, formar orquestas, invertir en museos, como hicieron Toro
Toro, Tupiza, Roboré. ¿Cuánto cambiaría Chimoré con la orquesta de Urubichá?
Quizá no es tarde. Si la ministra
Orellana quiere trabajar por la diversidad, podría comenzar por apoyar las
expresiones culturales que unen, que pueden ser el mejor rostro boliviano, en
vez de enfatizar la pelea. Aprender que la Novena Sinfonía nació allende el
mar, pero pertenece a la Humanidad. Sus notas ayudan a la fraternidad, no a la
maldad.