La estupidez es peor que la maldad, publicaba hace poco la BBC, porque al menos el malvado obtiene algún beneficio para sí mismo. Después de revisar textos de filósofos e historiadores, Antonio Fernández muestra que “si la Humanidad se halla en un estado deplorable, repleto de penurias, miseria y desdichas es por causa de la estupidez generalizada que conspira contra el bienestar y la felicidad. La estupidez es la forma de ser más dañina”.
En la semana que concluye los
habitantes de varios países de América Latina contemplamos estupefactos
medidas, discursos y decisiones asumidas por lo gobernantes o por los partidos
políticos en oposición que son estúpidos y también malvados.
El caso de Nicaragua es el más
patético. Los sandinistas, así se autonombran, han cumplido sus amenazas contra
la Iglesia Católica que hace dos años asiló a los jóvenes manifestantes y
ayunadores contra el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Asesinaron a sacristanes y a fieles,
asaltaron parroquias, cercaron templos para forzar al hambre y la sed de
sacerdotes y monjas. Hostigaron a instituciones ligadas a la fe y al servicio
social, incluyendo aquellas que son las únicas que socorren a los más
hambrientos.
En los últimos meses, como parte del
extravío de los dos insanos que gobiernan esa nación centroamericana,
sandinistas ingresaron a iglesias en lugares emblemáticos como Masaya para
pisotear las hostias, romper íconos y defecar en los altares. No es un rito
satánico sino una orden política de quienes se nombran “socialistas”.
El pasado viernes se atrevieron a lo
más idiota y perverso. Alguien arrojó una bomba molotov a la Capilla de la
Sangre de Cristo, en plena Catedral de Managua, que calcinó una imagen de 382 años
y que había resistido terremotos y guerras. Ahí también está expuesto el
Santísimo en su Sagrario.
¿Podemos imaginar que algún
terrorista, de esos que convocan a la guerra civil en Bolivia, se podría
atrever a quemar la imagen de la Vírgen de Copacabana? Existen imágenes,
templos y cultos que trascienden lo político y también lo religioso por su
altísimo significado espiritual para los pueblos.
Murillo intentó culpar a las velas
que prenden los devotos al Cristo. La Iglesia Católica calificó la acción como
“acto de sacrilegio y profanación totalmente condenable” ante los ojos
atemorizados por la lluvia de cenizas y llorosos de miles de creyentes. El
cardenal Leopoldo Brenes había alertado a religiosos y laicos estar vigilantes
ante la ola de atentados.
La dictadura de Ortega intentó
apropiarse de procesiones y otros actos masivos de los católicos y se proclama
creyente, mientras persigue y exilia a sacerdotes y obispos acusándolos de
preparar un golpe de estado con respaldo de Estados Unidos.
La serie de actos vandálicos son
estúpidos porque, como dice la nota de la BBC, se emparenta con la intolerancia
y la ausencia de diálogo; la idiotez se expande mediante consignas engreídas y
sin fundamento, coreadas en un clamor colectivo esperpéntico. El estúpido es un
ciego que se cree clarividente. El idiota ve el mundo desde su minúscula óptica
personal.
Así son los actos organizados por el
Movimiento al Socialismo; cada vez pierde más y no recuperará nunca el apoyo de
las capas medias ilustradas. No gana con bloqueos y amenazas, sólo se
perjudica. A costa de la agonía de una población desvalida.