La
libertad de prensa es la piedra angular de las libertades democráticas. Es la
mejor herencia de las doctrinas liberales que defienden los derechos de los
individuos. Su influencia se esparció por casi todo el planeta. En muchos
territorios aún no se la reconoce; en otros espacios, se la castiga con
diferentes métodos y medidas. A veces se la anula o se propicia su retroceso,
como sucede en América Latina del siglo XXI. En pocos países privilegiados se
ejerce a plenitud.
De ello
se habla constantemente, se emiten informes nacionales e internacionales, se aplican
parámetros, se realizan denuncias, se marcha por calles y plazas. El mes de
mayo es particularmente dedicado a la Libertad de Prensa, tanto a nivel
internacional (3 de mayo) como a nivel nacional (10 de mayo). Todo eso está
bien, ayuda a la comunidad.
Sin
embargo, ese derecho, como sucede con otros, está complementado con el
ejercicio de la responsabilidad. La libertad de prensa supone el acceso a los
medios de comunicación masiva, a la repetición de las palabras con ecos
infinitos. El acceso a esos espacios permite al mismo tiempo acceder o, al
menos, conectarse con el poder, principalmente el poder político.
Por eso, no se trata solamente de
asegurar que tu libertad termina donde empieza la del otro. Es imprescindible
ejercer ese derecho con plena responsabilidad. “Yo me hago responsable de lo
que digo, de lo que publico”.
Periodismo
y poder, poder y periodismo recorren muchas veces por las mismas avenidas. Es obligación
del comunicador no entremezclar los roles. Ello en ningún caso supone dejar de
tener un pensamiento propio, una preferencia ideológica o una relación
simbólica.
El gran
peligro, la gran tentación es cuando esa intimidad se convierte en un uso
inadecuado; esas experiencias afectan la credibilidad del periodista, el
prestigio de su medio de comunicación y la confianza de la ciudadanía en su
mensaje.
En el
último tiempo, como acertadamente discuten profesores y analistas de la
comunicación, el ejercicio del periodismo está contaminado con la influencia
malsana de los partidos políticos y de organizaciones del llamado Socialismo
Siglo XXI. El chavismo venezolano sepultó al mejor periodismo de ese país; el
kirchnerismo no soporta las voces que no respalden sus decisiones.
En Bolivia,
la historia es penosa. No es una novedad la intromisión de la política y del
poder en los medios de comunicación. El mal ejemplo está en la
instrumentalización (seguramente consciente) que el Movimiento al Socialismo
logra en la prensa, al punto de anular al menos uno o dos periódicos en cada
departamento, los cuales se han convertido simplemente en voceros oficialistas.
La epidemia es peor en la radio y fatal en canales de televisión y en
determinados programas, principalmente de “opinión”.
Varias
entrevistas a ministros o a voceros oficiales parecen simplemente tongo, donde
el (no) periodista se limita a preguntar lo que quiere responder su visitante.
Un caso extremo y a la vez ilustrativo es el episodio de la difusión de un
documento interno de la UIF. ¿Acaso no es obligación del medio y del comunicador
analizar por qué y para qué le llega un informe no público? ¿A quién beneficia
su difusión? ¿A qué intereses sirve? ¿Ayuda al Bien Común?
Los
maestros como Huáscar Cajías, José Gramunt, Pedro Rivero Mercado enseñaban el
cuidado que todo medio de comunicación, comenzando por el director, tienen que precautelar
cuando reciben una denuncia sin autor identificable.
No es cierto que el periodismo de
investigación se lance a difundir lo primero que le llega. Eso no sucedió en el
caso “Watergate”, como algunos despistados quieren hacer creer. Tampoco cabe
acá la protección de la fuente de información.
Mas bien
parece que el medio, el periodista sabe de dónde le llegan esas “exclusivas” y
las publica sin medir el daño innecesario que hace a familias enteras. Son
formas opacas para utilizar a medios y a personas con objetivos nefastos, como
atacar a ciudadanos que se prestaron dinero de un banco, así sean sumas
millonarias.
A través de determinados apellidos
y de empresas se abre otro frente de acoso a la sociedad cruceña. ¿Qué pasaría
con la ya deteriorada seguridad del sistema financiero si se ventilaran los
ahorros de los ciudadanos? Una cosa son los posibles delitos de un banco y otra
cosa son sus clientes.
Autoridades
y periodistas pueden aprender cómo manejó el equipo de Jacques Trigo Laubiere
el caso de bancos privados en situaciones similares, poco después de los
acuerdos de Basilea. El objetivo fue indagar el hecho, sin fijarse si las personas
eran amigas o parientes. Los resultados finales de las investigaciones se difundieron
de forma transparente y completa, después del análisis profundo y con el
descargo correspondiente.
Fueron a
la cárcel los responsables ejecutivos y no se escarbó en las cuentas de los
clientes, salvo en aquello que estaba fuera de la ley. Trigo fue posteriormente
invitado a escribir y dar conferencias internacionales sobre su impecable
trabajo. La prensa de esa época cumplió su rol de informar con libertad,
oportunamente y sin ser usada por políticos de turno.